Las distopías suelen plantear mundos futuros que nos alertan de dónde podríamos llegar si nada cambia. Las consecuencias del cambio climático, del auge de la extrema derecha… los miedos de una sociedad plasmados en forma de fábula para concienciar. El problema es que el mundo real ya está tan en destrucción que las distopías se han convertido en realidades. Ya no vale imaginar un mundo futuro corrompido, porque el presente se desenvuelve entre guerras, negacionistas, fascistas desatados y esa crispación que todos citan y que se palpa en el ambiente.