El franquismo censuró

Entre 1943 y 1947 la dictadura franquista recibió 13 peticiones de publicación de siete títulos de la obra de la escritora Virginia Woolf, que trataron de hacerse un hueco entre la población española tras el reciente fallecimiento de la autora británica, en 1941. El director general de Propaganda permitió a los españoles leer Fin de viaje (1915), Flush (1933), La señora Dalloway (1925), Los años (1937), El cuarto de Jacob (1922), La casa encantada, Tres guineas (1938), Hojas sueltas, Noche y día y La muerte de una polilla.

Pero Orlando (1928), no. Del aluvión para difundir la obra de la autora británica, el franquismo rechazó únicamente la publicación de Orlando, tal y como acaba de ejecutar el PP en Valdemorillo contra una adaptación teatral de la novela en la que Woolf trataba temas tabúes en el momento de su publicación, hace casi un siglo.

La homosexualidad, la sexualidad femenina y la artificialidad de los papeles asignados por el género fueron demasiado para la inquisición franquista. Orlando nunca dejó de ser la misma persona después de convertirse en mujer y al PP de Alberto Núñez Feijóo esto le pareció inapropiado, casi ocho décadas después de ser prohibida por la censura de la dictadura. Las pruebas se conservan en la Sección de Cultura del inmenso Archivo General de la Administración (AGA), en Alcalá de Henares, junto a las decenas de miles de expedientes de la censura fascista con la que se condicionó el pensamiento de la ciudadanía entre 1938 y 1983, último año de actividad del organismo censor. En estos almacenes de memoria se encuentra el informe que acabó con la posibilidad de importar la traducción al castellano que había realizado Jorge Luis Borges y Leonor Acevedo, en 1937, nueve años después de haber sido publicada Orlando.

Woolf dedicó este libro a su amante, la aristócrata poeta Vita Sackville-West, que vestía como hombre. En 2008 la académica Leah Leone realizó una revisión crítica de la traducción de Borges, en la que confirmó lo que el propio escritor había adelantado: había puesto mucho de su parte. Leone concluye que la crítica al patriarcado que realizó Woolf quedó arrinconada por la traducción de Borges. “La popularidad de la traducción de Borges es inquietante ya que al analizar el proyecto se revela la neutralización o hasta el sabotaje de los elementos del género que han hecho de Orlando un texto fundamental de los estudios feministas y queer”, indica el estudio de Leone.

“A lo largo de la traducción hallamos el privilegio de lo masculino, la atenuación de pasajes chocantes y algunos cambios radicales que parecen manifestaciones concretas de la propia opinión de Borges”, explica la autora. El autor argentino manifestó sus posturas conservadoras y eliminó palabras y frases completas, además de alterar pronombres. “Borges introdujo afirmaciones explícitamente contrarias a las de Woolf”, sentencia Leone. Esta versión se sigue usando en reediciones contemporáneas.

A pesar del boicot a los presupuestos de Woolf, la traducción y censura de Borges no fue suficiente para el franquismo. La petición de importación de 1.000 ejemplares está fechada el 24 de julio de 1944 y firmada por Manuel Borrás de Quadras, director gerente de Casa del Libro, nombre con el que los dueños tuvieron que rebautizar por imperativo franquista a la librería Catalònia, fundada en 1924. No recuperó el nombre original hasta finales de 1976 y fue adquirida en 1998 por el grupo Bertelsmann hasta que cerró en enero de 2013.

Borrás de Quadras pedía permiso para importar un millar de ejemplares de la novela publicada por la Editorial Sudamericana. Dos semanas más tarde, el 8 de agosto de 1944, la autoridad suspendió la petición de Casa del Libro para vender en el establecimiento ejemplares de la novela inédita en España. Antes del rechazo de Orlando, el librero pidió permiso esa misma semana para traer ejemplares de Al faro y La señora Dalloway, de la misma editorial. Todas las peticiones fueron aceptadas a lo largo de ese año. Y con un año de retraso, en diciembre de 1945, aprobaron la comercialización de La señora Dalloway.

La editorial Sudamericana, que recogió las labores iniciadas por la editorial Sur, fue fundada en 1939 por el catalán Rafael Vehils, que convenció a una parte de la élite argentina para financiar el proyecto. En América había divisas y papel, además de acceso al comercio continental y europeo. Pero las diferencias ideológicas en la cúpula empresarial, entre argentinos y españoles, no tardaron en aparecer. Así lo recordaba Victoria Ocampo, la principal inversora del proyecto, en sus memorias. Las posturas cercanas al franquismo de la parte catalana de la empresa chocaron con el talante antifranquista de Ocampo. La situación se resolvió de manera favorable a Antonio López Llausàs, hasta ese momento gerente de la editorial y director desde 1939 de Sudamericana, papel que ejerció desde Buenos Aires. López Llausás había fundado con Manuel Borràs de Quadras y Josep Maria Cruzet la mencionada librería Catalònia, que en 1944 aspiraba a vender las traducciones de Virginia Woolf en la posguerra española.

