El dinero parece especialmente voluble y huidizo a la conclusión de 2023. Tanto, que dos valores emblemáticos, el oro, por su tradicional estatus de refugio del capital en épocas de vacas flacas, y las criptodivisas, emblema de la digitalización monetaria sin controles regulatorios de los bancos centrales, han asumido un protagonismo inesperado para gran parte de las manos que mecen los mercados.
El metal precioso y el bitcoin “navegan totalmente desconectados de los criterios financieros fundamentales”, alerta Marcus Ashworth, ex estratega jefe de Mercados en Haitong Securities, en la City londinense y columnista de Bloomberg.
El bitcoin acabó con 19 meses por debajo de la barrera de los 42.000 dólares y el mineral amarillo volvió a resurgir en varios momentos de este ejercicio -primero, en marzo y luego, entre noviembre y diciembre- por encima de los 2.000 dólares, una cota que no se rebasaba desde los meses de marzo de 2020 -por la aversión al riesgo surgida por la crisis sanitaria- y de 2022, tras el comienzo de la invasión rusa de Ucrania.
“Estos no son los comportamientos esperados por los inversores boomers partidarios del oro como activo a resguardo de inclemencias, ni por los millennials serios pero apasionados de los tokens virtuales”, aclara Ashworth. Y mucho menos con los mercados de capitales en estado de ebullición; es decir, con clara tendencia a ganancias y rentabilidades -en alusión a los bonos- o a revalorizaciones accionariales. Entre otras razones, por la intensidad del consumo y del empleo en EEUU con inflación en descenso y augurios de bajadas de tipos de la Reserva Federal incluso en la primera mitad de 2024.
Todo ello, parece alejar la Espada de Damocles de una cada vez menos probable recesión, lo que ha llevado al S&P 500 a rozar con los dedos los 4.725 puntos que marca su récord, del 23 de diciembre de 2021.
La propagación de este extraño optimismo prenavideño también ha alcanzado a los mercados europeos; en especial al DAX, al CAC 40, al Ibex 35, que ha recuperado los niveles bursátiles de 2018 y se ha instalado con holgura sobre los 1.100 puntos e, incluso, al FTSE 100 británico. Este fervor inversor contrasta con los números rojos en los que parecen haber caído ya las economías del euro y del Reino Unido.
El oro ha resurgido como Ícaro -enfatiza Ashworth-, espoleado por la interrupción repentina de las pérdidas de los productos derivados y de otros activos de alto riesgo y el mantenimiento de la rentabilidad de los bonos del Tesoro americano. Dos hechos sorprendentes e inauditos que, generalmente, no guardan una relación directa con las revalorizaciones del metal precioso.
“Todo ello invita a pensar en una reversión” porque su precio “no parece consistente” ni con la coyuntura de EEUU ni con la europea, y mucho menos con una apuesta de consolidación bursátil en los próximos doce meses. Por mucho que los bancos centrales emprendan sus estrategias de tipos a la baja a medio plazo, aclara.
Por su parte, el bitcoin se ha desenganchado de su impulso alcista por los falsos rumores de una época de falta de liquidez y de reducción de la masa monetaria en circulación en la esfera industrializada. Es la explicación especulativa de este doble boom inversor. Porque han sido las propias autoridades emisoras las que han hecho acopio de oro en sus reservas y alimentado esta tendencia casi visceral de las firmas de inversión a engrosar en sus carteras valores refugio como las onzas del metal precioso y los dólares virtuales de las criptodivisas.
Eso sí, atendiendo a razones geopolíticas y económico-financieras. Ya en el trimestre estival, los bancos centrales, tanto de los de potencias de rentas altas como los de mercados emergentes, elevaron en un 8% sus compras de oro y sus stocks en 337 toneladas. Estas maniobras de las instituciones monetarias suelen anticipar borrascas en los climas inversores. Sin embargo, en esta ocasión, no solo no ha generado tensiones, sino que ha catapultado las bolsas.
