A partir de su primera convocatoria en el año 1979, el premio Pritzker viene reconociendo el talento extraordinario de los mejores arquitectos contemporáneos. Llàtzer Moix se propuso en 2018 entrevistar a todos los que fuera posible. Un tercio de los galardonados habían fallecido, otros habían alcanzado una edad demasiado avanzada y alguno rechazó o no respondió a la solicitud. Durante tres años, el autor ha reunido 23 conversaciones con ganadores del premio, en su mayoría presenciales, y el resultado es una de las obras escritas de mayor interés arquitectónico publicada en España en los últimos tiempos.
Pocas veces un texto resulta tan rico, didáctico, culto, ameno y abierto como estas Palabras de Pritzker que invitan a ser leídas con optimismo y esperanza. En cada uno de los entrevistados encontramos la pasión por lo nuevo, lo útil, lo bello y por la obra bien hecha. 48 páginas de ilustraciones ayudan a poner imagen a alguno de los edificios mencionados en el libro, vinculando las ideas que se exponen con las formas en que se expresan.
Llàtzer Moix ha logrado compendiar una breve historia de la trayectoria del certamen, seguida de 23 capítulos dedicados a otros tantos premiados, en los que incluye una resumida biografía y una conversación en torno a su vocación, su inspiración e ideario, a sus obras destacadas y al estado de la disciplina, solicitando algún consejo para los estudiantes. El libro finaliza con un epílogo en el que resume las tendencias que agrupan las carreras de los galardonados y las líneas que marcarán el futuro de una profesión profundamente implicada en los cambios del planeta.
La lectura es un placer que abarca desde el elegante cotilleo a los asuntos técnicos, llegando en ocasiones al elevado territorio de la poesía y la mística. Gehry cuenta en el libro que Niemeyer le dijo que tenía el estudio lleno de fotos de mujeres porque se inspiraba en sus curvas. Por Siza sabemos que Henry Kissinger pensó en invadir Portugal tras la revolución del 25 de abril. Tadao Ando, que fue boxeador amateur, confiesa que, cuando no contaba con medios para pagar la universidad, compró un billete del Transiberiano con objeto de viajar de Japón a París con el propósito de conocer a Le Corbusier. El único místico entre los entrevistados parece ser el longevo indio Balkrishna Doshi, recientemente fallecido a la edad de 95 años, que menciona como gurús de su desarrollo espiritual a su abuelo, a Le Corbusier, a Rabindranath Tagore y Mahatma Gandhi.
Pueden sorprender los orígenes insólitos de alguno de los premiados, la infancia de pionero de Glenn Murcutt, viviendo cerca de los caníbales kukukuku en Papúa-Nueva Guinea, o el nacimiento de Kéré en una aldea remota y humildísima de Burkina Faso, que hacían improbable su presencia futura en la arquitectura de élite. Aunque a todos les cambió tanto la vida tras recibir el premio que Eduardo Souto de Moura reconoce: “Ya no soy Souto, sino el Pritzker 2011”, y explica que se siente “un poco en un parque zoológico, con el elefante, el hipopótamo, el león…”.
En todos ellos destaca una atracción universal por el conocimiento, una curiosidad inagotable, una gran capacidad de lucha, determinación para realizar sus ideas y una conciencia de la trascendencia de sus edificios en la vida de la gente. Acaso lo más interesante de la lectura del libro sea detectar el sentido profundo de la arquitectura en cada entrevistado. Unos la ven como una lucha por vivir con la naturaleza. Paulo Mendes dice que “la naturaleza, por sí misma, es un infierno. Nuestro trabajo consiste en hacerla habitable” y observa que todos nacemos arquitectos, porque “sin arquitectura no se sobrevive. No se puede garantizar la continuidad de la especie”, por eso manifiesta que el objetivo de su profesión “ha sido amparar a sus usuarios de la imprevisibilidad de la vida”.
