Argentina se prepara para la llegada de Milei a la Casa Rosada con una agenda ultra y debilidad parlamentaria

Javier Milei se convertirá este domingo en el octavo presidente de Argentina electo por voto popular desde la recuperación de la democracia, en 1983. Con apenas tres años de vida política en un partido y unos seis de agresiva presencia en las pantallas de televisión y redes sociales, este consultor de 53 años intentará llevar a cabo una agenda que se prevé ultraliberal en la economía, regresiva en los derechos sociales y alineada en política exterior con EEUU e Israel.

A las 12:00 del mediodía de Argentina (16:00 horas en España), Milei recibirá los atributos de mando en el Congreso de manos del presidente saliente, el peronista de centroizquierda Alberto Fernández.

De inmediato, trazará las líneas centrales de su gobierno, aunque romperá la tradición de pronunciar el discurso inaugural frente a los 257 diputados y los 72 senadores, ya que lo hará ante sus partidarios convocados en las afueras del recinto legislativo, en la plaza del Congreso de Buenos Aires. La jornada se completará con una recepción a las delegaciones extranjeras, una misa en la catedral de Buenos Aires y, entrada la noche, una función especial en el emblemático Teatro Colón.

El ultraderechista dará el pistoletazo de salida para usar la 'motosierra' con la que llevará la obra pública a la mínima expresión, eliminará ministerios, dependencias y programas que define como "gasto inútil" (de políticas de igualdad, feministas, antidiscriminatorios, científicos, de memoria histórica), cortará las transferencias discrecionales del Gobierno central a las provincias y comenzará a desmontar subsidios en las tarifas de los servicios públicos.

Según lo anticipado por el círculo más próximo a Milei, se espera que el presidente anuncie el mantenimiento e incluso la ampliación, al menos por un tiempo, de la asistencia directa a las familias más pobres, con el fin de amortiguar el impacto del salto inflacionario producto de la brusca devaluación del peso que marcará el primer año de su gobierno.

El extremismo de Milei se traduce en ausencias internacionales notorias para la toma de posesión de un presidente argentino, aunque también convocó a presencias inusuales. Participarán de la ceremonia inaugural el rey Felipe VI, los presidentes Gabriel Boric, de Chile; Luis Lacalle Pou, de Uruguay, y Santiago Peña, de Paraguay. Se sumarán Volodímir Zelenski, de Ucrania; y el primer ministro de Hungría, Víktor Orban.

La ausencia de mayor peso es la del brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, al que Milei ha insultado reiteradamente en el pasado. Desde hace décadas, Brasil es un socio comercial crucial y el de mayor incidencia política en Argentina y, en gran medida, también a la inversa. En cambio, Jair Bolsonaro y Santiago Abascal, socios ideológicos del nuevo presidente argentino, mantuvieron reuniones por separado viernes y sábado con el presidente argentino y se harán notar en los actos de este domingo.

Milei ha anunciado que alineará la política exterior argentina con los intereses de Estados Unidos e Israel, en un grado extremo que no registra antecedentes ni siquiera en otros períodos derechistas del pasado, tanto democráticos como dictatoriales. Hasta ahora, el Gobierno de Joe Biden ha tomado con cautela la relación con Milei, enemigo de China y admirador de Donald Trump. En cambio, Benjamín Netanyahu se mostró entusiasta con la decisión de Milei de trasladar la embajada argentina a Jerusalén y el apoyo absoluto a la matanza de civiles que Israel lleva a cabo en Gaza desde hace dos meses.

Milei llega al gobierno con pocos rastros de los influencers, periodistas y ultraconservadores marginales que lo acompañaron en su primera incursión electoral, en los comicios de medio término de 2021. Entonces, el economista alcanzó un 17% de los votos en la ciudad de Buenos Aires. Dos años después, obtuvo el 56% del voto a nivel nacional en la segunda vuelta presidencial del 19 de noviembre.

