El ultraderechista Milei llega con ventaja a las cruciales elecciones de Argentina

En las elecciones presidenciales de este domingo, Argentina puede dejar atrás seguridades con las que convivió durante décadas, más allá de severas turbulencias. Para muchos, ese pasado dejó de despertar la ilusión de un país socialmente integrado y pasó a ser sinónimo de abatimiento, sentimiento que explica la posibilidad de que el ultra Javier Milei sea consagrado presidente.

Aunque los portadores del “voto bronca” que postulan a Milei se entusiasman con una victoria en primera vuelta, sin necesidad de votar el 19 de noviembre, nada está dicho.

El antecedente de las primarias del 13 de agosto marca lo ajustado de la disputa.

El economista surgido de forma fulgurante de los platós televisivos resultó ganador con el 29,8% de los votos, seguido por la suma de los candidatos de la coalición conservadora Juntos por el Cambio, con un 28%, y los de la peronista Unión por la Patria, que alcanzaron un 27,3%.

De acuerdo a las encuestas, esa horquilla inferior a los tres puntos se habría expandido, con el ultraderechista (53 años) en el orden del 35%; el peronista Massa (51), con cerca del 31%; y la derechista Patricia Bullrich (67), con algo más de 25%. La abogada trotskista Myriam Bregman (52) y el peronista de centroderecha Juan Schiaretti (74) completan el escaparate electoral, con menos del 5% de votos probables cada uno.

Con esos porcentajes, Milei no podría evitar la segunda vuelta, porque la Constitución exige un suelo del 45% o del 40% con diez puntos porcentuales de diferencia sobre el segundo para que el presidente sea consagrado en primera vuelta. El antecedente de la sorpresiva victoria de La Libertad Avanza en agosto disparó la idea generalizada de que hay un voto oculto a Milei, que podría volver a florecer el domingo.

Las propuestas extremistas de Milei y la prolongada crisis inflacionaria de Argentina dan a estas elecciones un tinte dramático. “Con el candidato de la Libertad Avanza está en juego el avance democrático de Argentina”, resume ante elDiario.es Marcelo Leiras, profesor de Políticas Públicas de la privada Universidad de San Andrés e investigador Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, una de las instituciones que Milei se propone eliminar o reducir a la mínima expresión.

Las muestras del autoritarismo del candidato de La Libertad Avanza han sido múltiples. Desde amenazas de que eludirá al Congreso, donde no tendrá mayoría, hasta advertencias de represión y cárcel para toda protesta social. El economista ha insultado a viva voz a todo aquel que lo contradijera, además de haber dejado claro su negacionismo sobre el terrorismo de Estado (1976-1983), al apuntarse a la teoría de los “excesos”, mismo argumento sostenido por las defensas judiciales de los represores.

“Está diciendo con absoluta claridad lo que se propone hacer, por lo que sería un grave error minimizarlo como si fuera una mera estrategia electoral”, agrega Leiras.

El candidato de La Libertad Avanza ha dicho infinidad de veces que los problemas de Argentina comenzaron con lo que denomina “populismo”, hace poco más de un siglo, en referencia al primer gobierno electo por voto popular y secreto, en 1916.

“En su relato, la debacle comenzó cuando Argentina dejó de ser una república oligárquica predemocrática, y define como un ‘calvario’ a los últimos 40 años, que son precisamente los de la consolidación de la democracia. Por el contrario, cuando el Estado atacó al pueblo argentino, durante la última dictadura, para él ocurrió una ‘guerra’”, enumera Leiras, quien en 2019 apoyó junto a un grupo de intelectuales y docentes la candidatura del peronista Alberto Fernández, y ahora apoya a Unión por la Patria.

El avance de Milei rodeado de un grupo reducido de consultores, docentes de universidades privadas, influencers, periodistas y antiguos militantes de derecha se da a costa de las dos principales coaliciones.

Con un partido prácticamente inexistente, el economista tuvo como plataforma de lanzamiento su puesto laboral en Corporación América, un conglomerado de los más importantes de Argentina que tiene entre sus activos un canal de televisión en el que Milei se potenció como un referente estridente.

Juntos por el Cambio sobrelleva las consecuencias del gobierno de Mauricio Macri (2015-2019), que ensayó reformas que sumieron al país en una recesión y dieron paso a un endeudamiento récord. Aunque esa coalición mantuvo un suelo de apoyo alto, una pelea árida por la sucesión del liderazgo de Macri terminó por erosionar a sus principales dirigentes.

