Dejar el trabajo

“No tenía vida”. La frase de Inés al otro lado del teléfono suena muy dura, pero la idea la repiten todos los entrevistados en este reportaje. Trabajos con horarios maratonianos - o “sin horarios”-, competitividad, horas extra, estrés, mal ambiente… Cada vez más personas como Inés deciden dar un cambio radical a su vida y dejar atrás aquellos puestos que representaban la idea de “éxito” que les habían vendido para dedicar tiempo a su vida personal, aunque sea por menos dinero.

Inés, que pide usar un nombre ficticio en este reportaje, se dedicaba a la Comunicación Política cuando su cabeza hizo “clic”.

Consiguió su trabajo soñado hacia 2015. “Cuando llegué, para mí era lo más”, dice. Tenía un buen puesto, del que prefiere no dar demasiados detalles, en un momento en el que el escenario político en España estaba cambiando. “Fue super vocacional y super bonito”, recuerda. “Me moló un montón hasta que me di cuenta de que no tenía vida. Era un curro 24/7 de lunes a domingo”. 

Aunque lo que finalmente hizo que Inés, a los 29 años, cambiase el chip fue la enfermedad de un familiar cercano. “No pude acompañarle todo lo que quería y a partir de ahí algo en mi cabeza empezó a cambiar. Ya había faltado a bodas de amigas, a cumpleaños, cada vez reducía más mis círculos de amistades…”, explica. “Bajé el ritmo. Me di cuenta de que estaba bien la vocación pero que lo que yo quería era vivir”. Dejó el trabajo y siete años después se “alegra” de haber tomado esa decisión. “Y ahora, con peques, ni te cuento”, añade.

Hoy es autónoma. “No hay que idealizarlo, porque también es complicado. Pero noto una mejora total en la calidad de vida, me organizo como quiero, teletrabajo desde donde quiero, paso todas las tardes con mis hijos y puedo hacer deporte. El trabajo para mí ha pasado a ocupar un lugar mucho menos central en mi vida. Y me sirve para lo que me sirve: pagar facturas. En unos casos coincide que me gusta y en otros no”. 

“Nos han vendido la moto de que la realización profesional pasa por currar como si fueras a heredar la empresa y no. Y parece que la conciliación y el currar menos horas tiene que ver solo con tener hijos e hijas y tampoco. Tiene que ver con cuidar tu salud mental, hacer ejercicio, hacer las cosas que te molen, ver a tus amigos, ver a tu familia.. No puede ser solo currar”, alega Inés. 

David, de 30 años, llegó una conclusión parecida. “Nos han engañado con lo que significa el éxito. El éxito no está en ganar 5.000 euros y tener un super trabajo. El éxito está en llegar a tu casa, tener tiempo para estar con los tuyos, leer, dar un paseo… Y en ser feliz. Para mí, eso es el éxito, siempre que puedas cubrir tus necesidades básicas de vivienda, alimentación y ocio”. Por eso, hace tres años dejó su trabajo en una empresa de logística. Estaba “muy bien pagado” pero pasaba hasta 12 horas al día fuera de casa. Estudió un master y ahora es profesor. “Gano mucho menos, pero soy muchísimo más feliz, no se puede comparar”. 

El caso de Inés y David no es excepcional. Isabel Aranda, vocal de Psicología del Trabajo en el Colegio de Psicólogos de Madrid, confirma a elDiario.es que es un fenómeno que siempre se ha dado, pero “ahora de una manera más visible que nunca”. Ella lo relaciona con la pandemia del coronavirus: “Es un planteamiento de que la vida es corta, de preguntarte qué estás haciendo y dónde empleas tu vida. Ahora se lo plantean muchas más personas que antes”. Ella y sus compañeros han visto mucho últimamente este tipo de “crisis existenciales” en consulta. “Cambian buscando unas condiciones de trabajo más acordes con su sensibilidad y su escala de valores”, afirma. No solo pasa en España, en Estados Unidos llamaron La gran dimisión a una renuncia laboral generalizada que comenzó en 2020, tras el comienzo de la pandemia de coronavirus, cuando miles de trabajadores renunciaron a sus trabajos porque no les satisfacían. 

A Begoña, de 47 años, el cambio le llegó a la fuerza. Aunque ella había hecho “clic” antes, con una llamada del colegio de sus hijos. “La profesora me dijo que el pequeño, de 7 años, estaba triste. Hicieron un regalo de Navidad a los padres con un deseo para el árbol y en el suyo ponía ‘deseo que las madres y los padres no trabajen tanto’”, cuenta Begoña sobre la siguiente imagen.

Begoña llegó a una gran empresa con un puesto de responsable del departamento de Entretenimiento y con poderosos clientes de compañías de sobra conocidas. Un trabajo con proyección internacional y ocho personas a su cargo. Estuvo allí ocho meses, “los peores” de su vida. Tenía una hora de ida y otra de vuelta de viaje, horarios larguísimos en los que a veces se tenía que quedar preparando reuniones hasta medianoche, teniendo que madrugar para otra reunión a las 6:00 de la mañana y una tónica de trabajo en la que “nadie te pedía que te quedases, pero era la cultura de allí y nadie se iba a su hora”… “No veía a mis hijos y vivía triste, llorando, enfadada… Daba el 120% de mí y no era suficiente”.

