El Último de la Fila, o hacia una ecología de la comunicación

Sucede incluso cuando se observa una vieja fotografía y no nos reconocemos en el rostro que aparece en ella. Se produce una distancia insalvable entre el yo del presente y aquel que retorna desconocido del pasado. Con él regresan viejos fantasmas que creíamos olvidados pero que nos siguen interpelando. Algo así debe ocurrir en el momento en que los compositores revisan su viejo repertorio. La sociedad ha cambiado mucho, también su lenguaje y sensibilidad, y lo que entonces se consideraba visible, audible y decible puede resultar extraño con el paso del tiempo.

No siempre envejecen bien las fotografías, como tampoco lo hacen algunas canciones, que tienen que modificar una palabra que ya no significa exactamente lo mismo que antes. Ha ocurrido últimamente y lo han llamado cancelación, aunque más bien se trata de reconocer que las producciones culturales no son eternas ni universales, sino radicalmente históricas, y no siempre van a encontrar la complicidad de sus interlocutores al otro lado de la partitura.

Sin embargo, con Desbarajuste piramidal, el disco de regreso de El Último de la Fila, donde Manolo García y Quimi Portet se reencuentran después de su separación hace 25 años para volver a tocar algunas de las canciones más celebradas de su carrera, no se percibe un vacío abisal entre esas canciones y nosotros. Seguramente esto ocurre porque El Último de la Fila quiso trascender su específica realidad histórica –aunque la historia siempre termina permeando el texto, como se verá–, construyendo un nuevo mundo a medida que lo imaginaba con sus canciones. Y sin embargo esta construcción de mundo nos dice mucho del momento histórico en que se escribieron tales canciones. Decía Juan Carlos Rodríguez en De qué hablamos cuando hablamos de literatura que en el capitalismo avanzado o posmoderno ya nadie vive –ni mucho menos muere– por la literatura. Ha desaparecido el pathos que había definido históricamente lo literario, fuera desde el compromiso o las vanguardias. Ahora nadie vive por la literatura, pero sí pretende vivir de la literatura, que se ha convertido en una mercancía más en el mercado capitalista.

El Último de la Fila, como último reducto de esa concepción de la literatura, muestra su resistencia a la mercancía configurando con sus canciones una esfera autónoma regida por un lenguaje y unos códigos propios, radicalmente diferenciada del campo cultural hegemónico, que se basa en celebración hedonista y narcisista del consumo que llega desde 'la movida'. “Lejos de las leyes de los hombres”, como reza el título de una de las canciones, la autonomía de la literatura produce un lenguaje otro, alejado de la lengua prosaica de una sociedad gris que rechazan los poetas que la habitan y que buscan trascenderla por medio de la poesía. Hay un compromiso con el lenguaje, una búsqueda de un nuevo lenguaje que sea capaz de simbolizar las verdades que se le escapan a la lengua cotidiana. En las canciones de El Último de la Fila opera esta lógica que da lugar a letras ciertamente herméticas que invitan a múltiples lecturas e interpretaciones, “suponiendo que haya algo que interpretar”. Esta búsqueda de un lenguaje diferenciado se reconoce en la dimensión poética de sus letras –desde Dulces sueños hasta Lápiz y tinta o Sin llaves– y en el alto contenido surrealista de otras composiciones –Vestidos de hombres rana posiblemente sea el ejemplo más claro de todos los temas que incluye Desbarajuste piramidal–, donde el referente de la metáfora se pierde y la relación entre el significante y significado se vuelve del todo arbitraria.

Este lenguaje otro que produce la literatura autónoma requiere a la vez que construye un lector activo capaz de enfrentarse a ese nuevo lenguaje, que le incita a adentrarse a su mundo diferenciado y poético para refugiarse del mundo dominado por el discurso prosaico e inmediato de la canción comercial. Podría interpretarse como un gesto reaccionario, al expulsar de esa esfera restringida a aquellos lectores que carezcan de la sensibilidad suficiente para comprender su lenguaje. Pero parece desmentir esta hipótesis el éxito interclasista de sus discos, especialmente celebrados en los desolados paisajes de las periferias urbanas de la reconversión industrial, golpeadas por la heroína y el paro estructural, cuyas estrechas conexiones con la contracultura en el tardofranquismo ha analizado muy bien Germán Labrador en su Culpables por la literatura. Late en esta concepción de la poesía una potencia política. Diríamos con Jacques Rancière que esta poesía se inscribe en un régimen estético que promueve un nuevo reparto de lo sensible. Es política, o tiene potencia revolucionaria, en la medida en que desestabiliza orden representativo, donde cada cosa no es sino lo que parece. Más allá de la superficie de los objetos se halla un imposible que solamente con una imaginación y una sensibilidad distintas es posible aprehender. Lograrlo, o al menos intentar su simbolización, ensancha el mundo a través del lenguaje, de ese lenguaje nuevo que hay que inventar para narrarlo y construirlo. Lo que es restringido es el mundo constituido, la función del lenguaje poético es ampliarlo.

