Israel prepara una guerra que durará meses sin saber qué hará con Gaza si derrota a Hamás

Benny Gantz fue el único dirigente importante de la oposición israelí que aceptó la oferta del primer ministro Netanyahu para entrar en el Gobierno de coalición. Como exjefe de las Fuerzas Armadas y exministro de Defensa, cuenta con los antecedentes militares suficientes para ser un fichaje relevante. En una de las primeras reuniones, preguntó cuál era el plan sobre Gaza para el día después del fin de los combates. Le dijeron que no había ninguno. Todo lo que no sea destruir a Hamás es irrelevante.

Como condición previa para entrar en el Gobierno, el exgeneral Gantz impuso que el auténtico Gabinete de guerra esté formado por sólo tres personas: Netanyahu, el ministro de Defensa, Yoav Galant, y él mismo. Además, estarán como observadores otro exjefe del Ejército que es de su partido y un ministro del Likud. De entrada, ha conseguido que se forme una comisión que estudie cómo responder a la pregunta de qué hacer con Gaza en el futuro. Frente a lo que se escucha en los discursos de sus políticos, "destruir a Hamás", en el caso de que sea un objetivo viable, no es una garantía de paz perpetua para los israelíes.

La venganza no es una estrategia militar, sino una respuesta emocional.

Gantz ha descartado que la ofensiva por tierra vaya a ser una incursión rápida. "Llevará mucho tiempo. La guerra en el sur, y si es necesario en el norte (Líbano) o donde sea, podría durar meses y la reconstrucción (del sur de Israel) llevará años. Sólo cuando la reconstrucción se complete, podremos proclamar la victoria", dijo el miércoles en el funeral de un alcalde muerto en el asalto de Hamás.

Meses significa una ocupación prácticamente total de Gaza, donde viven dos millones de personas, y continuas operaciones de combate contra un enemigo que ha tenido tiempo para atrincherarse y convertir cada barrio en una trampa.

"Va a ser difícil, largo e intenso", avisó el general Yaron Finkelman, jefe del Mando Sur del Ejército.

Se calcula que Hamás cuenta con 30.000 combatientes. Incluso si el número es menor, es lo bastante alto como para que Israel no espere disfrutar de un paseo militar. En la incursión por tierra más extensa de la última década en 2014, sus tropas no entraron mucho más allá de diez kilómetros en el interior de Gaza y sufrieron sesenta bajas mortales.

Los generales retirados suelen ser más habladores que los que están en activo o en la política. Gadi Shamni, que dirigió la División de Gaza del Ejército y fue consejero militar de los primeros ministros Sharon y Olmert, pronostica una campaña de entre seis y ocho meses: "Conquistar, tomar el control de Gaza llevará unas pocas semanas". Luego, habrá que matar o capturar a todos los miembros de las milicias armadas de Hamás. "Miles tendrán que ser encarcelados en (el desierto del) Neguev para que sirvan de moneda de cambio" con la que obtener la libertad de los rehenes de los que hay identificados 203. Eso en el caso de que sigan vivos.

La superioridad militar israelí es inmensa, pero los combates urbanos siempre son un escenario espantoso para cualquier ejército. El historiador británico Lawrence Freedman ofrece el ejemplo de la guerra de Ucrania, donde una fuerza bien organizada puede resistir durante mucho tiempo, aunque el precio más habitual haya sido que la ciudad quede completamente destruida.

"No se me ocurre un ejemplo reciente en que una zona bien defendida haya caído rápidamente en una ofensiva, incluso una relativamente bien ejecutada. Grozni en Chechenia, Alepo en Siria, Mosul en Irak, Bakhmut en Ucrania, en todas ellas se requirió tiempo, y los defensores sólo fueron desplazados cuando sus inmediaciones recibieron un fuerte castigo en los ataques aéreos y de la artillería", ha escrito el profesor emérito de Estudios de Guerra en el King's College de Londres.