Bullrich, ganadora de esa lucha interna, es una política veterana surgida del peronismo de izquierda en la década de 1970 y derechizada con el paso del tiempo. Esta exministra de Seguridad paga el precio de haber coqueteado con Milei desde que ambos denunciaban las restricciones de la pandemia como imposiciones dictatoriales. El cálculo salió mal. Como el economista de ultraderecha ganó las primarias obligatorias, la opción más tentadora para “destruir al kirchnerismo”, como postuló la candidata de Juntos por el Cambio durante toda la campaña, quedó descolocada.

“Si Bullrich se quiere radicalizar, teniendo para elegir por el mismo precio la marca de primera y la marca falsa y cinco veces inferior en calidad, compras la primera marca", sentenció Milei tras su victoria. De aquel idilio durante la pandemia no quedó nada y hoy los candidatos de las derechas se enfrentan en los tribunales por agravios de campaña.

“Tanto Milei como Bullrich ofrecieron una versión de distinta intensidad de la misma receta, que consiste en producir un shock sin mirar el coste social, se supone que para dar señales de fomento de la inversión”, describe Leiras.

Con buen olfato para percibir el cambio de rumbo, Macri no ocultó su alegría por el ascenso de Milei. El único reparo esbozado por el expresidente sobre el economista es que carece de equipos y no tendrá gobernadores aliados ni mayorías en el Senado y en el Congreso de los Diputados, además de que a veces lo nota violento. La sintonía de Macri sobre “las ideas liberales” de Milei dañó la estrategia de Bullrich, quien en un giro de última instancia comenzó a alertar sobre los peligros para la democracia que representa su rival.

Cualquier analista concluiría que Massa no debería ser el candidato del frente peronista. Para empezar, porque es el ministro de Economía de un país con más del 10% de inflación mensual. Desde que ocupa el puesto, en agosto de 2022, el índice mensual de precios se duplicó y Argentina llega a las elecciones con zozobra fiscal y financiera. Massa no es un dirigente especialmente apreciado dentro del peronismo, porque su fama de individualista y los pasos erráticos del pasado fueron alimentando cierta desconfianza. Tampoco tiene ascendencia sobre el progresismo ni la izquierda, que lo observa con distancia.

Sin embargo, Massa podría pasar la primera vuelta y hasta podría ganar la segunda vuelta. ¿Cómo se explica?

“Dada la magnitud de los desafíos que enfrenta Argentina, la pureza ideológica de los liderazgos es secundaria. Los sectores más desfavorecidos necesitan crecimiento económico y Massa puede resolver los problemas sin agregar sufrimiento social”, indica Leiras.

El entrenamiento en las campañas le dio a Massa una marcada habilidad para entablar diálogo con un arco que va desde organismos de derechos humanos hasta empresarios que reclaman contra diversas distorsiones en la economía, como restricciones para acceder a divisas, los múltiples tipos de cambio y el escaso o nulo acceso al crédito. El candidato peronista es tan versátil que se abraza con el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y el uruguayo Pepe Mujica, a la vez que se atribuye contactos con políticos estadounidenses tanto demócratas como republicanos.

Massa se vio favorecido por dos circunstancias. Por un lado, la deriva de las dos derechas le permitió edificarse como el candidato posible para votantes con tendencia peronista y de izquierda. El “voto útil” a Unión por la Patria puede costarle a Bregman, candidata del Frente de Izquierda y los Trabajadores.

A su vez, el ministro de Economía se erigió como superviviente de un gobierno que estuvo atravesado de principio a fin por la pelea entre el presidente Fernández y la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner. La disputa se tornó agobiante e inasumible para gran parte de quienes votaron a ese binomio en 2019 como una forma de pasar la página del endeudamiento de Macri. Massa hizo equilibrios y quedó en el centro de la escena.

El ocaso de Cristina Fernández, una figura que dividió aguas durante dos décadas, es un dato resultante de estos comicios. Aunque sigue siendo una figura popular para un cuarto de la población, su campo de acción ha quedado sustancialmente acotado.

El nuevo liderazgo del peronismo está en el aire. “En la medida en que Massa ponga en marcha un proyecto que responda a los problemas que tiene la Argentina, la reorganización del peronismo va a ocurrir; de lo contrario, seguirá siendo una confederación de liderazgos provinciales sin mirada nacional”, analiza Leiras.

