Se publicó por primera vez en 2012 en Reino Unido, su país de residencia, y levantó una oleada de manos a la cabeza y dedos acusadores. 'Narcisista', 'mala feminista' o 'dominatrix' fueron algunas de las lindezas que se le dedicaron.

No se trata de ninguna narración en la que se confiese perversiones ilegales o torturas físicas horrorosas a otros seres humanos. Despojos es un relato en primera persona del proceso de divorcio de su segundo marido y padre de sus dos hijas, el abogado y fotógrafo Adrian Clarke. En apenas 170 páginas, la autora reflexiona sobre la institución del matrimonio, los límites que supone para las personas que lo integran y la idea de la familia impuesta por el cristianismo o sus convicciones feministas.

Ella y su pareja habían intercambiado los roles de género que veían en los matrimonios de las generaciones anteriores. Fue su marido el que se quedó en casa para cuidar a las niñas y ella la que siguió saliendo a trabajar. Algo que podría parecer una ruptura con los valores tradicionales y ser beneficioso para la mujer que ya no está obligada a representar el papel de abnegada ama de casa. Pero lo que funcionaba en la teoría no estaba tan claro en la práctica.

"La mujer que cree que puede elegir la feminidad, que puede jugar con ella como un bebedor social juega con el vino... bueno, lo está pidiendo, está pidiendo que la anulen, que la devoren, está pidiendo pasar la vida perpetrando un nuevo fraude, fabricando otra nueva identidad falsa, solo que esta vez lo falso es su igualdad. O bien hace el doble trabajo que antes o bien sacrifica su igualdad y hace menos de lo que debería. Es dos mujeres o es media mujer. Y en cualquiera de los dos casos tendrá que decir, porque así lo ha elegido que disfruta con lo que hace", afirma en uno de los fragmentos del libro.

Esa organización de vida llevó a que al producirse la ruptura, el proceso estuviese lleno de contradicciones. Él le reclama a ella una manutención y la custodia compartida de las hijas, a lo que ella se niega en rotundo. A lo primero por un instinto de posesión y a lo segundo por perplejidad. Su marido sabe lo que hace —es abogado—, y  ella se sorprende de sus propias reacciones.

"Y tú te llamas feminista, dice mi marido. Es posible que algún día le diga: Sí, tienes razón. No debería llamarme feminista. Tienes razón. Lo siento muchísimo (...) A veces hay en el feminismo tantas críticas a los modos de ser de las mujeres que se podía perdonar a quien piensa que una feminista es una mujer que odia a las mujeres, que las odia por ser tan ingenuas".

En ningún momento explica cuál fue el detonante de la ruptura, qué fue lo que llevó a su ex-marido a decirle que le había tratado de una manera monstruosa. Pero la lectura llega el final y no se sabe qué pasó ahí, más allá de que cuando él se fue a ella le dolía una muela que se tuvo que extraer. Por supuesto, la prensa especuló sobre el tema y la falta de información se convirtió en un arma arrojadiza más con el que atacar a Cusk.

"Si alguien me preguntara qué desgracia me había ocurrido, es posible que yo preguntara a mi vez si quería conocer el relato o la verdad", advierte al inicio de esta autobiografía, consciente del ansia de saber los detalles escabrosos que va a suscitar. De hecho, como le señaló a la periodista Guitart en la pasada edición del festival Primera Persona Indoors, cuyo formato presencial se ha aplazado al mes de diciembre debido a la crisis del coronavirus: "Por un lado dijeron que era terrible que contase esas cosas en público. Y después '¡No nos ha contado lo suficiente! ¡No nos ha dado los detalles escabrosos!'".

La llegada del libro al mercado español no ha provocado ninguna polémica. Al menos como la de Reino Unido, pero esto sería complicado teniendo en cuenta que la crítica que Camilla Long publicó en The Sunday Times llegó a recibir el premio Hatchet Job of the Year que otorga la prensa cultural (viene a ser un galardón a la crítica más devastadora del año). Precisamente Long es una de las lectoras más enfadadas por la falta de información sobre los motivos de la separación: "la escritura confesional tiene que ver con la verdad, toda la verdad", reclama en su artículo.

No he venido para hacer amigos

En 2016, Cusk le regaló un titular a The Telegraph que describe bastante bien su posición como profesional: "si quieres gustarle a la gente, no escribas". Por aquel entonces ya habían pasado cuatro años desde el escándalo de su divorcio y 15 de su primera gran controversia: su libro autobiográfico sobre la maternidad A Life's Work: On Becoming a Mother (2001).

A principios del siglo XXI aún no se habían publicado (tantos) libros sobre las realidades incómodas de la maternidad como hay ahora y la sinceridad de Cusk impactó como una bomba nuclear. Como en el caso de Despojos, la autora lo escribió, mientras aún estaba embarazada de su segunda hija y la primera tenía un año aproximadamente. Quería que todas aquellas sensaciones que estaba experimentando no se le olvidasen y las plasmó en un trabajo que, como le advirtió el primer amigo que lo leyó, iba a enfadar mucho a la gente.

Si con el tema del divorcio la insultaron, con el de la maternidad una periodista llegó a escribir que: "si todo el mundo leyera ese libro, la perpetuación de la especie humana prácticamente se pararía, lo que sería una pena". Ella misma lo contó en 2008 en un artículo para The Guardian titulado: "Solo estaba siendo sincera", en el que explica cómo vivió aquel aluvión de vituperios y de juicios de valor. En su caso, la polémica parecía ser una consecuencia directa del formato autobiográfico. El tema de la maternidad o el divorcio pueden ser potencialmente conflictivos, pero quién se iba a imaginar que un apacible relato de unas vacaciones familiares en la Toscana terminaría en denuncia. Una pareja se reconoció en The last supper: A summer in Italy (2009) —que Lumen publicó en España como La última cena. Un verano en Italia traducido por Bettina Blanch Tyroller el mismo año— y la editorial decidió retirar el libro por miedo a un pleito por violación de la privacidad. Cusk tuvo que hacerse cargo de parte de los gastos.

Después del lío generado por Despojos, la autora estuvo unos tres años sin escribir, sin ganas de volver a la ficción, que ha dejado de interesarle. Volvió con un trabajo de autoficción desarrollado en la trilogía formada por A contraluz (2016), Tránsito (2017) y Prestigio (2018), publicada en España por Libros del Asteroide.

Aplaudida por la crítica y el público, parece que ha dejado atrás las polémicas. Al menos por el momento, ya que en su intervención en el Primera Persona Indoors adelantó que está terminando su último trabajo. Teniendo en cuenta sus antecedentes, quizás esté a punto de imprimir un nuevo escándalo y aún ni se lo imagine.