Su nombre es Ali, ese había sido su segundo intento de entrar en la Unión Europea, y fue llevado a un centro de detención ucraniano durante un año. Pero, en el mismo momento en que Ali fue detenido, una cineasta grababa un documental sobre migración hacia Europa en la misma frontera. Ella es Paula Palacios (Madrid, 1983), y Ali trató de contactarla por Facebook para que lo ayudara a salir de allí.
Catorce años después, el vínculo que entonces los unió se ha transformado en Mi hermano Ali, una película de 90 minutos de duración sobre el viaje de dos personas de culturas diferentes a lo largo de más de una década. La historia de Ali, que es la historia de todo refugiado que necesita huir en busca de una vida mejor, se torna en este documental en un valiosísimo relato sobre la conexión entre quien ayuda y quien es ayudado, permitiendo observar desde otra perspectiva la fuerza de la solidaridad, la empatía y el compañerismo.
De esta forma, la película cuenta la devastadora realidad que sufren infinidad de migrantes a partir de uno de los vínculos más poderosos que puede haber en el mundo del cine: la amistad. Cuando Ali recurre a la cineasta para que cuente su historia, espera que eso le pueda ayudar a que le dejen en libertad.
La propuesta lleva a Paula Palacios a aceptar el reto de contar su historia, ya que reconoce que Ali supo detectar en ella a “la joven cineasta con ganas de aventuras” que siempre la ha caracterizado. “La situación me preocupaba: un niño que se había ido solo de casa estaba atrapado en Ucrania”, dice Palacios a elDiario.es. “Pero me llamó mucho la atención su carácter, muy vacilón y echado para adelante. Supo leerme muy bien y me daba todo el rato los ingredientes necesarios para que me lanzara al desafío que me proponía”, confiesa la directora.
Con el paso del tiempo y conforme trabajan en las grabaciones, la relación se va estrechando entre ambos. El documental no solo captura el interés de Paula Palacios hacia Ali, sino también el interés que poco a poco va mostrando Ali hacia la cineasta. “Trata sobre la curiosidad de dos personas que, aunque a priori no tienen nada que ver la una con la otra, descubren que lo que les acerca es mucho más de lo que les separa”, comenta la directora en alusión a la película. “Llegamos a no saber distinguir lo que era la grabación y lo que empezaban a ser nuestras conversaciones privadas”, añade. Mi hermano Ali enseña la evolución de una conexión cada vez más poderosa.
Ali, en uno de los fotogramas de 'Mi hermano Ali'Es precisamente esa unión la que hace a Ali cumplir su principal objetivo: salir del centro en el que está recluido para regresar al mismo centro de refugiados donde vivía antes de ser arrestado, también en Ucrania. Un giro que no tarda en suceder en el documental y que, pese a poder significar la conclusión del mismo, muestra el inicio de la larga senda que deberán recorrer tanto Ali como Paula Palacios. “No estoy feliz porque voy de una cárcel a otra en cielo abierto”, dice Ali a su salida. “Cuando lo escucho decir eso, me doy cuenta de que voy a seguir grabando”, explica la directora, reconociendo que pensaba “dejarlo ahí y dejar de grabar”. Ali, que ansiaba salir de la cárcel ucraniana en la que se encontraba, ahora tenía aspiraciones mayores: vivir en Estados Unidos el “sueño americano”.
La película no solo explora la lucha del protagonista hacia un futuro mejor, sino el descubrimiento de un mundo completamente desconocido para Ali. “Él conoce a gente en Europa y sabe que aquí la cosa no es tan fácil, que a los migrantes se les señala mucho con el dedo”, afirma la cineasta, lo que empuja a Ali a viajar hasta Estados Unidos, considerada la “tierra de las oportunidades”. “El documental está repleto de golpes de destino”, cuenta la directora. “Pero es que todo lo que tiene que ver con la migración es destino”, declara, aludiendo a cómo una persona nacida en España y otra en Somalia pueden llegar a quedar conectados de esa forma. Para la directora, no saber el final al que la historia le conducía ha sido una de sus grandes bellezas.
