En A la fresca nos encontramos con tres personajes en una nada, en un claro de un bosque cercano a una residencia de campo. Un escritor (Luis Rallo) llega a vivir a esa residencia propiedad de su familia donde una mujer (Israel Frías) ha entrado a trabajar. Mandará construir una pequeña cabaña en el claro del bosque a un trabajador de la zona (Alberto Berzal). Durante las estaciones de primavera y verano en que se construye la cabaña, el escritor propondrá a estos dos extraños sentarse en unas sillas a la fresca y charlar.
Esa es la situación y la trama. La situación tiene un referente claro: el escritor de la desobediencia civil que se retiró en los bosques de Walden Pond, Henry David Thoreau. La pieza planea sobre el mito de alejarse del mundo para poder conocerse, pero Rosal no es tan trascendentalista, sino más bien fiel seguidor de Agustín García Calvo, dramaturgo, filósofo y lingüista fundamental del último siglo XX español.
!['A la fresca', de Pablo Rosal](https://londrestv.com/images/obgrabber/2025-02/811ea0811b.jpeg)
Y bajo la estela de García Calvo, Rosal instaura en ese claro, en ese no tiempo, una verdadera escuela antisocrática y ácrata. Un espacio donde se intenta hincar el diente a ese concepto fundamental en García Calvo, la sacrosanta Realidad, esa amalgama conceptual y opresora impuesta a los ciudadanos y que mata toda posibilidad de lo impredecible e infinito.
Se convierten así esas conversaciones en una pura escuela sofista donde se escudriña otro lenguaje que permita relacionarnos de otro modo con el mundo y nuestros congéneres. Nuestra cárcel es el lenguaje, parece decir el autor. Así que habrá que reinventarlo, darle otro uso, abogar por lo inesperado frente a la funcionalidad, por la belleza de la sonoridad frente a la argumentación, por las frases inacabadas frente a la argumentación (“qué gusto ver nacer algo que ya se verá lo que…”, dice Frías durante la pieza“).
Dios, Capital y EstadoDetrás de estos seres amables, que parece que tan solo juegan y tienden a la digresión lingüística, se esconde una revuelta. Jugar es desobedecer, que diría Cortázar; y quitarle toda funcionalidad al lenguaje, incluso hasta lo incomprensible, es ir contra el núcleo mismo del Poder que, parafraseando a García Calvo, ha llegado a su cenit en las sociedades actuales. Unas sociedades donde a través del concepto de Futuro y Progreso se crean masas subyugadas a un estado del bienestar que dice administrar el futuro cuando tan solo administra muerte. El teatro de Rosal se cimenta en este puro pensamiento anarquista donde el nuevo Dios es el dinero y su religión, la Ciencia.
Contra todo eso dispara Rosal. Y lo hace bien porque, aunque toda esa argamasa teórica esté detrás, Rosal no renuncia a la vida escénica. Agarrado a la tradición del activismo de la performance poética e irreverente, la pieza ofrece momentos que recuerdan a Alfred Jarry (los tres personajes deleitándose comiéndose la cera de los oídos) o al mismo Vicentre Huidobro, aquel poeta chileno futurista que escribió Altazor. La escena donde el escritor les propone a sus compañeros que discutan ficticiamente y cuando estén discutiendo fuerte comiencen a decir nombres de flores (caléndula, peonías, ranúnculos, geranios, dipladenias, narcisos…) es pura performance huidobriana.
![Pablo Rosal, director 'A la fresca'](https://londrestv.com/images/obgrabber/2025-02/305cac56ce.jpeg)
Podría tildarse este teatro de ensimismado, de quedar fuera del mundo, de escapista. Pero la estructura de la pieza lo contradice. Cada episodio sofístico está separado por una didascalia escénica, una introducción en la que los personajes nos van contando qué pasa en la casa que nunca vemos. La casa será el eco escénico del mundo de afuera.
