Algunas de esas visitas se han convertido en crónicas que ahora se recogen en un volumen titulado Alguien camina sobre tu tumba. Mis viajes a cementerios, que publica ahora la editorial Anagrama. 

No es un título nuevo: en 2014 vio la luz en Argentina de la mano de Galerna, pero esta nueva edición suma ocho crónicas y un epílogo de cementerios que a la escritora le gustaría visitar antes de morir. Este gancho de actualidad le ha dado a elDiario.es la excusa para entrevistarla a través de videollamada y hablar de la vida, la muerte, la diferencia de clases y otros temas que parecen eternos.

¿Ha recibido muchas sugerencias después de publicar el libro sobre cementerios o fiestas que debería visitar?

Sí, todo el tiempo. Lo que pasa que todo depende de muchas cosas. Hay lugares en los que intenté ir al cementerio, como en Sudáfrica, a donde fui para un festival pero nadie me quiso llevar y sola no me animé a ir. Para mí, la guía no es el lugar sugerido sino mi encuentro con el lugar. Soy más una cronista tradicional que una recolectora de curiosidades. Aunque sea un cementerio fantástico, para que sea una crónica tiene que coincidir con ciertos intereses míos, con un estado mental particular, etcétera. Ya también me mandan muchas fotos. Está bueno igual porque algunos sí que los guardo y alguna vez los podría tener en cuenta.

Saber que sus muertos están en un lugar determinado y los pueden visitar es algo importante para las personas. Y esconder a los muertos es un arma política muy poderosa, como se puede ver en Argentina con los desaparecidos o en España con las fosas comunes de la Guerra Civil. ¿Por qué esa necesidad de localizar a los difuntos?

Es un arma política porque es quitarte algo que tiene que ver con el orden natural. La organización política que lo haga le quita al ciudadano algo que ya no es solo un derecho ciudadano sino que es un derecho humano. Es algo mucho más violento, es cortarte un proceso natural, psicológico y cultural. Es un autoritarismo que involucra todos los estadíos de la vida, te deja totalmente indefenso y con poca capacidad de reacción porque el daño es muy traumático. Yo no soy socióloga, pero puedo verlo como simple observadora integrante de una sociedad que recibió ese trauma. Te lleva al silencio porque, como todo trauma, es difícil de verbalizar. 

¿Por qué gusta pasar miedo? ¿Por qué esa atracción de ir a los cementerios a ver si hay fantasmas o se experimentan cosas sobrenaturales?

Como escribo terror pienso bastante en esa mezcla muy extraña de la adrenalina placentera con la adrenalina sufrida. A lo que vas es a experimentar una especie de ficción que es el origen de los tropos de la narrativa de terror: la casa embrujada, el cementerio, el fantasma. Tiene que ver con tratar de hacer tangible la experiencia invisible o de lo desconocido, que viene a ser lo mismo. Otro mundo que no es este y que te da cierta esperanza en el más allá. Y que no tiene nada que ver con la fe, porque la gente que lee terror o hace estas cosas te va a decir que es atea. La gente que tiene fe cree que hay otra cosa y ya, no necesita ver un fantasma.

Todos sabemos que vamos a morir, pero todos tenemos una relación complicada con la muerte. Incluso los creyentes en una vida en el más allá. ¿Llegará algún momento en el que esa relación cambie?

No, no creo. Incluso aunque tengas fe y creas en una existencia después de la muerte ya no es esta existencia. Esta se termina y siempre va a haber un duelo. Y habrá que ver cómo este último año en el que tuvimos una obligación de pensar en la muerte constantemente acaba impactando en nuestra psique. 

Comentó en una rueda de prensa que los ricos están haciendo cementerios privados que no tienen lápidas, que no parecen cementerios. ¿Por qué?

Sí, no sé cuántos habrá en España, pero en América Latina hay muchos. Se llaman 'cementerios parques' en los que reconoces el lugar en el que está enterrada la persona porque hay una placa sobre la superficie, no levantada como una lápida. Tienen algo de siniestro, porque un parque es un sitio de esparcimiento, como muy familiar y resulta que estos son un cementerio. 

Este año murió Diego Maradona, ídolo máximo futbolístico de la historia de Argentina y lo enterraron en un lugar así. A un ídolo popular enterrarlo en un lugar así tiene algo de frialdad. No juzgo la decisión de la familia pero también es una forma de aplacarlo, de que nadie le pueda ver. Tal y como era él, yo creo que hubiese querido embalsamarse y ponerse en el medio de una avenida para que la gente lo venerase (risas).

¿Y por qué este cambio de tendencia? Antes los más ricos tenían los mausoleos y esculturas artísticas que ir a ver, pero ahora solo dejan esta especie de sobriedad extrema. 

Yo creo que es una falsa sobriedad porque todo el mundo sabe que eso cuesta un montón de dinero. Y después en nuestra sociedad uno de los símbolos del dinero es aparentar ser joven, que parezca que uno no se va a morir nunca. Poder pagar una atención de salud muy cara, tratamientos estéticos, tener hijos después de la edad de reproducción con vientres de alquiler… Hay en general una negación a la decadencia del cuerpo en la gente que puede pagar eso que me parece que se refleja en ese cementerio. El símbolo está oculto. Es siniestro como es siniestra esa carrera por ganarle a la muerte que es imposible de ganar. 

Creo que me gustan los cementerios en los que la muerte es muy evidente porque me reconcilian con la idea de finitud. Yo misma tengo miedo a la muerte y también se me metió en la cabeza no solo el miedo a morirme sino que es como una cosa insólita, como una desgracia. No lo es, la vida se termina. Seguir teniéndole miedo es normal, pero negarla es otra cosa. Además estos lugares son para todo el mundo, no como los privados.

Además de escritora es periodista cultural. ¿Cómo ve el estado de la profesión?

Creo que es un caos en todos lados. El periodismo cultural a lo mejor es el menos dañino de todas las ramas porque me parece que el caos tiene más que ver con la precarización de nuestro oficio, la poca importancia que se le da en muchos sentidos, la locura que significó en el periodismo cultural el afán por el clic. Eso digamos que nos enloqueció bastante, hizo bajar muchísimo el nivel de reflexión, me parece que hay un exceso absoluto de columnas de opinión. Hay un ruido terrible en el periodismo cultural que tiene que ver con estas cosas.

Como no hago periodismo ‘general’ no me gusta meterme mucho, pero me parece que hay unos grados de irresponsabilidad tan grandes que no se me ocurre una solución a corto plazo de cómo solucionar la crisis del periodismo. Incluso me parece que en muchos casos hay situaciones que se están poniendo en peligro.