Superman.

Las tensiones con Warner y una tragedia familiar, el suicidio de la hija del realizador, impulsaron a Snyder a apartarse de la obra. El rodaje y posproducción fue resuelto por Joss Whedon, creador de Buffy, la cazavampiros y director de Los Vengadores, ahora cuestionado por el trato humano que dio a los profesionales durante los tensos rodajes de aquella Liga de la Justicia. El filme estrenado en cines se consideró mayoritariamente un bluf frankensteiniano excesivamente rutinario, dramáticamente esquemático, condicionado por las concesiones y los intentos de cambiar sobre la marcha la naturaleza del filme.

Los responsables del universo DC volvieron a extraer resultados muy cuestionables (como ya sucedió en Escuadrón suicida) de un esquema narrativo tan eficaz como la película de reclutamiento de héroes, en la tradición de Los siete samurais. Después de haber coincidido ya con Wonder Woman, Batman contactaba con nuevos héroes, Aquaman, Cyborg y Flash, para formar un grupo de defensa de un planeta Tierra que ha quedado desprotegido tras la muerte de Superman. Rápidamente quedaba claro que se gestaba una invasión extraterrestre a gran escala.

Liga de la justicia anterior llegó a ser extrañamente cutre, a pesar de su elevadísimo coste. Abundaban los hachazos y las anomalías en el montaje, seguramente potenciadas por la presión para conseguir un metraje reducido que no encajaba con el camino previsto por Snyder. El tratamiento digital de las imágenes, además, resultaba bastante poco convincente, comenzando por el mejorable aspecto del muñeco computerizado que ejercía de villano de la función: un Steppenwolf obsesionado por la uniformidad que, de puro impersonal, podía servir de versión supervillana de algún fantasma recurrente de la derecha estadounidense (la sociedad como fuerza castradora de cualquier iniciativa individual), de ejemplo de nazismo visto desde la despreocupación del pop o de cualquier otra cosa.

Poco a poco, las quejas de muchos aficionados y las reivindicaciones de Snyder generaron una demanda: poder ver la película tal como se suponía que la había concebido este director. Finalmente, el momento ha llegado a través de la plataforma de streaming HBO, en forma de monumental superproducción de cuatro horas de duración y con un formato de imagen pensado para las proyecciones en salas IMAX.

En realidad, y aunque algunos ejecutivos de Warner puedan haber vivido el proceso como una humillante injerencia de los consumidores en sus asuntos corporativos, muchos deberían estar contentos. Snyder ha conseguido estrenar su juguete, los fans pueden escoger entre dos versiones. Y Warner ha conseguido gestionar un acontecimiento cinematográfico tras una inversión de 70 millones de dólares, menos de una cuarta parte de lo que costó la primera materialización del proyecto.

Dejando de lado la rumorología, las reivindicaciones del trabajo propio y las puyas cruzadas, ¿qué ofrece La Liga de la Justicia de Zack Snyder? Ofrece más de todo. Más cámaras lentas enfatizadoras de los músculos tensos, del sufrimiento, de la gesta individual, incluso aunque se trate de un partido universitario de fútbol americano. La mirada original del director de 300 y su equipo inyecta dosis de épica hasta el exceso, pero también más tiempos dramáticos que desafían la economía narrativa propia del cine de género.

La película también incluye más violencia y sangre, aunque sea de extraterrestres sin identidad. Incluso incorpora una decapitación como gesto simbólico de negociación contundente en materia de política exterior. Y más personajes (no avanzaremos nombres). Y más grandilocuencia y solemnidad, aunque el estreno sirva para comprobar que, si hacemos caso a Snyder, que afirma que no ha contado con el material rodado por Whedon buena parte del humor de la película previa no se debía a las intervenciones del segundo. También subraya de manera más explícita el peso de las relaciones entre padres e hijos. Y, sí, incluye más ideología política.

Porque La Liga de la Justicia de Zack Snyder fija de manera mucho más clara una cierta visión del mundo alineada con la narrativa hiperindividualista de Ayn Rand, filósofa cercana a la neoliberal Escuela de Chicago y autora de novelas adoradas por la derecha estadounidense como El manantial (Snyder ha declarado que la querría volver a llevar al cine) o El desafío de Atlas. Como en esta última, el mundo de Liga de la Justicia está indefenso sin las capacidades excepcionales de una reducida élite de seres considerados extraordinarios. Esta no deja de ser una premisa habitual de la narrativa superheroica, y de muchas obras de aventuras, pero la visión de Snyder privilegia un cierto desprecio elitista. Los héroes salvan al mundo, pero a veces no sabemos muy bien porqué. Superman es un ejemplo de ello: parece querer preservar el planeta únicamente para que su amada pueda vivir en él. Sin Lois Lane, fantasea Snyder, el Hombre de Acero podría desentenderse perfectamente de la humanidad o devenir un tirano.

