La memoria eres tú (Roca Editorial) es la primera novela de Albert Bertran Bas, guionista licenciado en Periodismo que estudió Dirección de Cine en Nueva York. El suyo es un debut enérgico, de prosa sencilla pero estructura adictiva. Una ficción ambiciosa que repasa casi un siglo de historia de nuestro país en lo que se tarda en leerse 478 páginas de riguroso y emocionante entretenimiento.
¿Cómo y por qué nace La memoria eres tú?
Siempre digo que no sé si fui yo quien encontró la historia o la historia me encontró a mí. Empecé a escribir sobre Homero cuando estaba estudiando un posgrado de guión. Esto iba a ser mi proyecto final de posgrado: estaba pensado para ser una película que nunca se iba a hacer.
Desarrollé aquel guion a lo largo de casi dos años y cuando lo presenté y lo di a conocer, me recomendaron enviarla a productoras, aunque ya me avisaron de que no me la iban a hacer, porque de aquí saldría una película carísima. Pero era una oportunidad, así que contacté con Filmax y efectivamente, la película no podía hacerse, pero ellos mismos me dijeron que era una historia que no merecía quedarse en un cajón, así que escribí el libro.
Que fuese antes un guion que una novela explica el ritmo y la cantidad de eventos y giros que acontecen en la novela. ¿De qué forma diría que está presente su trabajo como guionista en esta novela?
Está muy presente. A mí nadie me ha enseñado a escribir novelas, no he ido a un cursillo y no soy un gran lector. Pero siempre me ha gustado escribir, y tras el posgrado en guion todo lo que había aprendido lo puse en esto: la estructura, los recursos narrativos, la creación y presentación de personajes... Yo creo que por eso todo el mundo cuando lo lee me dice que es muy fácil de leer, que es muy ágil. Es esa necesidad que tenemos los guionistas de hacer que cada escena valga para algo. No hay paja, no hay nada que no sirva. Todo tiene una causa y una consecuencia, todo te lleva a un sitio.
En el proceso de transformarlo en novela, ¿qué ganó y qué perdió la historia de Homero?
Sobre todo creo que gané en libertad, porque cuando haces una novela dejas de preocuparte de aspectos que en un guion sí que te tienes que fijar, como el coste de determinada escena. Me refiero a que si hay una explosión en un barco, yo puedo narrarla en primera persona con el personaje en el mismo barco. Pero si escribo eso en un guion, es fácil que me digan "oye, ¿esta explosión no podría verla un personaje secundario desde una ventana alejada?" La novela me daba esa ventaja.
Durante este viaje, la historia no escatima en situaciones pintorescas en las que el protagonista se ve de pronto bebiendo con Hemingway o tocando la guitarra frente a la Bella Dorita. Por momentos, uno tenía la sensación de leer un Forrest Gump español. ¿Era ese el objetivo?
A mí siempre me ha gustado mucho el juego con la historia que plantea la película y, claro, Forrest Gump es una de mis películas favoritas. Siempre me ha gustado ese juego de ficción y realidad. Esa forma de insertar elementos históricos que forman parte de la trama casi como guiños, como cuando en la peli enseñaba a bailar a Elvis. En mi caso, pues el protagonista le roba la cámara a Robert Capa, o se encuentra con Ernest Hemingway. ¿Por qué no? Es algo que para mí hace un poco más auténtica la historia. Esa manera de andar por la Historia que no es tanto conocerla como simplemente pertenecer a ella.
Pero también tenía muy claro que sólo lo haría si encajaba bien. Antes cuando decías qué perdió la historia: tuve que descartar muchas cosas. Homero se encontraba también con Picasso, salía también Edith Piaf, incluso tenía a Charles de Gaulle y la liberación de París. Pero al final esto es como un puzzle y si la pieza no encaja, la tienes que descartar.
