Back to Top

Oliver Laxe sumerge Cannes en una rave política e hipnótica con ‘Sirat’: “Me identifico con el gesto salvaje de los raveros”

A los raveros se les muestra con desprecio, como seres poseídos por las drogas que bailan sin ton ni son y sin ninguna preocupación más allá de pasarlo bien. Hay un sentimiento, que las noticias han extendido, que despoja a esas personas de cualquier discurso. Sin embargo, detrás de ellas, suele haber una voluntad antisistema clara; una necesidad de romper con las normas impuestas por el mundo. Por salirse de la rueda. Son nómadas, viven en comunidad y han creado un tejido colectivo fuerte que contrasta con la imagen hedonista que se da de ellos y con un mundo cada vez más individualista.

El cineasta gallego Oliver Laxe ha colocado a varios de ellos en el centro de su nueva película, Sirat, con la que compite por primera vez en la Sección Oficial de la Palma de Oro. Laxe coloca su mirada, especial y sensorial, en estas fiestas. Lo hace desde los ojos de alguien externo, el personaje protagonista que interpreta Sergi López. Un padre que, junto a su hijo, busca a otra hija desaparecida que supuestamente está en una rave en Marruecos.

Se unirá a una comunidad de raveros en busca de una fiesta definitiva donde espera encontrarla, y la mirada de López —espléndido— es la del espectador, perdiendo prejuicios y descubriendo la red de cuidados de estas personas que han decidido romper con todo como gesto político. Decía Laxe cuando anunciaron el filme en Cannes que era su película más política, y vaya si lo es. La rave en la que Laxe ha sumergido a Cannes se huele y se siente, pero sobre todo nos dice que en este mundo, aunque uno quiera escapar del sistema, sus consecuencias —en este caso la guerra en Mauritania— te salpican en la cara. Lo hace en una segunda parte sorprendente, arriesgada y salvaje que dará que hablar y que conviene no desvelar.

Lo hermoso es que uno puede sentir el sello de Laxe en cada plano mientras le ve avanzar en direcciones nuevas. Sirat es un viaje sensorial, poético y político sobre la imposibilidad de salirse del sistema. Lo hace con un filme en donde el asentamiento en lo narrativo que ya se avistaba en Lo que arde se mezcla con el acercamiento místico de Mimosas. Un ambicioso paso adelante que se ha podido realizar gracias al esfuerzo en la producción de Movistar y El Deseo (la productora de los hermanos Almodóvar).

Los 40 primeros minutos, en los que presenta a esos raveros (reales y convertidos en actores para el filme) bailando, fluyendo con su música, y el primer encuentro con Sergi López son prodigiosos. La fotografía de Mauro Herce vuelve a brillar como en Lo que arde, y coloca al espectador en un lugar de ensueño, de irrealidad, del que solo despertará tras un giro dramático absolutamente inesperado que agarra al espectador de las tripas.

La radicalidad de lanzarse al vacío

Ya desde Cannes, Oliver Laxe aclaraba que Sirat “no es una película sobre raves ni una tesis sobre ellas”, pero también confesaba que se identifica mucho con ellas por su “radicalidad”, una palabra que últimamente usa mucho porque le gusta su etimología, que viene de “raíz”. “El radical sería aquel que se tira al abismo, aquel que intenta ser coherente con su esencia, consigo mismo. Y me gusta eso de ellos, cómo buscan esa coherencia radical en su vida. Es difícil. Es imposible que los seres humanos seamos radicalmente coherentes. Pero me gusta ese gesto irredento, salvaje y asilvestrado. La verdad es que me identifico con ellos”, decía el cineasta.

De alguna forma Sirat habla de esa lucha, la de mantenerse fieles a una forma de entender el mundo mientras a su alrededor se desmorona. Esa comunidad formada por los raveros y el padre y el hijo que buscan a su familiar se encontrarán de frente con la realidad, y les golpeará, porque como dice Laxe, “la vida se expresa de manera clara, vehemente, nos agarra por el cuello, nos agita y nos pregunta, ¿quién eres?”.

