Miguel Gallardo ha viajado por todo el mundo "con el tema del autismo" presentando su obra estrella María y yo. La historia de un padre que en principio poco sabe de autismo, y que, con el poder casi mágico del dibujo, se relaciona y comunica con su hija. María y yo ha sido traducido a diez idiomas y en España lleva nueve ediciones. Gallardo empezó este 2020 con menos ganas de gira y aeropuertos, y más sofá y tablet porque dibuja "estirado y cómodo". Pero, muy poco antes de que la pandemia se cruzara en nuestras vidas, el conocido ilustrador del personaje Makoki empezó a tener una molestia encima del ojo y al lado de la oreja que "pensaba que era una sinusitis o un constipado mal curado". Fue su compañera Karin la que, asustada porque Miguel se escoraba al andar, lo obligó a visitar urgencias.

Miguel habla de Karin emocionado, "se hizo cargo de todo y para ella fue un shock, pero supo sobreponerse. Compartimos muchas cosas de la vida, los dos estamos en la rama del dibujo sin ir más lejos y esto ha sido una prueba grande para ella, como lo es para todas las personas que acompañan a enfermos de cáncer".

En el Hospital Sant Pau lo operaron de urgencia para extirparle el "tumor-boniato" y, justicia poética de la vida, Miguel en 2015 decoró todo el ala de pediatría con sus ilustraciones "para que los niños se sintieran más acompañados y alegres". Cuenta en el libro y en esta conversación que cuando por fin pudo andar la primera cosa que hizo Karin fue llevarlo a pediatría: "Verme allí, ver mis ilustraciones fue un subidón". "En estos malos momentos es cuando ves la categoría de las personas, cómo reaccionan y cómo toman las riendas. Karin ha estado conmigo, es mi Pepito Grillo", señala entre risas.

Tan agradecido quedó con el personal sanitario que repartió libros de María y yo cuando le dieron el alta. Y fue una prueba de fuego: "Tenía miedo por si con el tumor perdería la habilidad de dibujar pero, dedicando los libros a los médicos y enfermeros, me tranquilicé. La dedicatoria siempre es el dibujo de María, así que sí, lo primero que hice fue a mi hija".

Miguel cuenta que durante el primer mes de confinamiento iba cada día a Sant Pau a las sesiones de radio y se hizo muy amigo del equipo, que considera que no le fallaron ni un solo minuto. "Solo tengo palabras de agradecimiento, estoy orgulloso de la sanidad pública". Nos cuenta que el hospital es como un taller mecánico donde te reparan físicamente, pero que gracias a la Asociación Kálida (sita en Sant Pau también) ha ido ordenándose, haciendo el trabajo psicológico y compartiendo la experiencia. Kálida imparte talleres de nutrición, meditación, así como acompañamiento psicológico y charlas en grupo.

Sobre el libro, el cuaderno de viaje de su enfermedad, cuenta que nace de su necesidad imperiosa de reflejar en libretas todo lo que le pasa. "Mi obsesión con dibujar el día a día empezó con María, porque cuando conecté con ella a los 8 o 9 años vi que le gustaba verme dibujar y que nos servía de medio de comunicación. María tiene habilidad con los nombres, su conversación se basa en largas listas de compañeros de clase por ejemplo, y yo soy el encargado de dibujar los nombres de sus listas", afirma el autor. Por eso, como añade, tiene "libretas y libretas de personas que quieren a María", algo que le hizo coger el gusto a narrar lo que le ocurría "con un bolígrafo y sin desplantes técnicos". Miguel Gallardo dice que, como es un ser despistado, sus anecdotario ilustrado está plagado de pérdidas de objetos, olvidos importantes y escenas absurdas.

"El cáncer es una de las aventuras más increíbles que me ha pasado. Justo después llega la pandemia además. Cuando estaba recién operado en el hospital, en mi cabeza ya iba fraguando este cuaderno de viaje, y en cuanto llegué a casa empecé a dibujar como un loco". Miguel afirma que dibuja para entender las cosas, como María, ya que verlas gráficamente le posibilita acordarse y digerirlas antes.

Lo que no abandona nunca, y en el libro tampoco, es el humor: "Ahora tengo una placa de acero en la cabeza, pero de momento no he pitado en ningún aeropuerto". Entre risas cuenta que la operación, que consistió en abrir la cabeza y cerrarla con 55 grapas, le hizo parecerse a su personaje, Makoki. Además, Miguel tiene conversaciones con el boniato/extumor: "Le digo que qué es eso de presentarse así por las buenas. En las conversaciones en la Asociación Kálida salió que mucha gente tiene sentimiento de culpa porque es algo que ha fabricado tu propio cuerpo, o sea, que es algo que has fabricado tú. Tus células han desparramado y enloquecido y planea el sentimiento de culpabilidad".

El ilustrador cuenta que lo primero que hizo al llegar a casa fue comunicarse con su amiga Olivia Rueda, que de su experiencia con la epilepsia escribió No sabes lo que me cuesta escribir esto, publicado en Blackie Books, y en el que Miguel participó con pequeñas ilustraciones. "Llamé a Olivia porque ella también ha hecho el viaje a la luna sin casco y ha vuelto. Me comuniqué con mucha gente que había pasado enfermedades, y fue como hacerme una reunión de sabios para que me explicaran cómo fueron sus viajes". Tres días después de llegar a casa, estalló el coronavirus: "No sabía por qué preocuparme más, si por lo mío o por lo de todos. En el confinamiento me escapaba todo el tiempo, yo he sido el típico que ha ido a la basura a tirar una tapa de yogur. Después de tanto tiempo confinado en la habitación de Sant Pau, se me caían las paredes y reconozco que mi perrita ha estado sobrepaseada durante unos cuentos meses".

Por otro lado, Miguel Gallardo también aprovecha el final del libro y esta entrevista para acordarse de su padre: "Todo lo que te aconsejan y que cuando eres adolescente no haces ni puñetero caso. Pero él me enseñó sobre la importancia de la puntualidad (yo llego dos horas antes a los aeropuertos), sobre el trabajo bien hecho y su dicho hecho mío: 'para adelante aunque tu cuerpo no te acompañe'". Su padre sobrevivió a una dura guerra y su hijo, con todo el humor del mundo dirigiendo su lápiz y su vida, a un cáncer-boniato y una pandemia.