El póster remitente a Cadena perpetua, “la taza de latón golpeando los barrotes”. “El descuelgue desde la ventana con sábanas y prendas atadas”, prosigue el cineasta. “Y el túnel, solo que en nuestro caso no es para salir de la cárcel, sino para entrar en ella”. Este ligero matiz marca por entero esta adaptación de una novela homónima de Enrique Rubio publicada en 2022. Se parece a una típica ficción carcelaria, pero desde un sentido inverso. El objetivo desesperado del personaje de Casas es quedarse encarcelado. Totalmente privado de su libertad.
La apuesta es arriesgada. Pero Cortés, eterno simpatizante de los desafíos narrativos —hace ya casi 15 años sacudió Hollywood con su decisión de tener a Ryan Reynolds encerrado en un ataúd durante hora y media, para Buried—, la ha abrazado a lo grande. Sabe que el desconcierto “puede acabar siendo gozoso”, pues “muchas de las cosas que se ven y perciben a través de un personaje así de estrafalario son tan abrumadoras que el cerebro debe gestionarlas a través de la carcajada”. De “disfrutar precisamente la inversión de reglas”. Presumiendo de la oratoria que le es característica, Cortés nos da la descripción perfecta para su sexto largometraje: “Es como una película carcelaria a la que sujetaras por los tobillos y sacudieras hasta arrancarle una confesión”.
Para empezar es inevitable preguntarte por la presencia de Martin Scorsese como productor.
Scorsese es la razón por la que hago cine, ya te imaginarás lo que ha significado para mí. Nos conocimos en los premios Princesa de Asturias, cuando le concedieron el Princesa de las Artes en 2018. Me pidieron que sostuviera con él una charla pública: él había visto todas mis pelis, e hicimos buenas migas. Tiempo después, cuando terminamos con el montaje de El amor en su lugar, se lo hice llegar a Nueva York. Le entusiasmó la película y hablamos mucho por Zoom en el periodo del confinamiento. Luego me pidió que le enviara mi próximo guion. Honestamente, creí que solo estaba siendo educado y no le envié nada, pero semanas después me llamaron desde su oficina para reclamarme el proyecto. Esta vez sí se lo hice llegar y a los pocos días me escribió diciendo que nunca había leído nada parecido. Le entusiasmaba el guion y el tono. Asumía que iba a ser difícil de financiar, y se ofrecía a hacer lo posible para que la película existiera.
No rodabas un largometraje en castellano desde Concursante, tu debut. ¿Ha sido algún tipo de regreso a tus raíces?
Escape se emparenta con Concursante por su naturaleza insensata y su vibración kafkiana. También es cierto que la patria de uno es la lengua antes que el lugar: películas como Buried, Luces rojas o El amor en su lugar se rodaron mayoritariamente en España, pero estaban habladas en inglés. Rodar en tu lengua, y especialmente un material con un ritmo tan delicado, te permite tener control de cada sílaba, de cada matiz, de cada inflexión en la música del lenguaje. Ayuda mucho que lo hagas rodeado con un elenco como este, claro.
¿Ha ayudado la entrega de Mario Casas, que tanto se ha esforzado por dejar atrás su figura de ídolo adolescente en estos últimos años?
Es un gran actor que lleva tiempo sacudiéndose los prejuicios a golpe de trabajo. Y un kamikaze que busca el riesgo con la misma fruición con la que otros lo evitan. Intuí que estaba en un momento de su carrera donde estaba dispuesto a tirarse de un octavo piso sin mirar abajo y sin red.
Es curioso que su personaje se llame N, una única letra, al igual que se llamaba Hache el personaje que le hizo famoso en A tres metros sobre el cielo.
Y es todavía más curioso, porque en el guion original lo llamé H. No había visto esa película y para mí era una forma de acercarlo a Kafka, de forma que en lugar de llamarlo K como en El proceso le puse la H de “hombre”. Claro, cuando supe el nombre de uno de los papeles icónicos de su carrera, decidí llamarlo N. Pero le dejé la H como rastro en su número del carné de identidad.
Escape adapta una novela de Enrique Rubio, por cuya obra sientes una gran afinidad…
Nos conocimos hace mucho, cuando él vio Concursante y me escribió entusiasmado porque había conectado mucho con la película. Él a su vez me envió su primera novela, Tengo una pistola, y me pasó algo parecido. Leí Escape no hace un año y medio (cuando se publicó) sino hace diez, en su primer borrador. Pero la versión original de Escape es muy distinta. Es la historia de un chaval con síndrome de Asperger que ha sido educado por sus padres al margen de la sociedad, en reclusión, con un código propio de conducta y valores. Cuando en su mayoría de edad sale al mundo exterior se siente abrumado por todos esos estímulos y busca volver a la reclusión mental.