El docente menciona también el papel de Axel Kicillof, el gobernador de la provincia de Buenos Aires que este domingo podría ser reelegido y levanta banderas con más peso ideológico. Su lema de campaña ha sido “derecha versus derechos”. Aunque Kicillof y Massa difieren en su pasado, su construcción política y su estilo de vida, durante estos meses conformaron un tándem que dará que hablar en caso de victoria.

Milei ha declamado con liviandad que cerrará o venderá empresas estatales, privatizará el sistema de pensiones y desmantelará programas culturales, científicos, sanitarios y sociales. Todo ello, con el norte puesto en la dolarización, es decir, la eliminación del peso como moneda nacional y su reemplazo por la divisa estadounidense.

La dolarización encierra múltiples complejidades y causa alarma incluso en la ortodoxia financiera. Ni Milei ni su reducido equipo de colaboradores, ninguno de ellos con experiencia sólida en cargos públicos de relevancia o prestigio académico, aportaron detalles sobre los pasos a seguir.

Cierto regodeo con la provocación reaccionaria domina las propuestas de Milei. Algunas de ellas son conocidas, como la libre venta de órganos y de niños, o la resignación de la lucha por la soberanía de las islas Malvinas, disputada con el Reino Unido desde hace dos siglos.

Como muestrario, sólo en los últimos 15 días, personas clave del entorno de Milei propusieron romper relaciones con el Vaticano hasta que finalice el papado de Francisco; comercializar ballenas y todo animal vivo, porque darlos en propiedad los salvaría de la extinción; y permitir a los hombres no hacerse cargo de sus hijos “porque las mujeres pinchan forros [preservativos] para engancharlos”.

El 12 de octubre, en Argentina se conmemora el Día del Respeto a la Diversidad Cultural. Victoria Villarruel, candidata a vicepresidenta de La Libertad Avanza y abogada vinculada a las defensas de los represores de la dictadura, proclamó el “Día de la Hispanidad, orgullosos de nuestras raíces”, terminología que no utilizaban ni los sectores más retrógrados de la derecha.

Una explicación que recorre el espectro político y periodístico es que Milei no es votado por su propuesta de extinguir el Estado ni por ideas extravagantes, sino por su capacidad de catalizar el enfado social.

El producto interior bruto (PIB) de 2021 fue inferior al de 2012. El año pasado superó aquella marca, pero en 2023 la economía se enfrenta a una nueva recesión por la sequía más grave en al menos 60 años. Los ingresos de los trabajadores, la calidad del empleo y los indicadores de pobreza son hoy peores que hace una década.

La crisis incluyó el último mandato de Cristina Fernández (2011-2015), en el que la economía estuvo estancada. La experiencia de Macri (2015-2019) derivó en una aguda recesión y una deuda impagable, y el ciclo de Alberto Fernández (2019-2023) comenzó con el abismo de la pandemia, siguió con una recuperación muy acelerada, chocó con la guerra de Ucrania y termina en modo de emergencia este año, con riesgo de hiperinflación en el horizonte.

Esta sucesión de fracasos bajo gobiernos de distinto signo, desde el intervencionista sin sustento fiscal de Cristina a la especulación financiera de Macri, potenció el agobio social y una narrativa derrotista que describe el presente en términos de catástrofe, y pone como espejo al resto del mundo y a la propia Argentina de décadas atrás.

Bien medidas, ni una cosa ni la otra son enteramente así. El país idealizado con una pobreza casi inexistente de la década de 1970 no es real. Con la misma metodología que hoy mide 40% de pobres, la cifra a mediados de aquella década se ubicaba en torno al 17%, según diversas estimaciones. En 2002, el pico superó largamente el 60% y llegó a 27% en 2015. Con todo, Uruguay, Chile y Argentina destacan en Suramérica como las economías con mejor índice de desarrollo humano (PNUD) y menores tasas de pobreza e indigencia, si se utilizan mediciones equiparables.

Durante un tiempo, la estridencia de Milei cayó simpática en la elite económica y en los principales grupos mediáticos, como Clarín, La Nación y América. Sus gritos e insultos se mostraban útiles para exponer al gobierno peronista, sometido, a su vez, a sus propios déficits de gestión.

La escena viró con la hipótesis factible de que Milei llegue a la Casa Rosada. Los mismos estamentos de poder que le tendían la alfombra roja hoy se debaten entre dar sustento a la aventura ultraderechista para que no naufrague, o denunciar los peligros que supone.