Residente en Edimburgo desde hace años, viaja con frecuencia a España, donde ha rodado la mayoría de sus películas.    

¿Por qué contar la historia de La boda de Rosa en clave de comedia agridulce? ¿Lo pedía el tema? La mayoría de sus películas son dramáticas y aquí tiene un cambio de registro.

Sí, queríamos contarlo con humor. Es un tema serio, el de la autoestima, y el de saber poner límites a los demás, pero pensamos que llegaría a más gente si lo contábamos en un tono ligero, no de drama total. Y la idea de la boda con una misma, aparte de ser divertida y excéntrica, se presta al mal entendido, que es la base de la comedia.

A pesar de la pandemia, y cuatro meses después de su estreno con premio incluido en el Festival de Málaga, ha tenido buena acogida de la crítica y de los espectadores. ¿Influye en el éxito ese género de comedia de reír, emocionar y hacer pensar a la vez?

Creo que a pesar de la limitación de aforos y demás, la película ha llegado seguramente en un buen momento. Habla de cosas que nos importan, pero con un tono fresco, luminoso y positivo que pienso que nos hacía falta después del shock y el trauma de esta pandemia.

Está ambientada en la Comunitat Valenciana. ¿Cuál fue el motivo de esa elección, encajaba con la historia? ¿Le gustó la experiencia de rodar El olivo también allí?

Sí, conozco la Comunitat Valenciana desde hace muchos años, desde la infancia, pero en Benicàssim no había estado, lo conocí rodando El olivo. Esa vuelta a las raíces que hace Rosa, al taller de su madre donde probablemente tenga los recuerdos más felices, encajaba muy bien. Supongo que inconscientemente el Mediterráneo también es eso para mí, un lugar feliz de la infancia, de eternos veranos con un par de zapatillas de plástico y poco más. Y luego València y la comunidad en general tienen esa luz, ese ambiente festivo cuando celebran, hay algo muy vital que le iba muy bien a ese tono que le queríamos dar a la película.

Su película tiene toques del cine de Berlanga (comedia, cine coral, bandas de música…). Usted nació un 12 de junio, el mismo día que Berlanga; y él rodó en Benicàssim Novio a la vista (1954). Al margen de esas casualidades, ¿qué influencia ha tenido Berlanga en su generación de cineastas? ¿Qué directores españoles le han dejado huella?

Berlanga es un maestro y un referente siempre. No sabía que había rodado en Benicàssim y, cuando me enteré en el estreno, me encantó la coincidencia. A veces lo mencionábamos rodando, que alguna escena tenía un toque berlanguiano. Que luego algunos críticos y espectadores lo hayan visto así me parece un halago y un honor. Berlanga es un referente yo creo que para todos; ese realismo descarnado y teñido de humor negro y a veces también de ternura por sus personajes es un estilo en sí mismo. Supongo que me han dejado huella los directores con los que he trabajado como Chus Gutiérrez, Felipe Vega, José Luis Borau, Víctor Erice, Manuel Gutiérrez Aragón o Ken Loach. También algunos con los que no he trabajado, como Carlos Saura, que tiene una filmografía impresionante de amplia, con películas muy distintas y muchas muy atrevidas de tema y visualmente.

Sufrir la explotación en el seno de la familia, la reivindicación de la autoestima, el deseo de darle al botón nuclear y cambiar de vida. Los ejes de La boda de Rosa, ¿son elementos que se dan sobre todo en las mujeres? ¿También en los hombres? 

Creo que a todo el mundo le puede ir bien darle al botón nuclear alguna vez en la vida, pero es verdad que ese rol de cuidadora de todos y nada de una misma es muy femenino. Es un rol que se espera de las mujeres en general, y que adoptamos rápidamente sin darnos casi ni cuenta, ni nosotras ni nadie. Es un trabajo muy invisible, que damos por hecho, como si las mujeres lo trajéramos de fábrica. Y no, obviamente los cuidados los podemos hacer todos.

