Este filólogo camina sobre el resbaladizo bordillo que separa la realidad de la ficción. Primero elige una línea de exploración, después abre una cuenta en una red social y, finalmente, aparece el libro. Con su primer trabajo, comenzó a publicar extractos de aparentes reseñas literarias en Twitter rescatadas de la hemeroteca de los años noventa. Eran críticas algo pasadas de revoluciones, caraduras, personalistas. Muchos quisieron creer que eran reales a pesar de que ni los nombres de los críticos ni los de las revistas sonaban conocidos.
Y algunos pensaron que si no había rastro de ellos en internet no es porque no fueran reales, sino porque una presunta corrección política actual los había relegado al ostracismo. Uno de esos críticos de ficción llegó incluso a las páginas de elDiario.es, donde estuvo desarrollando una sección quincenal de reseñas que, en verdad, encubría una ácida sátira del mundo literario, como todo lo que hace Alcázar.
“La gente es que quiere creer”, es la explicación que da este albaceteño a todos los que se toman sus escritos de manera literal. “Y me parece bonito porque la gente sigue teniendo una reverencia muy grande a los libros y cree que lo que está ahí es verdad. Y como los míos van sobre libros y parecen cultos, se los creen”, añade.
El autor camina sobre el alambre y lo hace a veces sin red: cuando le siguen el juego, prefiere no saber si es por desconocimiento o complicidad, así que en sus interacciones en redes sociales o con periodistas no desmonta la tramoya de su fantasía. Sencillamente, se deja llevar por la corriente. “Lo hago desde ser travieso y muy naíf. Luego me doy cuenta y me asusto de la que estoy liando”, explica en una entrevista durante los días que visita Madrid para presentar el libro. “Me parece que si hay un sitio donde tiene que haber juego y desinformación es en la ficción y en la literatura”, dice, y añade: “Estamos en un mundo en el que las cosas están cambiadas, donde debería haber veracidad y sentido común, hay desinformación. Y donde podría haber ficción y juego, no lo hay”.
Las obras de Alcázar aterrizan como extraterrestres en un caldo novelístico dominado por el realismo y la autoficción. Él quiere cambiar eso. “Soy un activista de volver a las cosas como eran, no por nostalgia, sino porque soy un fanático de la ficción”. El escritor señala que encuentra muchas premisas interesantes en las series de televisión, pero una literatura muy “uniforme”. “Hacen falta argumentos más originales y alocados. Prefiero algo errado o que no funcione a algo que se adscriba a las reglas del mercado”, señala.
Enfado de los autores novelesEn Manuscritos no solicitados encontramos supuestos comentarios de un amigo de una trabajadora en una de las agencias literarias más importantes del país. El trabajo de ella es revisar esos textos que reciben las editoriales sin encargo previo. Casi ninguno es publicable, en teoría porque no son de interés para el mercado, pero esta empleada se ve conmovida por algunos de ellos. Finalmente, estas obras acaban en manos de su amigo Miguel Alcázar, que ha tenido la idea de crear una antología “de los más divertidos, insólitos e hilarantes”. Este es el marco —borgiano, podríamos decir— del libro. Todo mentira, por supuesto.
El proyecto de antología sería, pues, este mismo libro. Está compuesto por comentarios, pero también entrevistas a estos autores irreales —salvo uno: Nacho García— sin fama. Para darle una estructura, los ha clasificado por temáticas: entrañables, inquietantes, costumbristas, poéticos, escalofriantes, autoayuda, etcétera. Al autor, este nuevo trabajo le parece “mucho más polémico que el anterior, donde la sátira y la mentira venían alrededor de los críticos literarios que son, quieras que no, una figura de poder. Mientras que aquí ha habido polémica con algunos autores nóveles, que han pedido en redes sociales que se despidiera a la agente literaria ficticia, que ha recibido incluso amenazas de muerte”, dice. Pero, lejos de preocuparse demasiado, recalca: “Ha sido maravilloso porque la realidad ha superado la ficción”.
El libro contiene juegos de metaficción. Por ejemplo, Alcázar da con un manuscrito titulado Conversaciones con famosos, lo que le da pie a rajar sobre el éxito de los famosos —por motivos extraliterarios— que escriben libros, frente a los escritores no famosos. La posterior entrevista con el autor, un tal Borja de la Cruz, de 19 años, es reveladora. Alcázar le acusa de haberse inventado las entrevistas del libro —Cristiano Ronaldo derrumbándose emocionalmente, Rosalía siendo demasiado sincera— y De la Cruz le contesta que lo que hace es “difuminar la línea entre la realidad y la ficción”; esto le sonará familiar a los lectores de este libro, y de este artículo. “¡Quién decide qué es ficción y qué no lo es, eh!”, grita un De la Cruz perdiendo los nervios en la entrevista.
Industrias creativas violentasSi hubo quien quiso creer que La crítica literaria en los noventa era real, fue porque querían demostrar que antes había una libertad de expresión que ahora está cercenada. Los creyentes de la literalidad de Manuscritos no solicitados tienen más que ver, opina Alcázar, con que hay quien “cree en el poder de los agentes literarios y de los editores como cancerberos del mundo editorial que están bloqueando una fuente de talento”, reflexiona. “Creo que tiene que ver con la egolatría de todos nosotros, incluidos los escritores, de creernos que tenemos algo que aportar genial y que nuestra voz se debería escuchar, pero que no nos están dejando”, señala.
Otro motivo reside en que el escritor inédito se ve “frustrado” por su falta de éxito: “He hecho un curso carísimo, he hecho muchos contactos, he ido a todas las fiestas. ¿Por qué no me están publicando?”, dice Alcázar, poniéndose en su lugar. “El mundo artístico está en una competición feroz de la que no se habla. Los escritores no se apoyan unos a otros sino que compiten siempre, el capitalismo lo está inundando todo y eso lleva a la paranoia, a la ansiedad y a esta posición de por qué tú y yo no”, dice el autor. “Según dicen los editores, está escribiendo más gente que lee en España hoy en día”, un dato que, exagerado o no, engancha con “el individualismo y el egoísmo” de nuestra sociedad, que genera “unas industrias creativas superviolentas”, concluye Alcázar.