La nueva Liga de la Justicia tiene más corazón y más épica que la versión que habíamos visto. Sus escenas sensibleras, sus momentos musicales algo relamidos y algunos de sus ralentís nos pueden llegar a transportar al nicho de las christian movies orientadas al nicho de público de la extrema derecha estadounidense. No sería la primera vez que un blockbuster de Hollywood se acerca a ese imaginario: El libro de Eli, protagonizada por Denzel Washington, sería un ejemplo evidente de ciencia ficción para la derecha religiosa. Y el mismo Snyder había abonado un terreno parecido con sus aproximaciones previas a Superman.

A diferencia de lo visto en la misma Batman v. Superman, o en Capitán América: civil war, apenas se lanzan hilos de conexión entre la acción superheroica y una cierta realidad. El espectáculo solo incluye a los miembros del supergrupo y a su entorno inmediato. Los elementos de fantasía, que incluyen la posibilidad de manipular el flujo temporal, permite además que los héroes conviertan en literal el elogio del querer es poder que acometen Snyder y su equipo: llaman a "crear tu propio futuro, crear tu propio pasado, todo es ahora".

Decir que Liga de la justicia de Zack Snyder es la misma película que la versión cinematográfica firmada por Joss Whedon tiene mucho de sobresimplificación que desprecia la importancia del montaje. Durante buena parte del relato se explica una historia muy parecida a través de las mismas escenas, pero las diferencias entre los montajes de esas escenas son suficientes como para generar una experiencia diferenciada. Por no hablar de la notable cantidad de material que se añade hasta completar esas chocantes cuatro horas de metraje.

El resultado puede trascender la rutina que transmitía la versión previa y ofrecer una experiencia cinematográfica diferenciada. Los responsables también consiguen que los personajes que debutaban en el filme (especialmente Cyborg, muy desdibujado en el montaje de Whedon) desprendan más personalidad, a riesgo de agotar prematuramente al espectador con este Tourmalet de la narrativa superheroica.

En el tramo final es donde emergen más diferencias con la película estrenada en 2017. El desenlace propuesto por Snyder y compañía recombina y añade elementos, quizá de manera más efectiva. Tras el estallido final de acción, llega un epílogo que es un gesto final de desmesura: una sucesión de finales, de escenas que cierran puertas narrativas o que las abren, que ronda los veinte minutos de duración y apunta a nuevas películas que quizá nunca existirán. O quizá sí, si los números acompañan.

Resulta complicado priorizar el soso matarratos que se había de Whedon, pero eso no implica elevar a los altares la mirada snyderiana: un creador de imágenes potentes, sensacionales o sensacionalistas. Cada materialización del proyecto tiene sus puntos negativos: si la versión firmada por Whedon era más insípida y decepcionante, esta tiene más sabor, pero también llega a rozar la parodia involuntaria en sus inflamaciones épicas y dramáticas.

Sea como sea, podemos preferir la horterada de un realizador grandilocuente al producto corporativo de tijeretazos. Incluso es posible hacer una celebración contenidísima de la victoria del cineasta sobre el sistema corporativo. Aunque durante el proceso haya entrado en escena un sector del fandom superheroico, agresivo y dogmático, que parece requerir con urgencia algún tratamiento para el síndrome del niño emperador.

No hay que olvidar, en todo caso, que el inversor vuelve a ganar: explota como un fenómeno nuevo una película para la que había acometido previamente el grueso de la inversión. Además, acaba quedando claro que no existía esa mitificada visión snyderiana pura, sin adulterar por los compromisos con Warner. Snyder ya había inoculado humor y había pactado cambios con la gerencia (o injerencia) corporativa respecto a lo que podían ser sus planes iniciales. La palabra autoralidad siempre debe escribirse entre comillas, o con mucha prudencia, cuando se trata de blockbusters multimillonarios enmarcados, además, en ambiciosas franquicias multimedia. Por mucho que se defienda el ideario de Ayn Rand, querer es poder… hasta cierto punto.