Aunque algunos títulos abriesen la puerta al drama, los filmes de rape and revenge han tendido a asumir los códigos del thriller de acción o terror. La gran cantidad de propuestas fílmicas en esta línea, con maneras diversas de escenificar las agresiones, con representaciones más o menos perturbadoras de la violencia, dificultan posicionarse de manera general ante un magma de imágenes potencialmente conflictivas y punzantes.

Algunos creadores se han alejado con mayor o menor decisión de la lógica bobamente sensacionalista, incluso cruelmente insensible, del cine exploitation, pero ha habido una cierta inercia histórica de representación esquemática y pintoresquista del trauma. Y una tendencia a celebrar el punitivismo que ha convergido con la acción justiciera de Charles Bronson y compañía. La solución para conseguir el respeto a la integridad de los cuerpos femeninos era la misma que para los problemas de seguridad ciudadana que proyectaban los thrillers de junglas del asfalto: individuos que disparan a criminales.

En unos cuantos aspectos, Una joven prometedora transita otros senderos. La película podría definirse como una comedia negrísima, divertida y dolorosa, pero también es un drama excesivo y peculiar acompañado de dosis de intriga. Aborda el trauma y el duelo personal de su protagonista, pero también apunta problemas estructurales señalados por los feminismos como la culpabilización de las víctimas de abusos o la falta de respuesta institucional a estos. Cassie es una joven que perdió a su mejor amiga, víctima de algún tipo de agresión sexual cuya naturaleza exacta va desvelándose, y dedica una parte de su vida a vigilar y amedrentar a posibles depredadores sexuales.

Las autoras de la película juguetean con la idea de celebrar la venganza, ante la ausencia de cualquier tipo de reparación y castigo por parte de las autoridades. Aun así, no escenifican supuestos empoderamientos femeninos alcanzados a través del ejercicio de la violencia, como los que presentan delirios punitivistas como Matar o morir. Para empezar, la protagonista no opta por la violencia letal sino por tramas de manipulación y engaño que no excluyen la posibilidad del perdón.

Como sucede en otros filmes en los aledaños del cine rape and revenge, el primer largometraje como directora de la actriz Emmerald Fennell también incorpora dosis de drama. Cassie no es una heroína de acción que se resarce ejerciendo esa violencia aséptica y poco conflictiva de las películas de tiros, ni una gorgona recubierta de sangre seca como las que pueblan el thriller terrorífico. Es una mujer emocionalmente herida, ingeniosa y brillante pero también autodestructiva, con problemas de socialización. Malvive una vida cotidiana familiar y laboral enrarecida por su duelo y por sus escapadas militantes.

Una joven prometedora puede incorporar algunos componentes de riesgo, pero no es una propuesta kamikaze. Quizá por eso mismo ha conseguido tres nominaciones mayores (mejor película, mejor dirección y mejor guion original) a los premios Oscar. No supone una irrupción con un apisonadora en los discursos del mainstream como Lucky, una comedia de terror que escenificaba un choque frontal con el machismo y que también cuestionaba ferozmente el denominado feminismo liberal, sus supuestas meritocracias y sus éxitos individuales vestidos de logros estructurales. Puede hacer sonreír, y también congelar esa misma sonrisa, pero no es tan oscura como podría haber sido.

El filme de Fennell y compañía ofrece momentos de descanso que podríamos considerar calculados. En todo caso, este artefacto fílmico de tono extraño y polimorfo tiene bastante mordiente. Incluso algunos de los pasajes que parecen destinados a permitir una cierta distensión, empleando esa estética un poco afectada del cine indie comercial, también puedan leerse como indigestamente sarcásticos. Porque los momentos de placer y alegría se visualizan como montajes musicales casi inconvenientemente felices, con una cierta apariencia de falsedad.

La aparente concesión al aspecto publicitario de esos fragmentos de realidad made in Hollywood puede nacer de la necesidad comercial de no hacer sufrir demasiado a la audiencia, de proporcionarle momentos de alivio. Y, aun así, este choque entre escenas tan diferenciadas puede resultar revelador: bajo esas estampas de bienestar cotidiano que (convenientemente escenificadas y embellecidas) podrían compartirse en tu perfil de Facebook, hay una capa subterránea de conflictos sin resolver que quizá no permiten una felicidad plena. Porque la violencia sexual no solo es patrimonio de hombres encapuchados escondidos en callejones oscuros, sino de figuras mucho más comunes y cercanas, con cómplices inesperados (o no).

La película ofrece una montaña rusa de tonos que pueden recordar a los altos y bajos emocionales de su protagonista. Su mirada ácida a algunos aspectos de los Estados Unidos contemporáneos puede asociarse con Purasangre, otra comedia negra sobre personajes psicológicamente al límite y al borde de estallido violento. Sus autoras parecen haber hecho equilibrios para abordar un tema como la violencia sexual con sensibilidad y a la vez con fuerza.

Por el camino, Fennell y compañía no se adentran completamente en los aspectos más perturbadores de esta heroína extraña, y menos aún rascan la superficie de la mayoría de los antagonistas masculinos, peleles instrumentalizados por una intención de denuncia en clave satírica. Si bien el desenlace concebido originalmente era desolador, se termina por proporcionar un cierto consuelo: el final es duro, pero implica una cierta victoria en la derrota (o viceversa). Quizá no podemos esperar más rotundidad de una producción de Hollywood, marcada por la fascinación hacia unos ingenios individualísimos cuyo éxito es limitado en esta ocasión. Pero también puede verse un cierto valor en la aceptación implícita de que una película sobre abusos sexuales no puede culminar con un happy end tranquilizador.