Los aventureros de 2021 quedaron recluidos en cargos parlamentarios o directamente fueron apartados. Queda en pie, con su poder intacto, “el jefe”, Karina Milei, la hermana del presidente que hasta las elecciones de hace dos años se dedicaba a la venta de tartas por Instagram, el tarot y la comunicación con espíritus de personas y animales. “El jefe” será una figura fundamental en la experiencia gubernamental de La Libertad Avanza, el partido creado por Milei, y será la secretaria general de la Presidencia.

En la medida en que el proyecto político fue tomando forma, el ultra priorizó relaciones de sus vidas pasadas. Los nombres del Gobierno de Milei tienen una pata en Corporación América, la empresa en la que el economista trabajó entre 2008 y 2021, y que le dio el empujón para dar la pelea en platós de televisión. De ese mundo provienen su jefe de gabinete, Nicolás Posse, el ministro del Interior, Guillermo Francos, el de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, y el de Infraestructura, Guillermo Ferraro.

Otro pilar del Gobierno ultraderechista está constituido por antiguos altos cargos del Gobierno conservador de Mauricio Macri (2015-2019). La coalición creada por este expresidente está en proceso de desintegración y su apoyo al Ejecutivo extremista se muestra desordenado, más propio de decisiones individuales o de alguna facción, pero el sello de ese origen está presente en la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich (candidata presidencial este año), el de Economía, Luis Caputo, y el presidente del Banco Central, Santiago Bausili, entre decenas de funcionarios que asumirán responsabilidades con amplio manejo presupuestario.

El punto más urgente que debe resolver Milei es su debilidad legislativa. Contará con apenas 38 diputados y siete senadores. Los apoyos de unos 40 diputados del ala más derechista de Juntos por el Cambio y de unos diez peronistas disidentes de derecha no le alcanzarán para aprobar proyectos. Su ambicioso plan de reformas de la jubilación, laborales e impositivas, y de privatizaciones difícilmente podrá avanzar si no logra doblegar la voluntad de los diputados y senadores peronistas que, por ahora, se mantienen unidos.

Desde 1983, en cada ocasión en que la sucesión presidencial significó una alternancia del color político, el clima imperante fue de zozobra y vértigo ante una crisis ya desatada o inminente. Esta oportunidad no es la excepción y el futuro ministro de Economía, Caputo, tituló que recibirá “la peor herencia de la historia”, frase ya utilizada varias veces por antecesores suyos.

Argentina vive una crisis de más de una década, que agotó a sus habitantes y alumbró el camino para la victoria del ultraderechista. El síntoma omnipresente de este período es la inflación, que habría sido superior a 13% en noviembre y completaría más de 140% en el año.

El último mandato presidencial de la peronista de centroizquierda Cristina Fernández de Kirchner (2011-2015) marcó un agotamiento del alto crecimiento y la sostenida mejora de todos los indicadores sociales y económicos de los primeros dos gobiernos kirchneristas (2003-2011). La “década ganada” promocionaba ese sector político, en un primer momento, se trató de un rebote desde el colapso de la economía neoliberal en 2001 y 2002.

Fernández de Kirchner chocó en su segunda presidencia con la escasez de dólares, la erosión por los casos de corrupción y la ofensiva internacional de los denominados fondos “buitres”, tenedores de deuda marginales que habían entablado una demanda multimillonaria contra Argentina. La líder peronista entregó el gobierno al derechista Macri con una economía en proceso de estancamiento, déficit fiscal sin financiación, liberada de deuda externa y con un amplio colchón de políticas sociales.

Macri emprendió una carrera por la deuda externa. Inundó la plaza de los mercados emergentes con bonos con jurisdicción extranjera y, cuando ese grifo se cerró, contrajo el mayor préstamo en la historia del Fondo Monetario Internacional por 44.500 millones de dólares. Entregó el país en 2019 en una aguda recesión, con la soga al cuello de la deuda externa y un sensible empeoramiento de todos los indicadores sociales y laborales.

En el ciclo de flujo y reflujo que marcó la política argentina en la última década llegó el turno para el peronista de centroizquierda Alberto Fernández (2019-2023). La derecha, con sed de venganza, comenzó un proceso de radicalización. Cuando comenzó la pandemia, líderes como Bullrich se lanzaron a las calles a denunciar una “dictadura” que impedía la movilidad.

