Su último libro, La última colonia (Anagrama) aborda las consecuencias del colonialismo británico en Chagos, un pequeño archipiélago del Océano Índico perteneciente al país africano Mauricio, y el desarrollo del juicio en la Corte Penal Internacional sobre el derecho de autodeterminación de ese territorio.
Descendiente de una familia judía masacrada en Lviv (actualmente en Ucrania), el jurista es también asesor del gobierno de Volodmir Zelenski en la creación de un Tribunal especial para juzgar la agresión de Rusia a Ucrania.
Esta semana Sands visitó Barcelona, donde tuvo lugar esta entrevista, para participar en el festival literario Kosmópolis.
¿Puede hacer algo el derecho internacional para frenar lo que está ocurriendo en Gaza?
El derecho es el único lenguaje que habla todo el mundo. Aporta un punto de referencia para determinar qué puede pasar y qué debería pasar. No es perfecto, no siempre es efectivo, pero es lo único que tenemos.
¿Pero cree que puede servir o simplemente es lo único que hay?
Tiendo a ser una persona optimista en estos momentos tan difíciles. Diría que con el tiempo proporcionará el camino a seguir. Incluso en periodos como este, terribles, aporta un punto de referencia: todo el mundo se refiere a los crímenes, a la legítima defensa, a los límites de la acción militar y el único punto de conexión en el que todos están de acuerdo es el lenguaje de la ley.
Leí su reciente artículo en el Financial Times, junto a otros juristas judíos, en el que pedía a Israel que respetara el derecho internacional.
Sí, como cualquier otro Gobierno.
¿Tiene alguna esperanza de que lo haga teniendo en cuenta el Gobierno que hay ahora mismo en Israel?
Tanto ellos como Hamás dicen que respetan el derecho internacional. Cuando no estás sobre el terreno siempre es muy difícil ver exactamente qué está sucediendo, pero para mí que lo que sucedió el 7 de octubre fue una atrocidad masiva y un crimen bajo el derecho internacional. No tiene ninguna justificación y, como dijimos en la carta, Israel tiene derecho a la autodefensa. Pero ese derecho no es ilimitado y el reto es encontrar cuáles son sus límites: no atacar a civiles, no atacar emplazamientos civiles y actuar proporcionalmente a los objetivos. Sabemos que hay cortes de agua, cortes de electricidad y que esto tiene enormes consecuencias para personas que no tienen nada que ver con el conflicto.
The Economist decía la semana pasada que la ventana de legitimidad de Israel tras el ataque de Hamás se está haciendo cada vez más pequeña. ¿Está de acuerdo?
Me recuerda al 11 de septiembre. Yo estaba en Nueva York ese día, dando clases en la NYU, así que vi cómo se derrumbaban las torres. Estaba a una milla del World Trade Center. Lo pude oler y ese olor no lo olvidaré. Entonces era totalmente justificable que EEUU tomara medidas para protegerse de tales ataques, pero condujo al waterboarding [una técnica de tortura], a una guerra ilegal en Irak… Perdieron el rumbo y con ello su grado de legitimidad. Y se puede ver cómo hoy [Israel] sigue el mismo camino.
Se puede entender el instinto de querer aplastar a una organización como Hamás. Me quedé totalmente conmocionado con las historias y las imágenes de ese primer sábado. Me recordaron a un pogromo, a las cosas sobre las que escribo de los años 30 y 40. Israel tiene derecho a reaccionar pero podría haberlo hecho de otra manera. Hubo un momento en el que realmente pudieron haberse ganado a la opinión pública, pero parece que no les importa y ahora están enzarzados en una pelea con el secretario general de Naciones Unidas. No me parece un camino inteligente. Israel es un país dirigido por un político motivado principalmente por protegerse a sí mismo.
¿Hay alguna posibilidad de ver a Benjamin Netanyahu en un proceso en La Haya?
Antes que nada, la mayoría de la gente con la que hablo en Israel piensa que [Netanyahu] debería irse, que su legitimidad se ha esfumado. Cuando has permitido que sucedan tales acontecimientos bajo tu vigilancia, lo honorable, más pronto que tarde, es dimitir y dejar que otro dirija el espectáculo. Después, cualquiera que autorice actos contrarios al derecho internacional, ya sean Bush, Blair y Aznar en relación con Irak, o los individuos de Hamás que perpetraron estas atrocidades o, si se establece, cualquier israelí que esté implicado en el ataque contra civiles, en principio la ley debería aplicarse a todos por igual.
Pero después vemos que esto no es así. Por eso buena parte de la población no confía en el derecho internacional, o cree que solo se aplica a los Estados débiles mientras los países poderosos escapan de su escrutinio.
Y no se equivocan. Está esa frase de Balzac: “Las leyes son como las telas de araña, atrapan a las moscas pequeñas mientras que las moscas grandes pasan libremente”.
Aparece al principio de su libro Lawless World [sin traducción al español].
