A los clásicos de toda la vida se le han unido otros clásicos modernos como Hilda de Luke Pearson, Bone de Jeff Smith, Ana y Froga de Anouk Ricard o cualquiera de las novelas gráficas de la superventas Raina Telgemeier.

En los últimos meses han aparecido en nuestro mercado un buen número de cómics infantiles con personalidad, imaginativos, que cumplen con la regla de oro que debería observar cualquier obra infantil: transmitir valores sin ser aburridos. La Feria del Libro de Madrid puede ser una buena excusa para regalar un cómic que pique el gusanillo de la lectura y enganche a los más pequeños. Pero, en realidad, cualquier momento es bueno para picar con alguno de estos títulos.

Uno de los más esperados es Niko. Superinventos y grandes trastadas (Kómikids), del ganador del Premio Nacional de Cómic Paco Sordo. Publicadas originalmente en Francia, las tres historias incluidas demuestran la vis cómica del autor y recuerdan a series de animación como Las supernenas o Los padrinos mágicos en su dominio del gag y del ritmo narrativo. El protagonista es Niko, el hijo de una pareja de inventores, que aprovechará los ingenios de sus padres para meterse en todo tipo de situaciones alocadas. Desde un aparato para deshacer cualquier acción a un hermano robot, Kevin, pasando por una máquina para que hasta la comida más insípida sepa como el mejor de los manjares, los inventos de sus padres son el motor para pequeñas aventuras cotidianas con toques de absurdo y un sentido muy lúdico de la lectura, que lejos de aleccionar a los lectores, establece una risa cómplice con ellos. Niko tiene buen corazón y al final siempre hace lo correcto, pero la moraleja de estas historias nunca es explícita ni obvia.

Tampoco lo es en Mi vecino es un vampiro (Sallybooks) de Miguel B. Núñez, un autor de dilatada trayectoria, conocido por cómics como Heavy 1986 (2016), donde se sumergía en los recuerdos de su adolescencia en un barrio obrero de Madrid, en torno al rock. Aquí aborda otra de sus pasiones, el cine de terror clásico. En concreto, es un bonito homenaje a la figura de Bela Lugosi, convertido aquí en el misterioso vecino de Rosita y sus amigos. La confusión entre su identidad real y el papel de conde Drácula que interpretó tantas veces a lo largo de su vida da pie a Núñez para armar una historia de intriga en torno a la naturaleza real del personaje, a través de los ojos de la niña protagonista. Pero, sobre todo, este cómic es una historia sobre la diversidad, el elogio de lo diferente y lo extraño y la necesidad de superar los prejuicios.

La diferencia es también, en parte, el motor del libro de Tanja Esch, Oli y el misterio de la nueva (Liana Editorial, traducción de Núria Molines Galarza). La autora alemana actualiza la tradición de Los Cinco de Enid Blyton y otras sagas y presenta a una pandilla de cuatro chavales aficionados a resolver misterios, que se revoluciona cuando llega a su clase una nueva compañera, Emma, de extraño comportamiento. Oli y sus amigos trabajan en el caso siguiendo pistas, espiando a Emma y a su familia y elucubrando todo tipo de teorías locas que hasta apuntan a un posible origen alienígena. La historia está llena de intriga, aunque no olvida el humor, caracteriza estupendamente a cada personaje y tiene la virtud de ir ofreciendo indicios que mantendrán la atención e incluso permitirán al lector avispado anticiparse a los protagonistas en sus pesquisas. Pero, sobre todo, el libro acierta al representar ese mundo infantil al margen de las personas adultas que tiene sus propias reglas, entre la realidad y la fantasía.

Cecilia Van Helsing: el señor que tenía una oreja en la frente (Mamut) también presenta una pandilla, pero bien distinta. Se trata de la tercera entrega de la serie desarrollada por Julio A. Serrano y Juanjo Cuerda, autores forjados en El Jueves que demuestran tener también una especial sensibilidad para el público infantil. Aunque la historia continúa los eventos de los anteriores episodios, es plenamente disfrutable como lectura independiente, porque da la información necesaria: Cecilia es la más joven de una estirpe de cazadores de monstruos, acompañada en sus aventuras por el perro parlante Moquillo y su amiga Victoria. En esta ocasión, tendrán que investigar el secuestro del tío Vims, lo que los llevará a un misterioso paraje inundado de una niebla que provoca raras mutaciones. El sentido de la aventura siempre está por encima de cualquier otra consideración en esta historia de monstruos llena de sorpresas, con un humor gamberro, incluso escatológico, que demuestra la inclinación innata de Serrano y Cuerda para ello y hace que el álbum, dibujado con un gozoso gusto por los detalles y los volúmenes de personajes y escenarios, sea muy disfrutable también para los más mayores.

Josephine Mark ha logrado eso mismo en A toda pastilla (Astiberri, traducción de Itziar Hernández Rodilla), una novela gráfica sobre la imposible amistad entre un lobo y un conejo, enemigos naturales que se ven envueltos en una suerte de road movie cuando el conejo salve sin querer la vida del lobo, que contrae, así, una deuda de honor con él. Ambos tendrán que escapar de un cazador obsesionado, mientras el conejo sigue un agresivo tratamiento contra una enfermedad que nunca se nombra, pero que tiene todos los síntomas de un cáncer. Sin embargo, el mayor acierto de A toda pastilla es que se niega a ser un libro sobre la enfermedad ni un manual para que los jóvenes lectores aprendan acerca de ella. Es un cómic sobre dos solitarios que se hacen amigos, sobre el sentido de esa amistad y el valor de pertenecer a algo, que no renuncia al gag y a una aventura constante, muy física y divertida, y que no peca jamás de lacrimógena. Ganadora del prestigioso premio Max und Moritz, la obra aúna todas las virtudes del mejor cómic infantil contemporáneo.