Otros se centran más en aspectos sensoriales y estéticos. Jean Nouvel afirma que “los sueños son importantes para iniciar un proyecto, también lo es la imaginación” y que “no hay arte sin emoción y sin misterio”. Peter Zumthor cree que “el arquitecto es un creador de atmósferas” y le gusta que los edificios “estimulen los sentidos de sus ocupantes” generando “variedad de sensaciones”. Toyo Ito reconoce “que es extremadamente importante para la arquitectura contemporánea crear un espacio en el que las personas recuperen sus sentidos primitivos”. Souto de Moura lo encuentra más sencillo: “La buena arquitectura es aquella donde la gente es feliz”. Balkrishna Doshi es de la misma opinión: “la arquitectura debe dar esperanza y felicidad”, y también “debe ser alegre” según Lacaton & Vassal.
Muchos profesionales muestran clara conciencia de los desafíos sociales relacionados con la vivienda, que, para Renzo Piano, “no es nunca solo un techo, es también el símbolo de una familia”. Alejandro Aravena piensa que “el problema número uno es la inequidad”, y es consciente de que “en el mundo, cada semana, un millón de personas procedentes del campo se instalan en las ciudades” y recuerda que “hay que darles vivienda”. Lacaton&Vassal creen que “la vivienda debería ser el auténtico icono de la arquitectura actual” porque “en una democracia, todas las personas, independientemente de sus recursos económicos, tienen derecho a una vivienda digna”. Kéré razona que “el primer objetivo es satisfacer las necesidades de la gente” y que en un planeta globalizado “hay que pensar globalmente. Debemos avanzar juntos". Por ese motivo “la solidaridad no es una opción, sino una necesidad, una solución”, y advierte que “si dejas a alguien atrás tendrás que volver a por él en algún momento”.
En cuanto al papel del arquitecto en la sociedad, Paulo Mendes da Rocha denuncia el escenario en que a menudo se ven obligados a trabajar los arquitectos, puesto que “sabemos que la especulación inmobiliaria es una estupidez”. El dúo Grafton Architects lamenta el mal uso que la comunidad hace de los profesionales, recordando que “los arquitectos estamos formados para pensar en distintos niveles, unos creativos, otros prácticos. Muchos más arquitectos deberían ser invitados a proponer soluciones para problemas complejos”, y consideran que “los arquitectos son miembros muy útiles de la sociedad. Y, a menudo, están infravalorados”.
A través de las palabras de los premiados, aflora la preocupación por la ecología y la sostenibilidad. Aravena advierte que “la crisis climática va a estar en el origen de todas las guerras que vienen”. Grafton Architects defienden que hay que luchar por el planeta y, en cada proyecto, imaginar “la Tierra como cliente”. Renzo Piano nos recuerda que “construir ha sido siempre un gesto de paz. Demoler es lo contrario”. La bandera contra el despilfarro la enarbolan Lacaton &Vassal, defendiendo la idea de que “no hay que demoler jamás” y opinan que “en arquitectura siempre hay una fórmula para obtener el máximo rendimiento con recursos limitados”. Kéré piensa que “no porque seas rico puedes permitirte despilfarrar materiales. Y no porque seas pobre debes renunciar a crear obras de calidad”. Por su parte, Shigeru Ban, especializado en alojamientos destinados a damnificados por catástrofes naturales, cree que “malgastar no nos hace mejores”, odia desperdiciar el material y observa “que la ecología se ha convertido también en un invento muy comercial, se ha banalizado”.
Si algo comparten los premiados es la importancia del inconformismo y la autoexigencia, que expresa bien Glenn Murcutt al declararse partidario de “ir siempre más allá de lo que se espera de nosotros”, o Shigeru Ban cuando manifiesta que “ante cualquier disyuntiva que se me ha presentado en la vida, siempre he escogido el camino más difícil”. Todos han sido exigentes con la formación personal. Para Jean Nouvel, “si un arquitecto … no se construye como persona cultivada difícilmente será un buen arquitecto. Somos lo que sabemos”. Souto de Moura se extiende al respecto: “No hay buena arquitectura si el arquitecto no es culto. Quiero decir que el arquitecto tiene que entender el mundo, los elementos, los materiales, las técnicas. Todo es cultura. Y la cultura no es moda, es Ilustración”.