Ali, en uno de los fotogramas de 'Mi hermano Ali'La vida lleva a Ali a trasladarse a Estados Unidos, por mediación de la Organización Internacional para las Migraciones. Se refugia en la religión, ya que, en su visita a ese país, el joven extraña su cultura natal. Es así como Paula Palacios toma conciencia de la importancia del concepto de tribus, tanto para entender a su compañero de viaje como para comprender lo que les rodea. “En algunas culturas hay un sentimiento de pertenencia que no vamos a entender nunca”, explica la cineasta. Según dice a este periódico, se trata de un concepto “muy bonito” porque apela a la fraternidad y te hace ver la vida de “forma más amplia”, considerando a una persona “de los tuyos” aunque no la conozcas. Palacios cuenta que es algo que “se ha perdido en la sociedad occidental” en pos del “consumismo” y el “egoísmo”, como se ha podido comprobar desde el fin de la pandemia.
El viaje de Ali no finaliza en Estados Unidos, como descubrirá el espectador durante el largometraje. Pero, lo lleve a donde lo lleve su travesía, la documentalista cree que sigue siendo “bastante necesario” tratar estos temas en la gran pantalla para concienciar a esa parte de la sociedad que no lo está lo suficiente. Es por eso que, tras su Cartas mojadas en 2020, donde la directora indaga en la migración desde una perspectiva más general y bastante más triste, en Mi hermano Ali opta por un vistazo más “positivo” y “luminoso” sobre una realidad igual de “dramática”. “Ali me tira desde detrás de la cámara y, al final, yo también me acabo poniendo delante, siendo un personaje que acaba representando la visión del espectador”, comenta Palacios.
Muchas veces intentamos idealizar a los migrantes y parece que nunca han roto un plato. Me resulta muy peligroso que, desde los ojos occidentales, pidamos esa perfección. Ya sea mucha o poca la ayuda que les brindemos, los migrantes no están obligados a darnos las gracias de por vida.
Sin embargo, pese al “cambio de tono” en comparación con trabajos anteriores, para la directora era fundamental seguir mostrando la “realidad”: “Muchas veces intentamos idealizar a los migrantes y parece que nunca han roto un plato, cuando no son personas perfectas y no tienen que hacerlo todo bien. Puesto que he pasado muchos años con Ali y lo considero un hermano, aquí me permito alejarme de ese tópico”. “Me resulta muy peligroso que, desde los ojos occidentales, pidamos esa perfección. Ya sea mucha o poca la ayuda que les brindemos, los migrantes no están obligados a darnos las gracias de por vida”, afirma Palacios.
La directora también reconoce que es muy pesimista con el rumbo que está tomando la humanidad, alegando que estamos dando pasos “hacia atrás” en lugar de “hacia adelante”. “Me alegró muchísimo el apoyo brutal que se le dio a Ucrania, pero he visto cómo no se apoya de la misma manera a otros refugiados, incluido Ali”, confiesa Palacios. “Desde 2020 hemos sido testigos de cómo se ha intensificado la guerra de Ucrania en 2022 y el genocidio en Gaza este último año, así que no puedo decir que hayamos avanzado”, añade, reiterando que las cosas que estamos acostumbrándonos a ver son “horribles”.
Existe un proverbio somalí que abre el documental y reza así: “Quién sabe cuántas millas tendrás que navegar mientras persigues un sueño”. Mi hermano Ali retrata este viaje que ha llegado hasta los premios Goya, otorgándole a Paula Palacios su segunda nominación en estos premios. Un viaje que, además, sirve como un absoluto ejercicio de solidaridad y empatía, y que se estrena en Filmin y Movistar+ a partir del 24 de enero. Durante el camino, el espectador probablemente descubra que no siempre alguien es el que ayuda y que no siempre alguien es el que es ayudado. En la mayoría de los casos, la verdadera magia se crea cuando se alcanza una combinación de ambas.