La propuesta de Trueba se aleja de la idea de abrir un espacio a autores emergentes, como hicieron los anteriores editores, Luna Miguel y Antonio J. Rodríguez, proponiendo un catálogo centrado en "escritores muy poco conocidos, pero que llevan escribiendo toda la vida", según explicó en la presentación del sello en febrero. "Son libros escritos sin atender a modas, tendencias o lo que se supone que se tiene que escribir ahora. Están un poco por encima de todo eso y aunque son narrativos todos tienen un vínculo muy fuerte con la poesía".

Efectivamente, el nombre de Julieta Valero resuena desde hace tiempo en el panorama poético nacional: es autora de cinco poemarios —Altar de los días parados (2003), Los heridos graves (2005), Autoría (2010), Que concierne (2015) y Los tres primeros años (2019)— y ha participado en numerosas antologías. Desde 2008 también coordina la Fundación Centro de Poesía José Hierro, una institución pública localizada en Getafe y referente en el fomento de la poesía desde una perspectiva participativa e interdisciplinar.

"La conexión con el lenguaje poético me cambió la vida, la poesía fue un encuentro irreparable, pero la prosa siempre ha formado parte de mí", cuenta Valero por teléfono a elDiario.es. "Desde hace unos años ya sentía la necesidad radical de escribir prosa; como todo lo que escribo, ha sido por necesidad". El resultado, tras más de un lustro de escritura, es una novela compartimentada en nueve relatos, con una primera parte que orbita sobre un eje central: la relación entre Elena y Belén, dos mujeres que cruzan por primera vez miradas al recoger a sus hijos del colegio.

Mediante elipsis, viajes al pasado y un presente en el que se explicita el actual contexto sanitario, Valero reconstruye esta historia de amor "clásica y cotidiana", que comienza cuando Belén empieza a desear intensa y secretamente a Elena. Pero, antes de recomponer los entresijos de la relación, la autora nos muestra por separado el bagaje familiar de ambas mujeres: Elena teme por los brotes esquizofrénicos de su hermano, cuya neurodivergencia y orientación sexual nunca han sido plenamente aceptadas por sus padres; Belén se enfrenta a su pasado al recibir a Rosario, una amiga mexicana de la familia que llega a España para declarar en el juicio contra la dictadura guatemalteca, en el marco de la cual falleció el padre de Belén, un militar antifranquista asesinado tras unirse a la guerrilla.

"El haber escrito siempre poesía te da mucho manejo del lenguaje, de recursos siempre pormenorizados. Es una relación con el lenguaje muy visceral", dice Valero al ser preguntada sobre el tránsito a la ficción narrativa. "La escritura de prosa te obliga a estar más volcada hacia un afuera, una conexión hacia el exterior que te obliga a salir de la irrenunciable subjetividad que hay en la poesía; la prosa me ha hecho deshabitarme mucho y eso es muy saludable". También opina que la prosa es disciplinable, más fácil de conciliar con el ritmo de la vida diaria. "En cambio, no me puedo sentar a escribir un poema, puedo estar predispuesta y atenta, pero no provocar".

La conciliación es, precisamente, uno de los temas que subyacen en Niños aparte: el deseo estalla en la intimidad de estas dos madres separadas que rondan los 40 años y viven volcadas hacia un exterior repleto de cargas laborales y familiares. Sin embargo, frente a la maternidad como lugar totalizador, las protagonistas intentan "tener espacio para entrar en las aguas quietísimas pero impracticables de mi interior", como denomina Belén al ocio de los fines de semana sin su hijo. "Es necesario buscar lugares de reconstitución personal más allá de la maternidad, aunque no se deje de ser madre nunca", opina la autora, señalando la dificultad para la conciliación real en países como España.

Elena y Belén son dos mujeres que están en una edad en la que los estereotipos de género las reducen al rol de madres y cuidadoras. "Que las personas desaparezcan de la vista cuando tienen más de 35 años no tiene sentido ninguno, ahí empieza una zona igual de interesante que la juventud, donde suceden cosas importantísimas", asevera Valero. Si el deseo sexual de las mujeres que entran en la madurez suele estar infrarrepresentado, es prácticamente invisible o motivo de conflicto cuando se sale de los cánones heteronormativos: aunque Elena y Belén lo asuman con total normalidad, en la novela vemos el desprecio soterrado de algunos miembros de la familia. "Es lo que ocurre en un país con un cambio sociopolítico tan enorme, a veces en una misma familia hay formas irreconciliables de entender el afecto y la sexualidad", sostiene la autora.

En el proceso de armar un texto poético o narrativo, Valero rechaza la autoficción, pero reivindica el uso de lo biográfico "como inicio de combustión", una forma de buscar intersecciones con lo ajeno y trasponer elementos hacia "otra vida, otra conciencia". "Sería limitadísimo si uno solo pudiera escribir sobre lo que ha visto o vivido, aunque hay una raíz de estar concernido con algo, eso es lo que hila lo biográfico con la otredad; para mí es lo importante, lo que te concierne y de alguna manera se instala dentro de ti", enfatiza.

Los relatos satélite de la novela, encuadrados en un segundo tramo titulado Otros aparte, también giran en torno a las relaciones familiares y aquellas que se construyen en sus márgenes. Con toda su gracia, historia en la que una mujer se adentra en un turbador outlet de zapatillas mientras reflexiona sobre el suicidio de un compañero de clase de su hijo, remite a las pinceladas fantásticas y la angustia narrativa de novelas como Distancia de Rescate, de la argentina Samanta Schewlin, a quien Valero cita entre sus referentes, junto a autores como Clarice Lispector, Alice Munro o Julio Cortázar.

Niños aparte es un libro que exige una lectura atenta, apela a un lector activo que disfrute recomponiendo las elipsis y deteniéndose en el lenguaje poético que permea la narración. Lo verdaderamente importante de Niños aparte es lo que pasa en el mundo interior de los protagonistas, ese lugar impenetrable que en ocasiones se revela al otro a través de la corporalidad. "El cuerpo marca el afuera y el adentro, es una frontera irrenunciable que hace visible lo que está por pasar", afirma Valero. "Me interesa mucho lo que no se cuenta pero está con una fuerza brutal porque se han contado otras cosas; nada en la vida nos llega lineal, todo lo que nos sucede ocurre con cortes, ausencias, zonas ciegas, y me interesaba intentar relatar así", apostilla.