En los expedientes que se conservan en el AGA no se adjuntan los argumentos en contra de Orlando. Simplemente aparece el lapicero rojo del censor para expresar su decisión, tajante: “Suspendida”. Y la fecha: 8-8-44. Un año más tarde, en los últimos días de 1945, la Delegación Nacional de Propaganda cambia de parecer y autoriza la importación de algunos ejemplares de Orlando, en la traducción de Borges. De los 1.000 que había solicitado Manuel Borrás de Quadras un año antes, ahora pide permiso para unos escasos 200 ejemplares. El 6 de febrero de 1946 le autorizan la venta insignificante de la obra prohibida. Era una nueva forma de censura.

La primera vez que Orlando sale a las librerías españolas sin censura sucede muchos años más tarde, en 1978. Es gracias a la petición que hace Ignacio Javier Pérez Diez, de la editorial Edhasa (fundada en 1946 por López Llausàs), que reclama ante la Dirección General del Libro y Bibliotecas del Ministerio de Cultura una tirada amplia, de 5.000 ejemplares. En el informe, redactado tres años después de la muerte del dictador, se reconoce que Virginia Woolf “está considerada como un “clásico” dentro de la literatura inglesa contemporánea”.

“La novela que nos ocupa, Orlando, es una de sus más grandes obras, escrita a principio de los años treinta, nos va relatando la historia, a través de tres siglos, de un atractivo y misterioso muchacho, que en los años veinte reencarna en una bella y hermosa mujer. Esta novela ya es conocida del lector español”, asegura el informe censor en democracia. Conclusión: “No impugnable”, en el año 1978. En 2023, en Valdemorillo, sí ha sido impugnada como en 1944.

El 7 de septiembre de 1945 el editor José Janés, catalán de 32 años muy interesado en introducir la literatura inglesa al mercado en castellano, pidió permiso para publicar El cuarto de Jacob, la tercera novela de Woolf, para la que reclamaba una tirada de 3.000 ejemplares. El 17 de septiembre de 1945, el Director General de Propaganda responde a la petición de autorización de la publicación de la obra que podrá publicar el título siempre y cuando “suprima lo indicado en la página 90”. El ejemplar censurado no se conserva en el AGA y no podemos comprobar las tachaduras del censor.

El director general de Propaganda avisa que si quiere la tarjeta de autorización definitiva, antes de publicarlo tendrá que presentar las galeradas con las supresiones hechas para confirmar el recorte. Muchos de estos libros siguen publicándose con los tajos ejecutados por la censura franquista. Unos días antes de la comunicación del máximo responsable de la Propaganda franquista, el censor le había entregado su informe tras la lectura del libro de Woolf.

Jesús Miralles firma el 13 de septiembre de 1945 muchas otras propuestas de eliminación, hasta en cuatro páginas. Y después de indicar que no atacaba al dogma, ni a la moral, la Iglesia o a las instituciones del Régimen, responde que el importante texto modernista —con el que Woolf rompe con las convenciones de sus dos primeras novelas— tiene un “escaso” valor literario. Y pasa a observar: “Intrascendente relato de la vida de un escéptico joven inglés contado desde el punto de vista mental de la autora sin desviaciones que pasen de lo reglado”.

Las olas (1931) también padeció el ataque de la censura, primero con la prohibición en 1953 y, luego, en 1957 padeció una doble lectura. Al primer censor le pareció correcta. Pero el siguiente informe es negativo e impidió la publicación de la novela e indició tachaduras hasta en 29 páginas. El censor reconoció su valor literario, pero no recomendó la publicación. “Es sumamente difícil resumir el espíritu de este libro; es una novela fuera de serie, a veces amargamente existencialista, a veces romántica, en todo caso rezumante de una rara sensualidad, oscura, ininteligible […] De indudable calidad literaria, pero a mi juicio un engendro que no puede autorizarse”, puede leerse en el informe conservado por el AGA. En este caso sí se incluye una copia de la galerada que presentó Janés al Servicio de Censura.

La prohibición contra Las olas se levantó en 1972, cuando habían pasado seis años de la entrada en vigor de la nueva Ley de Prensa e Imprenta (BOE del 19 de marzo de 1966). La norma relajó las prohibiciones y un año después de su publicación permitió la llegada a las librerías españolas del fundamental ensayo Una habitación propia (1929). Esto dice el censor en su informe: “Se trata de una especie de novela narrativa en torno a las condiciones históricas por las que ha pasado la evolución social de la mujer, señaladamente como escritora de novelas, y lo que necesita para conseguir su emancipación: independencia económica y personal. Nada particular”. El franquismo autorizó a Seix Barral la publicación del libro, con traducción de Laura Pujol y una tirada inicial de 4.000 ejemplares.