Tendemos a pensar que la libertad está relacionada con hacer lo que a uno le da la gana. Pero la libertad seguramente esté más relacionada con la responsabilidad
Como ves, son historias muy distintas. De hecho le dije que me parecía inadaptable porque el resultado sería muy ensayístico, casi un tratado entomológico de la condición humana. Pero la premisa me parecía demasiado poderosa: el motor contraintuitivo de alguien que ansía ir a la cárcel, percibiendo como premio lo que para otros es una amenaza o un castigo. Le dije a Enrique que, si me daba permiso para traicionar la novela, creía que sería capaz de honrarla y respetar su ADN. Él vio la película por primera vez hace poco y fue muy bonito ver su reacción. Fue la de un espectador que ve cómo la semilla que sembró hace diez años ha fructificado de la forma más inesperada.
Aquí en España otro escritor, Santiago Lorenzo, también ha hablado de este deseo de aislamiento, de alejarse de todo, en su novela Los asquerosos. ¿Por qué crees que nos angustia tanto tomar decisiones en esta sociedad?
En realidad sucede en cualquier sociedad porque es parte de la condición humana. Tendemos a pensar que la libertad está relacionada con el capricho, con la multiplicidad de opciones, con hacer en definitiva lo que a uno le da la gana. Pero la libertad seguramente esté más relacionada con la responsabilidad. Uno es libre si acepta las consecuencias de sus actos. Uno solo es libre si se hace cargo de su libertad y, por lo tanto, a menudo preferimos no serlo. A menudo preferimos que otro tome las decisiones y nos reservamos la posibilidad de juzgarlo o de quejarnos. No queremos la responsabilidad que la libertad acarrea.
Este existencialismo nos lleva en efecto a Kafka, pero en Escape acoge un tono surrealista que hace pensar en José Luis Cuerda. ¿Crees que es inevitable toparse con Cuerda si pretendemos asomarnos al surrealismo desde nuestro país?
Supongo que el absurdo es nuestra forma de ser realistas y Cuerda forma parte en efecto de una tradición que arranca con Quevedo, sigue con Valle-Inclán, luego con Rafael Azcona y Eduardo Mendoza, etcétera. Está arraigado en nuestro subconsciente. Y el tono es efectivamente la clave de Escape. Es el elemento más delicado de manejar porque siempre se mueve en un filo muy inestable. He tenido la oportunidad de ver la película varias veces en cines afortunadamente abarrotados. Al principio hay absoluto desconcierto entre el público, tratando de interpretar qué tiene delante. Luego empiezan las primeras risas, sin que nadie esté muy seguro de si debería reírse o no, y en un momento dado sienten que la película les da permiso para reírse. Y comienzan las carcajadas.
A Escape le preocupa mucho el individuo como rebelde frente a una serie de ideologías que emitiría el Estado o el sistema. Aquí pensé también en Kubrick y La naranja mecánica.
Hablé a menudo de La naranja mecánica durante el rodaje, por distintas razones. Una fue la escala. En la filmografía de Kubrick hay películas gigantes y películas de clase media como La naranja mecánica, con un presupuesto más contenido y a la vez una gran ambición creadora. También es una película aparentemente difícil porque impone otra reflexión sobre el libre albedrío. No es fácil de digerir porque Kubrick no da una solución clara a lo que muestra y permite que el espectador decida cómo se siente ante lo que acaba de ver, y de qué manera lidia con todos esos impulsos contradictorios y ambivalentes. Y sin embargo es una película muy fácil de ver.
Anna Castillo es la hermana de NEs una película a la que reaccionarían igual 100 premios Nobel y 100 bakalas. Porque les golpea en zonas emocionales similares, en el fondo. Además es una película poco realista, con un tono de fábula que habita su propio mundo. Todos estos elementos me resultaban interesantes porque siempre concebí Escape como una gran pregunta que no da una respuesta o que ofrece múltiples respuestas, todas ellas posibles a la vez. Y que respeta al espectador, permitiéndole que cada uno decida cómo se siente ante lo que acaba de ver. Al salir uno puede decir que N es una pobre víctima. Otro dirá que qué envidia, porque muchas veces habría querido zafarse de sus responsabilidades. Y un tercero tal vez diría que N es un jeta integral, que no quiere hacerse cargo de sí mismo y pretende que los demás lo hagan. Y los tres tendrán razón. Muchas cosas son verdad a la vez.
Pese a su rareza Escape también “parece” una película de proyección comercial. Y eso me recuerda a algo que has mencionado en otras ocasiones, la capacidad que tiene el cine comercial para sorprender según el dinero que haya costado, según lo que le permita el presupuesto y su contexto industrial. Recuerdo que mencionabas Oppenheimer como caso meritorio.
Escape debería haber costado tres veces lo que ha costado y se ha hecho con el dinero con que se ha podido financiar, haciendo por supuesto todo tipo de malabares para que el público no tenga la menor sensación de carestía. Pero hay una ley casi axiomática, efectivamente, que dice que cuanto más dinero, menos libertad y cuanto más libertad, menos dinero. Nosotros hemos encontrado un equilibrio, en realidad muy delicado. Porque todas las películas son en sí mismas improbabilidades estadísticas. Así que solo puedo vivir la existencia de Escape con agradecimiento.