A ella llegarán turistas, la familia ha decidido alquilarla y sacar dinero, llegará la propia familia y discutirá sobre la herencia, desembarcará un colectivo que quiere relajarse, una boda, y una empresa que viene a que sus empleados se conozcan jugando a la pelota y haciendo carreras de sacos. Incluso se hablará de una guerra que hay en marcha.
Se contrapone de este modo el claro del bosque, ese espacio de búsqueda de libertad, al mundo externo regido por las instituciones del Capital y el Estado: la familia, el dinero, la empresa y el ejército. Un mundo donde vemos cómo el hombre es sometido, alienado, vende su hogar y su espacio por dinero, se pelea por herencias y se denigra por un trabajo en esos encuentros para trabajadores que las empresas dicen que son para reforzar lazos y tan solo es un acto de humillación y control.
La respuesta a esa realidad, aunque pueda parecer fútil o no comprometida, es meridiana. Simplemente, el autor decide emplear armas diferentes. Antes que la posición política al uso, ir a las raíces, al propio lenguaje que nos permite entender, apreciar, experimentar y explicarnos. Rosal instaura así un nuevo mundo donde intentar ser menos, donde se apuesta por la inmovilidad y la quietud frente al fingimiento y la actividad. Un mundo donde la opinión cese para que algo nuevo pueda florecer, donde tengamos la valentía de abrazar la duda, lo inconcluso y lo incomprensible como un bien, en vez de apostar por la certitud como mera comodidad.
!['A la fresca', de Pablo Rosal](https://londrestv.com/images/obgrabber/2025-02/94e5a71074.jpeg)
Y además, se defiende en la pieza, ese mundo solo podrá formarse desde lo comunitario. Este último punto es vital en A la fresca y en el teatro de Rosal: pensar juntos, apostar por una colmena de pensamiento que sea capaz de rebasar o bordear los límites del lenguaje y nos permita experimentar el mundo de otro modo. La ímproba gesta que plantea Rosal es imposible hacerla solo, el individuo solo acaba perdido en su cabeza. Lo nuevo solo podrá salir de lo común. Puro anarquismo libertario.
Hay que destacar el acierto en la dirección del personaje femenino que realiza brillantemente Israel Frías. Su distancia al abordar esta mujer trabajadora desde parámetros no sexualizados deslumbra y da un gran recorrido al personaje. Frías, vestido con una falda a la altura de la rodilla, trabaja el gesto y la expresividad desde un espacio nuevo en el que no es ni una mujer ni un hombre haciendo de mujer. Toda una revelación. La compañía, que está formada por tres actores que pidieron a Rosal que les escribiera este texto, se entrega por completo al universo del autor y es un disfrute verlos trabajar.
Comenzó Rosal su trayectoria con un colectivo híbrido y transversal: Esdeveniments Ludovit. Luego fue actor fundamental durante años de la compañía Agrupación Señor Serrano. Hoy, desde el Teatro del Barrio, su centro de operaciones donde lo cuidan y lo apoyan, Rosal es nuestro dramaturgo más terrorista, capaz de, como si de un Mateo Morral escénico se tratase, inocular sin que se note verdaderos virus contra la sociedad normativa, pequeñas bombas disfrazadas de juguete escénico. Y lo hace incluso aguantando, quizá provocando, que lo llamen formalista, ensimismado, apolítico o cualquier otro adjetivo al uso.
En estas fechas también se puede disfrutar en el mismo Teatro del Barrio de Hoy tengo algo que hacer, escrita y dirigida por Pablo Rosal, con el gran actor Luis Bermejo, pieza donde el lenguaje y la actuación se desbordan de la mano, esta vez, de la picaresca del Lazarillo de Tormes y el ingenio y la libertad creadora de Gargantúa y Pantagruel de Rabelais. Pero esa es otra historia. A la fresca comenzará su gira en octubre, pero quien quiera disfrutar de este otro teatro tiene bien activa la gira de Hoy tengo algo que hacer, que estará el 25 de febrero en Logroño, en marzo el 14 en Sevilla, el 22 en Narón y el 29 en Valladolid; y ya en abril, el 4 en Palencia y el 5 en Barakaldo.