Le seguiría una precuela titulada El juego del ángel, publicada en 2008 con una de las mayores tiradas iniciales de la historia de Planeta: un millón de ejemplares desde el primer día, que ampliarían en 400.000 pocas semanas después. Una jugada que se repitió en la tercera entrega, El prisionero del cielo, con otro millón más el 17 de noviembre de 2011. El mismo día de noviembre pero en 2016 se publicaría la cuarta y última entrega: El laberinto de los espíritus. 

Pero entre 2001 y 2016, Zafón escribió también once relatos. Cuatro de ellos seguían inéditos hasta hoy, y el resto de difícil acceso: algunos eran rastreables en ejemplares perdidos de La Vanguardia, otros en ediciones no venales prácticamente imposibles de encontrar. Ahora Planeta los reúne todos en un solo volumen titulado La ciudad de vapor. Una nueva aproximación literaria a la Barcelona que ambientó la tetralogía que le convirtió en el autor español más leído en el mundo después de Cervantes. Pero también, y sobre todo, como homenaje a un autor irrepetible que nos dejó en 2020. 

"La ciudad de vapor es una ampliación del mundo literario del Cementerio de los Libros Olvidados", escribe Emili Rosales, editor de Zafón en el Grupo Planeta. "Ya sea por el desarrollo de aspectos desconocidos de algún personaje, ya sea por la profundización en la historia de la mítica biblioteca", sigue Rosales, que firma el prólogo como Émile de Rosiers Castellaine, álter ego suyo en el universo ficticio de Zafón, "estos relatos resultarán familiares a los lectores de la saga". 

Y lo cierto es que su pronóstico se cumple desde el primer texto. Blanca y el adiós, la historia con la que se inaugura La ciudad de vapor, está narrado por David Martín. Quien fuese protagonista de El juego del ángel cuenta esta vez una historia de amor platónico e infantil con la joven del título, a quien visita diariamente en una sacristía para contarle cuentos improvisados. 

Martín vuelve a aparecer de nuevo en el relato Sin nombre, una historia gótica y lúgubre sobre una mujer embarazada y pobre en uno de los inviernos más duros de la historia de Barcelona. Un relato que contiene, probablemente, la imagen más triste y sangrienta de la literatura zafoniana. 

Los ecos de la saga resuenan de múltiples formas en este libro póstumo. En Rosa de fuego, por ejemplo, conocemos a un antepasado de los Sempere, la familia de románticos libreros en torno a la cual se tejen las tramas de La sombra del viento, El prisionero del cielo y El laberinto de los espíritus. Y en El príncipe de Parnaso a otro, el facedor de libros Antoni de Sempere, que en 1616 acompaña el cortejo fúnebre de su buen amigo el mismísimo Miguel de Cervantes Saavedra. 

Un relato este último que recupera también la siempre misteriosa y amenazante figura de Andreas Corelli de El juego del ángel y desvela el origen del Cementerio de los Libros Olivdados. 

Narraciones que sirven, todas ellas, como pequeñas bifurcaciones en el laberinto de historias de la tetralogía de Zafón. Que descubren nuevos aspectos, conectan determinadas tramas o arrojan luz sobre misterios aún por resolver a pesar de la conclusión de la saga. 

Barcelona, el escenario en el que se desarrollaba la saga, ocupa algo más que el título de este recopilatorio de relatos. La ciudad se nos presenta aquí como un enigma que, sin saber muy bien cómo, ata los destinos de todos los personajes del universo zafoniano. 

El retrato gótico que de sus calles hacía Zafón, así como las neblinosas descripciones de sus ambientes han resultado ser una de las más populares ambientaciones literarias de las letras castellanas contemporáneas. De hecho, actualmente se siguen organizando rutas que recorren los sitios más emblemáticos de las aventuras en las novelas.

Abunda, por ejemplo, en el goticismo de la ciudad condal Una señorita de Barcelona, inquietante historia de fantasmas con ecos al terror de escuela poeniana. Un fotógrafo recibe el encargo de retratar a una niña recién fallecida de una familia pudiente en un palacete de la avenida del Tibidabo, pero algo ocurre allí cuando el reportero acude acompañado por su hija Laia, que tiene la misma edad que la difunta.  

Adolecen prácticamente todos los relatos, cabe añadir, de dibujar pobres personajes femeninos relegados siempre a roles pasivos de objeto de adoración, placer o tortura de personajes masculinos. Casi todos las mujeres de estos textos terminan por ser en el fondo o prostitutas o santas. De hecho, La ciudad de vapor tiene el dudoso honor de abrir la incógnita sobre qué lecturas puede ofrecer la saga de Zafón en términos de género en 2020. A buen seguro un interesante caso de estudio para académicos. 

Pero volviendo a la omnipresencia del marco arquitectónico de la obra de Carlos Ruiz Zafón: otro texto, Hombres de gris, explora la vertiente noir de la urbe catalana con una historia de asesinos a sueldo que recuerda el pistolerismo sindical de la Barcelona de los años veinte. 

Y si Una señorita de Barcelona puede recordar a la obra de Edgar Allan Poe, el de Boston no está solo en el ejercicio del homenaje literario: Leyenda de Navidad se precia de ser un divertimento, libre reinterpretación del Cuento de Navidad de Dickens. Y otro homenaje menos literario pero igual de reseñable es el que Ruiz Zafón le dedica al artífice de la Sagrada Familia con Gaudí en Manhattan, probablemente el texto más inspirado y menos deudor de la saga de cuantos ocupan La ciudad de vapor. 

"Una historia no tiene principio ni fin, tan solo puertas de entrada", decía el personaje de Julián Carax en El laberinto de los espíritus. Ahora La ciudad de vapor bien podría considerarse exactamente eso: una no, once puertas de entrada al imaginario zafoniano. Textos que tienden puentes y abren veredas con la tetralogía del Cementerio de los Libros Olvidados para recordarnos por qué Zafón es, también tras su fallecimiento, uno de los nombres más importantes de la literatura española del siglo XXI.