Mientras los argentinos estaban encerrados, con sus ingresos menguados, escuchando partes diarios de muertes y contagios por el coronavirus, como buena parte del mundo, un personaje gritón, faltón y catalizador del enfado pobló las pantallas del prime time televisivo. Era Milei, el economista que apuntaba a “la casta” y culpaba al Estado como factor de todos los males. El escándalo que causaba con propuestas como la venta de órganos y su admiración por Margaret Thatcher, más que rechazo, despertó curiosidad.

Fernández gobernó el país en tiempos de pandemia y guerra en Ucrania maniatado por la deuda de Macri y deficiencias propias como líder. La vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, mentora de la candidatura de su exjefe de Gabinete, cruzó a la acera de enfrente y, apenas superado el primer año de gobierno, orquestó un ataque cotidiano y despectivo contra Fernández, mientras presionaba por aumentar el gasto en subsidios, ayudas y aumentos salariales con la única receta de la emisión monetaria.

Una sequía histórica desatada a fines de 2022 terminó de dar el golpe de gracia al Gobierno de Fernández. El fenómeno climático seccionó 25% de las exportaciones anuales argentinas en el momento en que Argentina se encaminaba a tres años seguidos de alto crecimiento por primera vez en más de una década. Allí entró a jugar un político pragmático y osado como Sergio Massa, designado ministro de Economía en agosto de 2022 y candidato presidencial en 2023.

Milei desbarató el tablero político. Cosechó votos de la coalición Juntos por el Cambio, creada por Macri junto a dirigentes conservadores y de centro en 2015. En la segunda vuelta de noviembre pasado, terminó absorbiendo todo el voto conservador, pero excedió con creces sus fronteras. Penetró en el voto popular de los suburbios de Buenos Aires, Córdoba y Rosario, y en las provincias del Norte y la Patagonia como nunca lo había hecho una propuesta conservadora no peronista en Argentina. 

La inflación descontrolada tiene un correlato en la escasez de reservas del Banco Central. La aceleración de los precios de los últimos dos meses, presionados por la promesa de dolarización de Milei, desdibuja todavía más la salida del Gobierno de Fernández y otorga margen a Milei para aplicar los planes que ejecutará su motosierra.

No obstante, hay elementos prometedores en el horizonte. La sequía terminó y las exportaciones agrarias de 2024 prometen recuperar todo lo perdido este año. A ello es sumará el acelerado crecimiento de la producción de petróleo y gas, que podrá ser exportado o ayudará a reducir importaciones a partir de infraestructuras llevadas a cabo por el Gobierno peronista o en ejecución. Otros nichos, como la economía del conocimiento y la minería mostraron vitalidad en los últimos años y podrían tomar un impulso mucho mayor. Si el Banco Central logra reconstruir sus reservas, la inflación podría comenzar a ser dominada. El camino no será fácil, pero es factible.

A su vez, Fernández restituyó políticas sociales y desarrolló una obra pública que mitigarán el ajuste, en la repetición a menor escala de un escenario que ya se evidenció en el traspaso de Cristina Fernández de Kirchner a Mauricio Macri, ocho años atrás. Por caso, Argentina exhibe los mejores indicadores de su historia en mortalidad infantl y materna, y redujo en más de 50% el embarazo adolescente en cuatro años. En el plano de la seguridad, es con diferencia el país de América Latina con menos homocidios por 100.000 habitantes.

Numerosos indicios en la cosmovisión de Milei y del expresidente conservador encienden alertas sobre si sabrán percibir a tiempo cuál es el límite de tolerancia para el ajuste de una sociedad propensa a sacar la protesta a las calles en cuanto baja el pulgar. No será lo único que se repita. Caputo, el ministro de economía de Milei, fue el titular de Finanzas con aquel Gobierno conservador. Como tal, fue el principal negociador del endeudamiento que todavía asfixia a la economía argentina.