El sueño de Alicia López de vivir en Malasaña pronto se convirtió en una pesadilla. Como otros vecinos de este barrio madrileño, cinco días a la semana sufre bajo su ventana a grupos de jóvenes que hacen botellón, una actividad de nuevo en auge en Madrid, donde las infracciones han aumentado un 30 por ciento.

Según datos de la Junta de Seguridad Local, el pasado año las sanciones a adultos por beber alcohol en la vía pública aumentaron un 36 por ciento, al pasar de 29.798 en 2018 a 40.504. Mientras, las impuestas a menores por esa misma infracción crecieron un 26 por ciento (de 753 a 952).

Porque ni las multas (600 euros para los mayores de edad; 500 euros para los menores; y el doble para los reincidentes) han frenado la proliferación de grupos de jóvenes bebiendo alcohol en la calle.

Vivir en Malasaña durante el día es una "bendición" que se convierte en "tortura" cuando cae la noche, relatan a Efe los vecinos, que se sienten en "peligro de extinción" porque muchos ya piensan en abandonar el barrio.

Y es que la falta de sueño está llevando a algunos hasta las consultas de los psicólogos. Salvo los lunes y los martes, el resto de las noches es imposible conciliar el sueño, se lamentan.

"Estamos en una época más floja porque el tiempo no acompaña pero en cuanto llegue un poco de calor será un problema constante y gravísimo", augura a Efe el presidente de la plataforma SOS Malasaña, Jordi Gordon.

"Para que algunos se diviertan, otros no pueden dormir", zanja el dirigente vecinal.

VECINOS EN PIE DE GUERRA

Los vecinos están hartos de un problema que no es de hoy. El año pasado llegaron a presentar hasta 700 denuncias por una situación que necesita una solución urgente por parte del Ayuntamiento de la capital de España, según recalcan los vecinos.

En sus "patrullas" por el barrio han contado hasta más de una veintena de "puntos negros" del botellón.

No se han quedado ahí. Han instalado tres sonómetros que han alcanzado decibelios similares a los que existen en una zona industrial donde la normativa laboral obliga a los trabajadores a usar cascos.

SOS Malasaña reclama al ayuntamiento el despliegue en el barrio de policías, cuya presencia puede disuadir al medio millar de jóvenes -casi todos mayores de edad- que se concentran cada fin de semana hasta las cuatro de la mañana en la plaza del Dos de Mayo.

Los vecinos dicen vivir en una situación de "desamparo absoluto" y se ven en "peligro de extinción", pero continuarán su lucha para no ser "expulsados" de su propio barrio, añade Gordon, que alerta, además, del "turismo de borrachera" que inunda las calles de Malasaña, también de suciedad.

PERSEGUIR A LOS "LATEROS"

La Policía Municipal ha tomado cartas en el asunto ya que entre sus prioridades está solucionar estos problemas de convivencia.

Para ello se ha centrado también en la persecución de la venta ambulante de alcohol, o lo que es lo mismo, de los "lateros", que tienen una importante clientela en los jóvenes del botellón.

Durante las patrullas, los agentes localizan al grupo, comprueban que están consumiendo una bebida alcohólica, lo señalan en el boletín de denuncia, identifican al infractor y extienden la denuncia.

Junto a la acción policial, el ayuntamiento ha puesto en marcha también la iniciativa "Acción Botellón", desarrollada por Madrid Salud, un organismo que gestiona la política municipal en esta materia, incluidas las drogodependencias y otras adicciones.

Trabajadores de este organismo recorren las zonas de ocio o las fiestas patronales de la capital y de los barrios, y hasta altas horas de la madrugada conciencian a los jóvenes de los riesgos del consumo de alcohol y de las consecuencias que puede tener no solo para su salud sino también para sus bolsillos.

Un consumo en la vía pública que, como explica a Efe la trabajadora social Ana Álvarez, ha variado, de tal manera que de los "macrobotellones" se ha pasado a pequeños grupos reunidos, sobre todo, a las puertas de los bares.

LA FIESTA ¿EN EL ADN DE MALASAÑA?

Alicia López tiene 27 años y hace dos meses cumplió su sueño de alquilar un estudio en la calle Velarde.

Una mañana fue a visitar el inmueble, del que quedó "prendada", y rápidamente pagó la fianza. Sin embargo, su sueño acaba cada noche en pesadilla. No puede dormir.

Antonia tiene 72 años y es una vecina de Malasaña de toda la vida. A determinadas horas ya no se atreve a salir por la noche de su casa. "Siempre hay jóvenes en el portal y no quiero dejarles beber en el rellano", dice a Efe mientras se dirige a su casa tras hacer la compra.

Pero todas las voces no suenan críticas. Un residente del barrio, Felipe Álvarez, de 23 años, lo tiene claro: la fiesta forma parte del ADN de Malasaña, zanja.

Lo que no quiere nadie es que el barrio muera víctima de su propio éxito.