Estalló la pandemia y, tras varias semanas sin estar bien, Begoña fue despedida. “Me quitaron un peso enorme de encima”, cuenta a pesar de las dificultades que vivió su familia en pleno confinamiento, con ella en el paro y su marido en un ERTE. Fue durante esos días cuando decidió que quería montar por su cuenta "una agencia de comunicación que no fuese tradicional. Y a partir de ahí todo para arriba, aunque es verdad que yo tengo la suerte de que me salió bien”. 

Su vida, desde que creó su empresa Be Now, ha cambiado radicalmente: “Soy responsable de mi trabajo, llevo a mis hijos al colegio todos los días, hago deporte, me implico en cosas que antes eran inimaginables, como el viaje de estudios de mi hijo… Ahora puedo vivir”. Y echa la vista atrás. ¿Qué habría pasado si no la hubiesen despedido? “Habría acabado con una crisis nerviosa o de baja con depresión". 

Es lo que le pasó a Alex, que con 30 años decidió cambiar de trabajo después de que el suyo le afectase psicológicamente: “Tuve mucha ansiedad, cogí alguna que otra baja, me convertí en una persona irascible, tiré por los aires mi vida, dejé una relación y destrocé la vida de la gente que me rodeaba”, cuenta entre otras cosas. Hasta que dijo basta. 

Trabajó durante varios años en una de las principales empresas de transporte aéreo. “Aguantas eso porque todo el mundo siente que está en un sitio top y que no puede optar a nada mejor… Y es completamente falso. Hay mucha mejor vida ahí fuera”. Cuando llegó al puesto, vio el lado bueno: “Dan una oportunidad a gente sin mucha formación y puedes aprender mucho de comercio internacional, está bien pagado, hay un buen convenio por el que lucharon los que vinieron antes…”. Pero se topó con “presión, sobrecarga de trabajo, poca valoración hacia los trabajadores, envidias, competitividad absurda y gente de baja por ansiedad constantemente”. Y no cree que sea algo poco común: “En la sociedad se valora más al que se queda más horas en la oficina o te puede contar la anécdota más grandilocuente de lo que sufre en el trabajo que al que está tranquilamente sacando al perro”. 

Ahora Alex ha encontrado un trabajo relacionado con lo que hacía, pero en una empresa donde se siente más valorado y donde el trato y el ambiente han mejorado notablemente. Tiene fines de semana más largos y ha mejorado en salud mental: “Ahora tengo la capacidad de disfrutar y descansar de verdad el tiempo que paso fuera de mi jornada y con los míos”, cuenta. 

¿Qué ha pasado para que aumenten este tipo de casos? ¿Pasa más entre los jóvenes, que suelen hablar más abiertamente de salud mental? La psicóloga Isabel Aranda no cree que sea un cambio de valores generacional, sino que se da en gente más joven “porque tienen menos estructura de compromisos económicos, no tienen gastos comprometidos”. “La crisis de los 40 existe y esa es una edad en la que también asaltan mucho esas dudas”, cuenta. Se trata de un “cambio de mentalidad clarísimo exponencialmente modificado por la pandemia”. 

Para el Doctor en Economía y coautor de La juventud atracada José Ignacio Conde-Ruiz, la explicación de que esto pasa más entre los jóvenes está en las condiciones de trabajo y los salarios: “No sé si ha ocurrido siempre o no, pero una de las cosas que pueden estar pasando es que ahora los salarios de los jóvenes son más bajos en términos relativos. Las condiciones laborales son peores y hay mucha menos promoción que antes porque, como la generación anterior es muy grande, se produce un tapón”. 

“La gente valora lo que puede comprar o consumir pero también su ocio”, explica el economista. “Si de repente el salario es más bajo, las probabilidades de promoción son más bajas, hace que sea eficiente centrarte más en el ocio”, continúa Conde-Ruiz. “No es que los jóvenes tengan peores ambiciones, lo que tienen son peores condiciones y menos probabilidad de promocionar”, asevera. Y pone como ejemplo claro algo tan básico como la compra de una vivienda: “Si te esfuerzas y ves que ni siquiera puedes comprarla, decides disfrutar de otras cosas que te dan felicidad, como el ocio. No hay tanta meritocracia como antes. Al final esa situación te genera ansiedad y no mejoras". El economista no descarta que también tenga que ver “un cambio de valores o de prioridades”, “pero lo que es innegable es que las condiciones han empeorado”. 

Hay algo en lo que coinciden todos los entrevistados. Y es que no todo el mundo tiene el privilegio de poder tomar esta decisión. Inés y Begoña heredaron clientes de otros trabajos anteriores. Álex, tuvo que pasar por alguna baja y problemas de salud antes de encontrar otro puesto en el sector. Y David estudió el máster de profesorado porque tenía un colchón económico que se lo permitía: “Estoy seguro de que casi todo el mundo se ha planteado alguna vez si ha elegido el camino correcto o si está donde quiere estar, pero no todos pueden dar el paso, por diferentes cuestiones". 

Quizá el hecho de que no todo el mundo puede elegir sea una de las razones por las que las bajas de trabajadores por salud mental se hayan duplicado desde 2016 y hayan ganado peso sobre el total. “Vamos hacia atrás en la forma de ver el trabajo”, sentencia David, que desde cambió la logística por la enseñanza ve en los más pequeños cómo “la sociedad enseña a competir y a creer que el que más trabaja es el mejor”. “Y eso se empieza a cambiar desde la educación, desde abajo”, concluye.