Escribo aprovechando la siesta de la miembro más joven del nuevo “grupo de trabajo” que se ha creado en casa desde hace unos días. Ludovica tiene un poco menos de dos años.
Vernos desde hace cinco días en casa para ella es extraño, sobre todo para una niña que ama las rutinas en las que cada uno tiene su propio papel, horarios definidos y responsabilidades claras. Su rutina hasta la semana pasada era despertador a las 8, desayuno, llegada de la cuidadora, saludo a los progenitores que se van al trabajo, mañana jugando con la cuidadora, comer, pasear por el parque, esperar trepidante la noche para que papá y mamá vuelvan a casa.
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