Para el Consejo Mundial del Oro, la disputa por la hegemonía mundial entre EEUU y China, el riesgo latente de fragmentación de la globalización y las dudas sobre el dólar como divisa de referencia del comercio y moneda de reserva son factores que explican la revalorización del metal dorado. John Reade, uno de sus responsables de análisis, incide en que la adquisición de oro por parte de los bancos centrales “es una decisión técnica a corto plazo” derivada de la ampliación en un 6%, de la oferta de producción aurífera.
A la espera de comprobar la evolución geopolítica -dice Reade- parecía una buena ocasión para que las autoridades monetarias almacenaran oro mientras pasa la incertidumbre sobre el peso que adquirirá el dólar con un abaratamiento del dinero en 2024.
En Deutsche Bank advierten, sin embargo, que, a precios corrientes y descontada la inflación, el oro está aún un 20% por debajo del récord histórico de 1980, cuando la onza cotizó a 894,83 dólares -cifra equivalente a 2.309 dólares actuales- por los daños económicos de la crisis petrolífera de la OPEP y su posterior espiral inflacionista en Occidente, la invasión soviética de Afganistán y el conflicto de los rehenes secuestrados en la embajada de EEUU en Teherán.
Las similitudes económicas y geopolíticas con tiempos pasados chocan con el orden monetario presente. Yves Bonzon, Chief Investment Officer (CIO) de Julius Baer, aduce que el rally del oro se debe a la tensión en Oriente Próximo desde el 7 de octubre, aunque en los meses previos ya se había dejado influir por las presiones inflacionistas y los conflictos armados. Es una constante desde la suspensión del patrón de convertibilidad dólar-oro decretada por Richard Nixon en 1971 y que surge cuando las bolsas manifiestan estados volubles en sus valores.
En su opinión, el efecto psicológico del oro como el más seguro de los refugios inversores es tan real como ficticio. Porque “ni resulta un arma contra la inflación” -tan solo ha sido efectiva en periodos excepcionalmente intensos de subidas de precios- ni ofrece una mayor protección que la renta variable contra la “erosión monetaria”. De igual modo que sus inversiones surten efecto cuando las fricciones geopolíticas son estructurales y duraderas.
Aun así, Bonzon justifica el repunte del oro con el debilitamiento del dólar por las perspectivas de rebajas de los tipos de interés en 2024 y porque es “el único activo líquido que no tiene riesgo de contraparte”; es decir, que actúa como escudo ante amenazas sistémicas, entre las que cita el acecho al billete verde americano o las guerras en Ucrania o Gaza.
Sobre el bitcoin, la versión digital del metal amarillo para el analista de Julius Baer, recuerda que ya ejerció de alternativa inversora durante el colapso crediticio de 2008 y la posterior crisis de la deuda europea en 2011 y ahora, a lo largo de la afrenta monetaria desatada por China y sus socios del BRICS + para crear una moneda común, podría volver a protagonizar un “papel viable” en las transacciones internacionales.
En cualquier caso, “no vemos peligros inminentes como para añadir oro ni bitcoins a las carteras de capital” -aclara Bonzon-, como otros análisis menos optimistas. Esta tesis la suscribe Yiannis Giokas, director en Moody’s Analytics, para quien el salto de la criptodivisa obedece más a la respuesta que la SEC -la CNMV estadounidense- sopesa para añadir más dinero en efectivo y, por tanto, relajar rigideces regulatorias sobre los cripto-valores en los balances de los fondos cotizados que ha planteado la industria inversora, con BlackRock a la cabeza.
David Tawil, presidente de ProChain Capital, insiste en el tándem oro-bitcoin tras del amago de tsunami bancario estadounidenses controlado por el Tesoro en el marzo pasado y el estallido bélico en Oriente Próximo de octubre, y augura otra escalada de la criptomoneda, hasta los 47.000 dólares si la SEC flexibiliza las inversiones digitales.
Mientras Diego Cacciapuoti, de Oxford Economics, cree que el oro se consolidará por encima de los 2.100 dólares en la segunda mitad de 2024 si Jerome Powell libera de manera contundente el corsé monetario en línea con las expectativas de un mercado que, como advirtió su antecesor Alan Greenspan al inicio del milenio, suele dejar testimonios de una “exuberancia [inversora] irracional” que, con frecuencia, desembocan en crisis sistémicas.