Así es. Y hay algo de verdad en esto. Pero hay una razón para mi optimismo: cuando era un joven profesor en Cambridge en los 80, había un colega catedrático de historia del Derecho inglés muy famoso. Solía preguntarme en qué estaba trabajando y me respondía que en 1472 tuvieron un problema similar en el derecho inglés y tardaron 275 años en resolverlo.
Cuando preparaba la entrevista leí una frase del primer fiscal de la Corte Penal Internacional, Luis Moreno Ocampo: “La guerra tiene 5.000 años, la diplomacia cuatro siglos y la justicia internacional dos décadas”.
Exactamente. Para mí el mundo cambió en 1945, cuando por primera vez tuvimos normas sobre los crímenes contra la humanidad y sobre el genocidio.
Es lo que se aborda en Calle Este-Oeste, la discusión que hubo sobre si calificar de genocidio o crímenes contra la humanidad el horror nazi. Por mucho que no nos guste, coincidirá en que jurídicamente fue discutible: en Nuremberg se juzgó a los líderes nazis por crímenes que no estaban tipificados al ser cometidos. ¿Esto sería aceptable en otro campo del derecho que no fuera el derecho internacional?
Tiene razón. Es un problema y es excepcional. Pero fue un momento especial y muy particular de la historia. Y también es cierto que los principios ya existían, pero no habían sido articulados. Pero es verdad que los crímenes contra la humanidad y el genocidio no existían antes de 1945. Se inventaron para el Tribunal de Nuremberg, junto con el crimen de agresión, que también se inventó.
En el fondo estamos aún en los albores del derecho internacional.
No se puede esperar que el mundo cambie en 75-80 años. Es un juego largo, y mientras tanto ocurrirán muchas cosas horribles e injustas, pero tenemos que creer que, con el tiempo, se acabará desarrollando del todo, al igual que los ordenamientos jurídicos internos. Con el ordenamiento jurídico español pasa algo parecido: aquí ocurrieron cosas no hace tanto tiempo que fueron muy injustas. El caso de Pinochet, por ejemplo, en el fondo es básicamente sobre Franco, porque nunca hubo justicia en España. ¿Por qué Baltasar Garzón hace lo que hace Baltasar Garzón? Porque nadie hizo nada contra Franco.
¿Es cierto que estuvo a punto de representar a Pinochet?
Tenemos una regla en el Bar inglés [el equivalente al colegio de la abogacía]. El Bar es como un taxista conduciendo y si alguien dice '¡Taxi!', tienes que parar. Y la primera llamada me llegó de los abogados de Pinochet. Así que las reglas básicamente dicen que tenía que aceptarlo.
¿Usted quería llevar el caso?
Recuerdo perfectamente el día en que se lo conté a mi mujer: había muerto mi abuelo y estábamos en el cementerio. Ella es medio española, su madre llegó como refugiada a Reino Unido con tres años. Su abuelo fue un coronel del ejército republicano contra Franco. Le expliqué lo que sucedía y me dijo: ‘Oh, así que vas a hacerlo’. Le respondí: ‘Bueno, ya conoces las reglas’. Su respuesta fue tajante: ‘Puedes hacerlo, claro, pero entonces nos vamos a divorciar’.
¿Cómo consiguió escaparse?
Toda buena norma inglesa tiene una excepción. Y la excepción era que si hacías una declaración pública en sentido opuesto a lo que tenías que representar, podías renunciar al caso. Tuve una entrevista en la BBC y el presentador insistía en preguntar si Pinochet debería tener inmunidad. Yo respondía que nunca antes había sucedido que un exjefe de Estado compareciera en los tribunales nacionales por crímenes internacionales. Y entonces el entrevistador preguntó: ¿Pero usted qué cree que debería pasar? Y dije que en mi opinión Pinochet no debería tener inmunidad. Tres días después me llamó Human Rights Watch y acabé actuando contra Pinochet en el caso.
Volviendo a Israel, en 2014 el anterior Fiscal de la Corte Penal Internacional abrió un caso por presuntos crímenes de guerra cometidos en Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este pero no ha prosperado. ¿Por qué?
Por política. Porque el actual fiscal es, digamos, bastante simpatizante de las potencias occidentales. Y ha estado en silencio durante las últimas tres semanas. ¿Dónde ha ido? ¿Dónde ha ido el fiscal de la Corte Penal Internacional? ¿Dónde ha ido Karim Khan? Estuvieron a punto de elegir a un español, Carlos Castresana, y quizá todo habría sido diferente.
En cambio el proceso contra Vladimir Putin sí que prospera, hay incluso una orden de detención internacional contra él.
Sí, porque cuenta con el apoyo de las potencias occidentales y, ya sabe… [el actual fiscal de la Corte Penal Internacional, Karim Khan] es una reina de la publicidad cuando le conviene. Y es bastante discreto cuando no le conviene.
Si no me equivoco, usted asesora al Gobierno de Zelenski.
Sí, en la creación del Tribunal Penal Especial para el Crimen de Agresión, algo que no ocurre desde 1945. Hice un artículo en el Financial Times y el ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania, Dmitro Kuléba, se puso en contacto conmigo, luego [el exprimer ministro británico] Gordon Brown y otros ex primeros ministros…
¿Cree que puede prosperar?