Para eliminar a los dirigentes de Hamás, primero tendrán que encontrarlos. Hasta hace unas semanas, los israelíes daban por hecho que su Ejército contaba con una amplia información de inteligencia sobre las actividades de Hamás. El asalto ocurrido en la primera semana de octubre y que fue probablemente preparado durante muchos meses o incluso un año demuestra lo contrario. Los planes de Hamás se desarrollaron en el más absoluto secreto sin que la inteligencia israelí se enterara de nada.

La invasión de Gaza hará a buen seguro que los palestinos de Cisjordania aumenten las protestas contra la ocupación, lo que a su vez exigirá a Israel mantener una presencia militar significativa en ese territorio palestino. Desde el 7 de octubre, el Ejército israelí ha matado a 74 palestinos, lo que supone la cifra más alta en ese periodo de tiempo en Cisjordania desde 2005.

En su reunión con Joe Biden, Netanyahu afirmó que harán lo posible para evitar bajas civiles en la guerra. Le estaba diciendo lo que el presidente de EEUU quería escuchar.

Biden no estaría tan seguro cuando, en un discurso posterior dirigido a la opinión pública de Israel, le imploró que no se deje llevar por la furia después de la muerte de 1.400 de sus compatriotas. "Pero os advierto una cosa. Aunque sintáis esa rabia, no dejéis que os consuma. Después del 11S, estábamos furiosos en Estados Unidos. A pesar de que buscamos justicia y la conseguimos, también cometimos errores", dijo.

Esto último no preocupa al Gobierno israelí. Tiene que compensar de alguna manera la incompetencia mostrada por todo su sistema de defensa y espionaje, antes considerado casi infalible en el país. No puede quedarse a medias.

Antes de que las tropas de tierra inicien su avance, la campaña de bombardeos aéreos ha dejado un sello trágico. 3.785 palestinos muertos y 12.000 heridos, según el Ministerio de Sanidad de Gaza. Un 25% de casas dañadas o destruidas, según OCHA, agencia de la ONU. 59 ataques de distinta gravedad a instalaciones sanitarias (la OMS eleva esa cifra a 136). 170 ataques a instalaciones educativas.

El Gobierno está haciendo promesas a su país que sólo el tiempo dirá si son realistas. No parece muy interesado en comunicar lo que pasará cuando dé a Hamás por destruida o con sus capacidades seriamente mermadas.

Ningún medio israelí cree que se decretará una ocupación similar a la que hubo entre 1967 y 2005. El líder de la oposición, Yair Lapid, opina que lo mejor que se podría hacer tras la derrota de Hamás sería entregar Gaza a la Autoridad Palestina. Es posible que Netanyahu piense lo mismo, aunque ha hecho todo lo posible para boicotear al Gobierno de Mahmud Abás.

Resulta improbable que Abás y Fatah acepten jugar el papel de carceleros del Estado de Israel sin ninguna contraprestación política. A sus 87 años, Abás es muy impopular en Palestina al estar al frente de un Gobierno marcado por la corrupción e incapaz de defender a los habitantes de Cisjordania. La Autoridad Palestina sólo existe para justificar su propia existencia y mantener un alto número de funcionarios cuyos salarios son una contribución importante en la economía local.

Ese paso sería incluso más difícil si Gaza es arrasada en la guerra. No es un pronóstico alarmista, porque la destrucción ya se ha iniciado y las cifras superan algunos registros conocidos.

Durante la campaña aérea contra el ISIS entre 2014 y 2019, EEUU y sus aliados lanzaron entre 2.000 y 5.000 bombas y proyectiles al mes. El número mensual de bombas sólo superó la cifra de 4.000 en 2017 con la destrucción de la ciudad de Raqqa, controlada por el ISIS.

En los primeros seis días de bombardeos, Israel lanzó 6.000 bombas sobre lo que ha llamado "objetivos de Hamás", según un cálculo de los militares.

Convertir a Gaza en un cementerio no es una estrategia sobre la que se pueda construir un futuro. A estas alturas, no parece que eso importe demasiado a los dirigentes israelíes.

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