¿Cree que entre los pocos efectos positivos de la pandemia está una mayor solidaridad, una búsqueda de alternativas colectivas frente al individualismo? Rosa elige su camino libremente, pero reconoce que necesita de la familia, el novio, los amigos… De hecho, su película tiene un final feliz.

Rosa necesita que su familia sea testigo de esa boda porque necesita que la ayuden a cumplir sus votos de compromiso con ella misma. Creo que a toda la familia le vendría bien ayudarse entre sí. Me di cuenta de esto cuando estaba montando la escena final, en la playa, después de la boda, cuando bailan. Todos tienen problemas que resolverían mucho mejor si se apoyaran unos en otros… No sé si nos hemos hecho más solidarios en la pandemia. Algunos claramente sí, ha habido muchos ejemplos de ello, pero también de lo contrario. Lo que pienso que nos ha ocurrido a todos es que al parar nos hemos dado cuenta de cosas.

Lo que hace Rosa de manera voluntaria, parar y pensar qué quiere ella realmente, nosotros lo hemos hecho de manera obligada. De pronto hemos interrumpido el ritmo habitual y nos hemos quedado quietos. Seguramente muchos hemos pensado en la vida que llevábamos y hemos valorado cosas muy simples, como la de estar con nosotros mismos y con nuestras familias sin prisas. Estar sin más. Muchos hemos descubierto la cantidad de cosas que haces que realmente no te aportan o interesan y lo poco que dedicamos a lo que nos importa.

Es la tercera vez que dirige a Candela Peña. ¿Es una actriz fetiche para usted? ¿Sigue siendo cierto que hay pocos papeles para actrices de mediana edad, como el caso de Candela Peña?

No soy muy fetichista, la verdad, simplemente Candela es una grandísima actriz que mezcla como nadie drama y comedia, y era ideal para encarnar a Rosa. Creo que las series de televisión están aportando no sólo más trabajo para todos, sino también más variedad de temas y como consecuencia más abanico de papeles para las mujeres. Vemos mujeres en muchos ámbitos profesionales y también de más edad que la habitual. Pero tanto en el cine como en las series creo que aún cuesta alejarse del prototipo de protagonista femenina joven y guapa, aunque venga de adaptaciones literarias en las que el personaje no era especialmente agraciado, como en Gambito de dama o Normal people, por ejemplo.

En medio de la persistente crisis del cine español, usted rueda con cierta regularidad. ¿Se debe al prestigio alcanzado, a éxitos de taquilla? ¿Sigue siendo más complicado dirigir para una mujer que para un hombre hoy en España o hemos avanzado en ese terreno?

Supongo que el hecho de hacer películas que por lo general han ganado dinero ayuda, claro. También el hecho de que se estrenen fuera. Para mí no es más complicado que para cualquier otro director, estamos en la misma lucha de conseguir la financiación con los recursos disponibles, que no son muchos. Para las que empiezan ahora creo que el terreno está menos pedregoso. Hay mucha más conciencia que antes de la importancia de que también haya mujeres contando historias y existen ayudas específicas que impulsan la presencia no solo de directoras, sino también de equipos técnicos femeninos. Eso también supone un gran paso, que cada vez haya más compositoras, directoras de foto, de arte o ingenieras de sonido en los rodajes. Y guionistas y productoras. Pero también es verdad que las crisis nos afectan más. Si los presupuestos para hacer cine se reducen a consecuencia de la pandemia y de la crisis económica que nos viene, repercutirá más en las mujeres, como en el resto de profesiones.

Algunos historiadores y expertos opinan que dentro de pocos años tan solo quedarán las grandes salas para producciones de Hollywood o las pequeñas salas para películas independientes y de otras filmografías. ¿Está de acuerdo con ese pronóstico?