De la idea de Foster de que “la única constante es el cambio” se deduce la importancia de mantener una permanente afición por el conocimiento. No es extraño que Renzo Piano se vea a sí mismo como un estudiante y mencione que “mi aprendizaje dura ya casi setenta años”. La vasta cultura de Rafael Moneo sigue creciendo: “Siempre me ha gustado reflexionar sobre la situación actual”. Paulo Mendes da Rocha opina que “lo mejor es que los arquitectos se interesen por el mundo y por el saber: que lean sobre lingüística, que lean filosofía, que lean sobre economía”, un deseo que extiende al conjunto de la humanidad identificando su principal desafío, “el mayor problema global es la ignorancia” deduciendo que “la gran transformación de nuestra sociedad solo puede llegar mediante una mejor educación”.
Cuando Llàtzer Moix pide a los pritzker consejos dirigidos a los estudiantes, unos, como Glenn Murcutt, les invitan a “que sean optimistas. Que no pierdan nunca la inquietud y la curiosidad. Y que consideren la ansiedad como algo normal e integrado en su trabajo”, y otros, como Toyo Ito, a que piensen “la arquitectura como lo hace la persona que vivirá en su espacio, y no solo como un arquitecto”. Balkrishna Doshi dice “sed libres, tened sueños y hallad la vía para materializarlos, sin importaros lo complicada o difícil que sea la situación” y les invita a correr riesgos “debemos luchar por nuestros sueños”: “Tienes que ser como un acróbata … si no aceptas romperte los huesos en alguna caída, no serás un arquitecto”. Según Nouvel es fundamental tener “pasión, pasión y pasión por su trabajo”. Souto de Moura señala que “hay que trabajar mucho. Y si se tiene un poco de dinero, hay que viajar para ver cosas. Trabajar y viajar. No hay más recetas que éstas”. Shigeru Ban es un entusiasta del viaje, lo primero es “que viajen por todo el mundo. Y luego que sigan viajando. También es importante que no sean esclavos de las nuevas tecnologías. … La tecnología ayuda, pero no hace mejor a un arquitecto”.
En el prólogo, Llàtzer Moix expone brevemente la historia del nacimiento del premio, las circunstancias en que se fraguó la iniciativa en relación con la poderosa familia Hyatt, y en el epílogo afirma su confianza en la arquitectura y supone que el mundo sería mejor “si los criterios de excelencia profesional se impusieran sobre la avidez de ciertos agentes económicos … que han propiciado la mayoritaria mediocridad arquitectónica y la destrucción del entorno”. El texto termina con una reflexión respecto al camino que debe seguir el certamen. Reconociendo que “el premio Pritzker ha incrementado exponencialmente su responsabilidad social” invita a sus responsables a liderar una arquitectura ética.
El libro es tan rico en opiniones y reflexiones que cada lector encontrará argumentos sólidos respecto a los temas que le interesen, desde los más disciplinares a los artísticos o comprometidos. Merecen especial atención los premiados recientes, desde el momento en que el jurado del premio Pritzker decidió que, tras la crisis de 2008, debía reconocer a quienes venían defendiendo valores sociales o medioambientales, de moderación y sostenibilidad, entre otros Shigeru Ban, Alejandro Aravena, Lacaton & Vassal y Diébédo Francis Kéré. Tras la lectura de las conversaciones con 23 ganadores del principal premio de arquitectura, quizá muchos compartan lo que dijo Glenn Murcutt: “He aprendido que nada es obvio. Y que tienes que buscar la verdad. O más que eso, como decía Thoreau, tienes que buscar el corazón de la verdad”.