En noviembre se celebrará una reunión importante en Berlín. Ya hay unos 40 países que están de acuerdo en que debe haber este Tribunal Especial, pero tienen una visión diferente. Un sector, liderado por Ucrania, propone un tribunal internacional completo. El otro, liderado por EEUU, Reino Unido y Francia, apuesta por un tribunal híbrido: básicamente una fiscalía ucraniana y un tribunal ucraniano en La Haya. Tiene que haber un puente entre estas dos posturas, pero creo que acabará tirando adelante. Es interesante porque todo sale de un artículo que me encargaron por el mero hecho de haber escrito Calle Este-Oeste. Me fascina la forma en que una idea en un periódico puede acabar desarrollándose de esta manera.
¿Hay miedo entre los dirigentes ucranianos de que el conflicto en Israel aleje el foco de la guerra con Rusia?
Sí, absolutamente. Existe la preocupación de que reste atención y también apoyo. De hecho [la guerra en Ucrania] ya ha desaparecido de las portadas, pero volverá. También debo decir que es penoso y repugnante ver que de repente Putin haya descubierto su instinto por proteger a los civiles.
Su último libro relata las herencias y consecuencias individuales del colonialismo, en particular el británico, en un pequeño archipiélago en el océano Índico. ¿Hasta qué punto lo que pasa a día de hoy en Israel es culpa también de la herencia colonial británica en el territorio?
El caso central del libro se presentó en La Haya en 2018 y 2019 y era sobre el principio de autodeterminación. ¿Tenía el pueblo de Mauricio y Chagos derecho a la autodeterminación? El tribunal dijo que sí, que la ocupación británica era ilegal. Asesoro también a Palestina sobre su derecho de autodeterminación y mi opinión es que tiene ese derecho y que está siendo violado. Eso debe parar. Así que, ciertamente, existe un paralelismo, pero también lo hay con Ucrania y Rusia. La fórmula de la autodeterminación colonial se aplica en realidad a muchas zonas diferentes.
El personaje de Madame Elysée, literariamente, no podría ser más interesante. ¿Lo vio cuando empezó a tratar con ella o fue después, con el tiempo?
Me enamoré de ella cuando la conocí. Es fantástica. Un ser humano increíble. No puede leer, no puede escribir pero es una fuerza de la naturaleza: maravillosa, lista y divertida. Hizo una declaración en La Haya que duró tres minutos y 47 segundos que transformó enteramente el caso.
¿En qué momento vio que había una historia ahí?
La Corte Penal Internacional dictaminó en febrero de 2019 que Reino Unido debía irse [del archipiélago de Chagos] y la Asamblea General de la ONU también, pero no se fueron. Fue entonces cuando decidí escribir sobre el tema, porque con los otros libros que publiqué llegué a un público mucho mayor y creé presión política. Este libro lo puedes llamar literalmente activismo. Tengo una agenda clara, estoy muy involucrado, tengo muy claro que no soy independiente... Yo quería que se supiera que lo que estaba ocurriendo era indignante.
¿Sirvió de algo?
El libro fue publicado en Gran Bretaña en septiembre de 2022, hace un año. Dos meses después el Gobierno británico cambió su posición sobre Chagos y ahora estamos involucrados en las negociaciones para resolver el asunto en base al derecho internacional.
¡Los libros pueden cambiar cosas!
O más bien la guerra de Ucrania. Creo que la ocupación ilegal británica de una parte de África no era muy útil mientras se intentaba deponer la ocupación rusa de una parte de Ucrania.
Es curioso cómo utiliza los casos en los que ha trabajado para convertirlos en material literario.
En algunas ocasiones les digo a mis amigos que debería dejar el derecho y me dicen que no, que es precisamente lo que alimenta mis historias. En el derecho hay historias fantásticas sobre gente increíble. ¿Dónde puedes encontrar gente así? ¿Seres humanos así? Es completamente maravilloso.
Una pregunta banal para acabar: ¿De dónde saca usted el tiempo?
[Ríe]. Buena pregunta. Siempre he trabajado en equipo, tengo un asistente maravilloso, que es algo que viene de mi trabajo como abogado y profesor. Creo que soy muy organizado, algo que también debo a mi profesión de jurista. Y debo decir que tengo una vida familiar fantástica, con tres hijos que ya son mayores y no me dan trabajo pero me apoyan mucho.
¿Cuál de sus facetas le consume más tiempo a día de hoy?
La escritura, sin duda. El resto empieza a desaparecer. Acepto muy pocos casos nuevos y probablemente dejaré de dar clases. Escribir es lo que me gusta y es lo que quiero hacer. Ya soy mayor y quiero hacer lo que más disfruto. Me encantan mis casos y me encanta enseñar, pero lo de escribir ha sido una alegría increíble porque llegas a mucha más gente interesante. Y veo que a la gente le interesa la mecánica de la justicia mezclada con las historias humanas. Les encanta. Es muy emocionante hablar con abogados y juristas internacionales, pero es aún más interesante hablar con personas reales.