Hay una búsqueda constante de ese lenguaje otro, de ese lector cómplice y de ese otro mundo posible en las canciones de El Último de la Fila. Esta búsqueda se genera desde una matriz animista de la literatura. Tal y como lo teorizó Juan Carlos Rodríguez en su Teoría e historia de la producción ideológica, la matriz animista promueve la lógica constitutiva de la literatura como encuentro y comunicación entre dos almas libres que se dan cita en el texto literario; pero también del amor, que es asimismo el fruto de un encuentro de almas bellas que se vehiculan a través de la mirada de los amantes. La matriz animista produce buena parte de la producción poética del grupo de rock catalán: la mirada y la comunicación son dos constantes en sus canciones.

Será a través de la mirada, como ocurre por ejemplo en Mar antiguo, que se alumbrarán nuevos mundos: “No hay otros mundos, pero sí hay otros ojos”. Los ojos hacen viable la posibilidad de escapar de un mundo dominado por el cansancio y la ansiedad (así definido en la primera estrofa) y acceder a un “futuro azul”, como se dice más adelante. Los ojos son una apertura a un nuevo mundo que se habita al tiempo que se imagina, la mirada es constitutiva de otra vida posible. Pero, a la vez que constituyen mundo, constituyen también un nuevo sujeto con el alma despierta y encendida, con una sensibilidad para habitar ese mundo ahora dominado por el corazón: “Tiro de fuego de tu mirada / ala de cuervo que me agita el alma”, como clama un verso de A veces se enciende.

La búsqueda de la comunicación con el otro, para encontrar refugio en sus palabras, se encuentra en canciones escritas en forma de carta, como son Llanto de pasión y Querida Milagros. En la primera el sujeto poético recuerda su amor de adolescencia tras encontrarse por casualidad en el interior de un libro un viejo dibujo de ella, y piensa entonces en escribirle, después de tanto tiempo. Es como si en el dibujo reposara todavía, cuando los cuerpos llevan tanto tiempo separados, el alma y la voz de la amada, que reviven en la escritura –“Casi te puedo imaginar / al ver tu firma en un papel”– y le conducen de nuevo a ese viejo escenario habitado por los amantes: “Hola, ¿qué tal Lico Manuel? ¿Qué tal? / Vamos, pero dando la vuelta. / Espera, no me abraces aún / que está mi madre en el balcón”. Sin embargo, la nueva carta no se escribe, ella no volverá jamás y él no experimenta sino cansancio en una nueva realidad histórica con un referente ahora claro, que permea el texto: el de la reconversión industrial que ha cambiado por completo el rostro del barrio. Aunque exista todavía el bar donde escuchaban su canción, “ahora ya no van a merendar / los de la fábrica de gas”. Ese viejo mundo del trabajo, desaparecido con el desarrollo de las nuevas relaciones de producción del capitalismo financiero, deja un paisaje de ruinas modernas, como las que se narran en Trabajo duro –tema no incluido en Desbarajuste piramidal– en el que el sujeto poético habla con un interlocutor ausente y fantasmal, posiblemente su padre, sobre el trabajo oscuro y bajo tierra en los valles mineros.

Querida Milagros, por su parte, una canción de temática antimilitarista, es una carta que el soldado Adrián, muerto en el campo de batalla, le había escrito a su novia antes de morir. La esperanza en el amor como vía de escape del absurdo de la guerra y de tanta muerte, que nada tiene que ver con ellos, sirve para construir un mundo paralelo en el momento de la enunciación, pero cuando la carta se recibe, ese mundo imaginario ya se ha derrumbado. Sin embargo, la muerte del cuerpo no implica la muerte del alma, inscrita en las palabras que la vehicularán hasta llegar ante los ojos de la amada, haciendo posible la comunicación después de la muerte.