Nuestra esperanza es que la vida nos haga cambiar. Lo hemos visto en Pandemia. No ha sido tan fácil cambiar. Hemos vuelto rápidamente a nuestras derivas

Oliver Laxe — Cineasta

El director cree que sus personajes asumen su imperfección y su vulnerabilidad. “La vida les ha abofeteado de tal manera que sus egos han sido arrasados. Y ahí surge el momento del colectivo, de la familia, de los cuidados sin juicios. Es algo que me gusta de todos los colectivos un poco alternativos o contraculturales, y es que se convive más con la herida. Creo que todos estamos heridos. Los seres humanos somos todos niños heridos de alguna manera. Lo que pasa es que tenemos como un mecanismo de defensa para crear una imagen idealizada de nosotros mismos en vez de convivir con esa carencia. Lo que plantea esta película es una comunidad de cicatrices”, dice de su filme.

Hay en la película “ecos del fin del mundo, de una sociedad ya en su crepúsculo, y ellos despiertan”. Laxe ve en ese gesto de despertar algo con lo que se identifica. “Ellos no quieren participar, por ejemplo, en este redoble de tambores de guerra en el que vivimos hoy en día en el que la gente quiere hacer la paz a través de la guerra. Pero en el fondo, nuestra capacidad de decisión es pequeñita. Alguien decía que la capacidad que tenemos de cambiar las cosas es tan grande como el espacio que hay entre un violín y su estuche. O sea, casi nada. Nuestra esperanza es que la vida nos haga cambiar. Lo hemos visto en pandemia. No ha sido tan fácil cambiar. Hemos vuelto rápidamente a nuestras derivas”, reflexiona.

Oliver Laxe junto al equipo de actores de la película en Cannes Oliver Laxe junto al equipo de actores de la película en Cannes

Define a los raveros como “una comunidad de cuidados y de respeto”, y por ello así les retrata. Les filma “con pudor”. “No hay esa líbido desequilibrada. Los cuidados están en el centro. Está ese respeto, el no juzgarse… yo he escrito este guion bailando con los ojos cerrados. Imaginándome los camiones atravesando el desierto. Cuando estaba preparando Mimosas vivía con uno de mis personajes en Ouarzazate, y empecé a escuchar beats y era una free party. Una rave. Said, que es un sufí ortodoxo, me dijo algo que me marcó, y es que esas personas son los musulmanes del futuro, me pareció una conjunción preciosa de gente que no se juzga y que tiene el mismo anhelo de trascendencia, de comunión y de volver a casa”.

El cineasta reconoce que él tiene “un pie en la tradición” y siempre ha manifestado su interés por el Corán. “Me embriaga”, dice desde Cannes. “Me encanta escucharlo, y al mismo tiempo me gusta el techno, me gusta transformar mi energía bailando, e intento asumirme. Todo mi imaginario, que aparentemente puede ser contradictorio, creo que no lo es tanto en este momento del mundo en el que muchos tenemos ganas de volver a casa, de trascendernos a pesar de que sea difícil”, apunta.

También, cuando se anunciaba su presencia en Cannes, Laxe aseguró que en esta película había hecho más “concesiones”, y cuando se le pregunta por cuáles añade que ahora se arrepiente de haber utilizado esa palabra, porque más que concesiones, es intentar entender al público: “Yo vivo en este momento. No vivimos en la República de Platón. El espectador es como es. Me identifico con él. Soy el espectador y pienso en de qué manera voy a subir al espectador a lomos de mi caballo. Y eso implica que el autor también tiene que bajarse del caballo”. En el género ha encontrado una forma de enganchar a la gente, pero confiando en su criterio y sin engañarse a sí mismo, como se encarga de subrayar. 

Lo ha hecho con una película especial, que no deja indiferente, que confronta y sumerge al espectador como hicieron con el director otras grandes películas que tenían lo que él cree que debe tener una buena obra, “hablar de un tiempo, de un momento y de los sueños y los deseos de una sociedad”.

Cron Job Starts