La verdad es que el futuro de las salas es incierto. Quiero pensar que no desaparecerán, pero muchas no van a aguantar tantos meses cerradas o a medio gas. La pandemia no ha hecho más que acentuar esa tendencia a ver el audiovisual en casa. Aunque también me pregunto si las películas de largometraje como formato pervivirán mucho tiempo. Ya era una tendencia en toda Europa antes de la pandemia: en las últimas tres o cuatro décadas los espectadores de salas en versión original, de salas que no son de blockbusters, estaban envejeciendo y no parecía que hubiera mucha gente joven renovando ese público. Ahora, con el boom de las series, me pregunto si se renovará alguna vez. Porque mucha gente joven, que empieza a ver audiovisual ahora, lo que ve son series. Cuando he preguntado a gente de 20 años me dicen que el formato de película les da pereza. Quién sabe, igual dentro de un tiempo vuelve a tener más interés, cuando nos cansemos de tanta temporada en las series…

La revolución de Internet, el cambio de hábitos de consumo cultural y la apuesta de grandes productoras por las series está transformando la forma de ver cine. ¿Pervivirán las salas tal como las conocemos hoy? ¿Ver cine seguirá siendo un acto individual pero colectivo a la vez?

De momento sí, vamos a ver lo que dura. Pero además de cambiar la forma de ver cine, me pregunto, al hilo de la pregunta anterior, si no cambiará también la forma de hacer cine. Hay cosas muy interesantes en algunas series y se asumen más riesgos sobre todo de forma. Mezclar idiomas y subtitular es algo ya habitual en las series más mainstream, de público mayoritario. En cambio, hacer eso en una película ha sido siempre sinónimo de poco comercial. Creo que hay series en las que se mezclan formatos, ficción y documental sin complejos, se mezclan estilos, géneros… Es todo más híbrido. Y es comercial. Sin embargo, lo mismo en una película sería catalogado como de autor y por tanto poco comercial y minoritario. Supongo que en las series se buscan más los nichos, se hacen más a medida de los distintos grupos de espectadores y se alcanza de golpe a muchísima más gente. En el cine el que arriesga visualmente o temáticamente sabe que será minoritario.

Da la impresión de que las series arriesgan menos en el tipo de historias que cuentan.

Así es, en aquello que las series arriesgan menos es en las temáticas. Más allá del entretenimiento, a veces muy bueno, no parece haber mucho. Eso tiene que ver con quién decide lo que se hace y para qué: no hay un Ken Loach o un Oliver Stone o un Martin Scorsese de cada país decidiendo qué cuentan. Lo que se impone es un pequeño grupo de ejecutivos de unas pocas grandes corporaciones decidiendo los cientos de miles de producciones audiovisuales que vemos.

¿Le atrae dirigir una serie? ¿Y volver a trabajar como actriz después de una década dedicada a la dirección?

Sí, me atrae mucho. Si todo sale bien, estaré haciendo una serie el año que viene. Volver a trabajar como actriz siempre es una posibilidad, pero últimamente estoy rodando más seguido y ya no me da la vida para más.

Aunque quizá no le guste la definición se habla de su filmografía como cine social. ¿Qué compromiso con la sociedad debe asumir un cineasta? ¿Influye hoy el cine en la formación de la opinión pública o ha perdido parte de su función en beneficio de las redes sociales, por ejemplo?

Cine social es una etiqueta poco atractiva… Me gusta hablar de lo que veo, a veces de lo que pasa a mi alrededor y de lo que creo que le va a interesar a más gente. Me gusta ver eso también en el cine de los demás, pero no creo que nadie tenga que estar obligado a hacer un cine en contacto con la realidad. Además del entretenimiento, que está muy bien, es cierto que hay muchas películas que tienen una función. Nuestro cine muchas veces se usa para reflexionar sobre un tema en los colegios e institutos, como para el mismo aprendizaje de la lengua, de nuestra cultura, de nuestra historia, o de nuestra sociedad en otros países. Algunas de mis películas, como También la lluvia o Te doy mis ojos, están en el currículo de selectividad, no solo en España, sino en Alemania o en el Reino Unido… Eso me impresiona. Creo que las películas siguen siendo un elemento más para conocer una sociedad, igual que las redes sociales. El cine hace un retrato más elaborado, mientras que las redes tienen algo inmediato. Pero todo nos retrata.