Lo primero que escribí de esta historia fue el párrafo que aparece en la solapa de la contraportada. Ese inicio que dice: "Mi nombre es Homero, he bebido con Hemingway, he saludado a Hitler y he hecho el amor en el coche de Franco". Fue un párrafo que construí como como un ejercicio de clase. Así que luego me preguntaba cómo ese personaje llegaría ahí, y lo mezclaba con anécdotas que me había contado mi abuelo.
Precisamente ese inicio me recuerda mucho al de El nombre del viento, de Patrick Rothfuss (Plaza & Janés, 2007). ¿Cuáles fueron sus referentes literarios? ¿Trascendian géneros, como en este caso el fantástico?
Sí, sí, por supuesto. Me acuerdo que leí El nombre del viento porque me enamoré de ese párrafo. Me lo recomendó una amiga y cuando leí ese texto no dudé ni dos segundos en llevármelo. Me atrapó enseguida. Lo que pasa es que muchas veces hacemos las cosas de forma inconsciente y da mucha rabia. Cuando yo escribí este párrafo no pensé en El nombre del viento para nada, pero cuando estaba escribiendo la novela me di cuenta de que la cueva en la que se salva Homero la había llamado 'Donde muere el viento', y mi protagonista tocaba la guitarra, cuando en la novela de Rothfuss tocaba el violín.
¡Pero la realidad es que mi abuelo llevaba violín cuando intentó huir al exilio! Lo cambié por la guitarra para evitar tanta casualidad. A veces los referentes se nos quedan en la cabeza y al final los vamos usando, unas veces de forma consciente y otras de forma inconsciente.
Ha mencionado a su abuelo, que inspira parte de los eventos del libro. ¿Cuánto hay de la vida de él en La memoria eres tú?
Hay muchas cosas, por increíbles que parezcan. Al intentar pasar la frontera, mi abuelo casi murió y estuvo muy enfermo. Fue acogido por una familia de granjeros en medio de la montaña. Su padre también estuvo encerrado en el Uruguay [navío real que fue utilizado como prisión durante la Guerra Civil y que aparece en la novela]. También lo del coche de Franco. Mi abuelo no hizo amor en el coche de Franco, pero sí que hizo la siesta: haciendo el servicio militar, trabajaba en talleres de mecánica y tuvo que trabajar en el Mercedes que Hitler le regaló a Franco.
Otras cosas no responden a la trama general, sino a detalles. Por ejemplo, mi bisabuelo, que era del Partido Republicano de Manresa, dio cobijo a dos sacerdotes, dos curas perseguidos. Les dio ropa suya para que se pudieran intentar escapar aunque fuese de paisano. Este tipo de historias las he ecuchado toda la vida: son pequeñas detalles que para mí enriquecen la memoria histórica, cómo era la vida en esos tiempos más allá de los grandes acontecimientos.
Hacia el final de la novela, el personaje de Homero dice "antes, cuando se hablaba de democracia, se hacía con orgullo, con alegría y felicidad. Hoy, aquellos que usan la palabra lo hacen con rabia. Para callar a los que reclaman sensatez y exaltar a los ya exaltados". ¿Cree que el sentir de su protagonista es, en parte, el de una generación de personas de cierta edad que han vivido un desencanto con la política española?
A mí me da un poco de cosa hablar por los demás, pero es evidente que hay un desencanto. Muchas veces me molesta cuando se exagera el gesto y se llega a extremismos. Cuando escuchaba hablar a mis abuelos, me daba cuenta de que debatían de política con calma, eran más sosegados. Ahora todo el mundo está como enfadado. Cuando ves la historia y ves lo que pasó hace no tantos años, cuando ves que lo que empezaba con insultos y desprecio, luego acabó en muerte... pues piensas "cuidado, que esto nos puede llevar por mal camino". En este país, ni siquiera los que tienen una responsabilidad sobre el resto, le prestan la atención debida a la memoria histórica. Deberían hacerlo más, mucho más, porque en nuestro pasado podemos encontrar muchas respuestas.