Fueron los acordes de la Novena Sinfonía de Beethoven los que sonaron justo al día siguiente de la caída del Muro de Berlín, con la Filarmónica de la ciudad bajo la batuta de Daniel Barenboim y ante un público que nunca, en casi 30 años, había visto nada igual.
Pero también fue la Novena, interpretada por la misma orquesta, la obra escogida por el ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels, para celebrar el 53 cumpleaños de Hitler en 1942. El primero describió la obra de Beethoven como "la música de titanes más heroica jamás surgida de un fáustico corazón alemán".
Como buena parte de la obra del compositor de Bonn, la Novena Sinfonía pasó a ser ‘mainstream’ y a ser utilizada en ambientes muy distintos, para simbolizar valores y causas diversas.
Beethoven fue un músico que estuvo desde muy joven influenciado por los valores de libertad, igualdad y fraternidad que promulgaba la Ilustración. Lo mismo ocurría con el republicanismo o la unión de los hombres, cuyo único objetivo era alcanzar la felicidad. Fue por esto que desde que escuchó por primera vez, a los 23 años, la Oda a la Alegría del poeta Friedrich von Schiller, quiso ponerle música.
En la época en que lo hizo, el poema de Schiller no era más que una utopía en medio de la guerra, la opresión y el hambre. Y lo sigue siendo. Es quizás por esto que no ha perdido actualidad e instituciones como la Unión Europea han decidido adoptarlo como himno para representar los valores de libertad, paz y solidaridad. Y también puede ser este el motivo por el que la UNESCO decidió en 2001 considerarla "herencia espiritual de la humanidad".
A pesar de buscar representar estos valores, la Novena, desde su estreno en 1824, ha sido utilizada (y politizada) para todo tipo de causas. El canciller Von Bismarck la utilizaba para subir la moral a sus tropas y Mao Tse Tung hacía lo propio con los trabajadores del campo. Fueron las notas de la Novena las que arrancó Pau Casals de su violonchelo cuando en España se proclamó la Segunda República, pero también las que cantaban las mujeres que pedían la liberación de los presos políticos en el Chile de Pinochet o los estudiantes que en junio de 1989 se manifestaban en la Plaza de Tiananmen.
Fue la obra más interpretada durante la Segunda Guerra Mundial, por ambos bandos, cada uno asignándole un significado completamente diferente, así como la escogida como himno nacional de Rodesia durante el apartheid. Y también la música favorita del violento protagonista de La Naranja Mecánica, que quizás compartía esa característica con el propio Beethoven, del que dicen que llegaba a romper cuerdas del piano al interpretar algunas piezas.
Ambientó en España la única ópera que compuso: Fidelio. Una obra con la que Hitler celebró la ocupación de Austria en 1938 calificándola como "obra de victoria", pero que siete años más tarde se volvió a representar, esta vez para celebrar la liberación del país, por parte de los aliados.
Durante toda la Segunda Guerra Mundial eran los primeros compases de la Quinta Sinfonía el símbolo de la BBC para sus emisiones en el extranjero. El motivo era bien sencillo: tres sonidos cortos y uno largo, la V de la victoria en código morse.
El mismo Lenin se sentía contrariado ante la obra de Beethoven. El escritor soviético Máximo Gorki narra un suceso con la Appassionata, de la que el líder de la revolución dijo que le hacía "sentirse orgulloso de que la gente pueda crear tales milagros". Eso sí, no le gustaba que le gustase: "Me altera los nervios. Me dan ganas de decir cosas amables y estúpidas y dar palmaditas en la cabeza a la gente que puede crear tanta belleza viviendo en este sucio infierno".
El protagonista de La Naranja Mecánica no es el único personaje cinematográfico "con problemas" que se refugia en la música del compositor de Bonn. Cuando la hermana de Marion registra la habitación de Norman Bates en Psicosis, de Hitchcock, descubre que en el tocadiscos hay un vinilo que llama su atención: el de la Tercera Sinfonía de Beethoven.
Cuando se estrenó en 1806, el compositor escogió el nombre de Heroica para titularla, pero no fue su primera opción, ya que durante mucho tiempo la Tercera de Beethoven fue la Sinfonía Bonaparte. Lo hacía en honor a Napoleón por, según creía el músico, representar los valores republicanos que él mismo profesaba. Y eso fue precisamente lo que le hizo cambiar el nombre, la autoproclamación de Napoleón como emperador que daba al traste con el republicanismo.
Beethoven añadió un subtítulo a Heroica: "Compuesta para celebrar la memoria de un gran hombre". Como si ya no existiese, como si ese Napoleón al que le quería dedicar su música ya no fuese el mismo y se quedara en un recuerdo después de convertirse en emperador.
Pero esta no fue la única vez que música y política se unieron en la obra del compositor. Años más tarde compuso La Victoria de Wellington para celebrar el triunfo del duque de Wellington sobre las tropas napoleónicas en Vitoria. Lo mismo ocurre con Egmont, una obra sobre la vida del flamenco Conde de Egmont en el que son importantes los ideales de lucha contra la opresión, representada en la monarquía española.
Sin oír nada más que un zumbido constante desde los 27 años, Beethoven compuso obras cuyos acordes siguen resonando y murió a los 56. La causa fue su alcoholismo, que le provocó una cirrosis hepática. Por eso sus últimas palabras se han puesto en entredicho y algunos dicen que, cuando un editor le regaló 12 botellas de vino en su lecho de muerte, dijo: "Lástima, lástima, demasiado tarde".