En las letras de El Último de la Fila hay un intento constante por encontrar un interlocutor; sin embargo, las almas se topan en este mundo material con demasiadas interferencias, y el amor se vuelve imposible. Es lo que ocurre en canciones como Aviones plateados o Sara. En una habitación desordenada, con libros y discos por el suelo, con barba de 15 días, sin comer y con un cansancio que provoca incluso la caída de la letra d intervocálica en los participios en la segunda parte de la canción, Aviones plateados nos presenta a un sujeto en fase depresiva ante la pérdida del objeto amado: “Siempre suelo querer lo que no tengo, / y ahora que ya no estás aquí / me voy consumiendo”. El inconsciente capitalista provoca que cuando se cierra la posibilidad del consumo de los cuerpos al sujeto no le queda otra que consumirse. Pero en ese dejar de ser se aprecia asimismo la toma de conciencia, y aun la deconstrucción, de este sujeto que asume que el relato patriarcal en el que se movía, basado en la concepción de la mujer como posesión y conquista, empieza a disfuncionar con la constitución de las mujeres como sujetos libres que se han reapropiado de su cuerpo y de su deseo: “Credenciales de posesión / qué tontería. / Estos celos me han abrasao, /no sé qué me creía”. Pero el problema es la comunicación y se condensa nuevamente en una carta y una mirada: “Y tu carta me confundió, / ahora lo entiendo. /Tu mirada me lo advirtió, / Tu 'jamás vuelvo'”.

Parecido es lo que le ocurre al sujeto poético de Sara, que es incapaz de encontrar “el secreto azul que se esconde en tus ojos tibios de animal. / Secreto suave que he perseguido / tantas noches en tu piel”. La referencia a la condición animal no es baladí, más bien es otro de los elementos constitutivos de la poética de El Último de la Fila. Al no captar el secreto de sus ojos, al no producirse el encuentro entre las dos almas a través de la mirada, el amor se vuelve imposible, y la humanidad de los amantes se degrada hasta la animalidad: “Hubo un tiempo en que, sin quererlo, nos llegamos a odiar / como se odian dos animales, no dio para más”. Y más adelante confirma: “Sabes que solo soy un salvaje / y que nunca he dado para más”.

Sin comunicación, no hay humanidad posible. Solamente la poesía –y su lenguaje diferenciado– podrá redimir al ser humano, convertido en una bestia, como se dice en Dios de la lluvia. La poesía, como el dios de la lluvia, podrá “redimir / un mundo polvoriento y gris / hecho a medida / del triste reptil”. A través de la poesía, que construye un lenguaje otro capaz de nombrar lo innombrable, se podrá recuperar la comunicación, y con ella la humanidad y la posibilidad del amor. Frente a la palabra prosaica del mundo que promueve la incomunicación, la poesía despierta a las almas que podrán entrar en comunión.

La mirada, cuando vehicula el amor, constituye mundo, pero también nuevas subjetividades plenas que trascienden lo animal y son capaces de crear lugares de existencia ajenos al mundo prosaico que habitan y rechazan. Se crea a través de un lenguaje otro, que trasciende la utilidad, la inmediatez y la materialidad de la palabra de la lengua cotidiana (y del pop comercial), que promueve confusión y malentendidos, ruido e incomunicación. Frente a las palabras gastadas de la lengua común el poeta busca la palabra precisa que permita explorar lo más profundo del ser. Como no siempre es posible, porque la palabra está hecha de materia, interviene entonces lo que podemos denominar las ideologías de la música y el silencio, que conciben que solo es posible situar la verdad fuera de los muros del lenguaje, que lo imposible solo puede ser dicho al prescindir –o al salirse– de lo simbólico. Una melodía o la ejecución de un arpegio, como un suspiro o el silencio, puede decir más que un sustantivo acompañado de un adjetivo. Como se dice en Cuando el mar te tenga, es necesario huir, perseguir el silencio, como un primer paso para restituir la posibilidad del entendimiento y el amor: “Ahórrate esas palabras de amor / que nadie va a comprender, / ni tan sólo yo. / Si lo que vas a decir / no es más bello que el silencio, / no lo vayas a decir (…) Mientras todos duerman te amaré. / Cuando todos hablen huiré”.

Hay un exceso de ruido, de contaminación acústica, que impide toda forma de diálogo entre iguales, que interrumpe las miradas y los encuentros desde el lenguaje. Trascender el mundo prosaico y contaminado de palabras gastadas por medio de una ecología de la comunicación define el proyecto musical y la poética de El Último de la Fila que ha regresado 25 años después para recordarnos que otro mundo y otro lenguaje es posible para imaginarlo.