“El dólar es nuestra divisa, pero es vuestro problema”. La lapidaria frase lanzada por el secretario del Tesoro John Connolly durante la emblemática Administración Nixon que lapidó el patrón oro y proclamó el reinado del billete verde, siempre está en boga. Con independencia de si la divisa estadounidense exhibe músculo o flaquea en su valor frente a otras monedas del planeta, como era el caso en 1971, cuando pronunció su maleficio monetario.
Más de medio siglo después, su profecía sigue latente y resuena especialmente en periodos de fuertes marejadas como la actual, con vientos de nueva Guerra Fría y la mayor afrenta contra el dólar, a la que ha dado carta de naturaleza el cada vez más poderoso BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).
La desdolarización nunca ha estado tan instalada en los mercados de capital, el comercio o los mecanismos transnacionales de pagos como en 2023. A pesar de la supremacía del dólar en las reservas de divisas, en el negocio petrolífero o en las transacciones de bienes desde hace 80 años. Entonces, en la Conferencia de Bretton Woods se fraguó la arquitectura financiera, la libre circulación de bienes, servicios y capitales, y el entramado multilateral -con el FMI y el Banco Mundial como buques insignias- y el dólar se erigió en el pilar central de la economía global y de la política del Tesoro americano.
El debate de la desdolarización no es nuevo. Irrumpe cada vez que sucede una crisis económica, acontece algún tsunami geopolítico o aparece una revolución tecnológica. Aunque casi siempre ha sido irrelevante. El dólar siempre se aferra a su pedestal. La ruptura del vínculo entre el dólar y el oro que provocó Richard Nixon predijo su “destronamiento” al otro lado del Atlántico. Algo que volvió a suceder, entre una minoría de economistas, con la llegada del euro en 2001 y con la compra masiva china de deuda occidental por el credit crunch de 2008. O, más recientemente, tras la invasión rusa de Ucrania, con las sanciones del G-7 que lo usan como arma de destrucción masiva de las finanzas del Kremlin, y que han configurado un sistema de pagos paralelo al Swift occidental por parte de Pekín y Moscú.
De esta última acometida geopolítica ha surgido un dilema geoestratégico de altos vuelos que, por primera vez, ha amenazado el protectorado del dólar: ¿será el billete verde el que gobernará otra Guerra Fría o, por el contrario, conseguirán los BRICS instaurar una divisa común con la que acaparar poder monetario en una etapa post-dólar?
La pinza política y económica que atenaza a las divisasEl dólar, que registró una revalorización del 53% entre 2011 -con el inicio de la crisis de la deuda europea- y 2022 cuando el ciclo de negocios post-Covid frenó su ímpetu por la guerra de Ucrania y la mayor espiral inflacionista en cuatro décadas, presenció en la segunda mitad del pasado año un aterrizaje de cierta magnitud. Hasta el punto de marcar un pírrico encarecimiento del 0,1% en el índice que mide su evolución desde 1973 frente a una cesta que integra junto a otras cinco divisas: el euro, el yen, la libra, el franco suizo y la corona sueca.
Paradójicamente, coincidió en el ejercicio en el que China y Brasil insistieron en engendrar una moneda común de los BRICS que combata el reinado del dólar.
El modelo predictivo de Vanguard estima que en 2024 el dólar aún estará un 12% sobrevalorado en línea con su repunte entre enero y junio, que merodea el 4%. En JP Morgan, Patrick Locke pronostica alzas hasta diciembre, alimentadas por la pertinaz inflación en EEUU, que en mayo se mantuvo en el 3,4% -una décima por encima de su registro del mismo mes de 2023- con la tasa subyacente en subida moderada.
El excesivo precio del dinero -entre el 5,25% y el 5,50% impuestas por la Reserva Federal (Fed)- propulsa el valor del dólar por sí mismo. Aunque también por la reducción de tipos del BCE en junio, con el que emprende el diferencial monetario entre las dos orillas del Atlántico y que anticipa brechas con el resto de los bancos centrales del G-7. Por si fuera poco, el mercado esboza un cierto consenso en que la Fed realizará solo dos recortes de un cuarto de punto este año; el primero en noviembre, tras las elecciones presidenciales. Frente a los seis que presagiaba al inicio de 2024.
Aunque la compleja coyuntura económica en EEUU no será el único factor que determinará el músculo de la moneda estadounidense. Las turbulencias electorales pondrán a prueba el comportamiento del dólar y el resto de divisas. El peso mexicano saludó la victoria de Claudia Sheinbaum con pérdidas y los activos en Europa se han tensionado por la convocatoria de legislativas en Francia el 30 de junio, explica Brent Donnelly, de Spectra FX en una nota a inversores.
La segunda mitad del año será crucial en el devenir del dólar. También de la libra, que se siente tradicionalmente más cómoda con un gobierno conservador, pero que sentirá alivio con el casi descontado triunfo laborista en los comicios del 4 de julio, después de tres lustros de gobiernos tories cargados de sobresaltos y con el Brexit de por medio. Quizás el año que viene, con Europa, Reino Unido y EEUU con sus instituciones renovadas y en marcha, China y Japón con sus PIB más encarrilados hacia el dinamismo y un apaciguamiento de la geopolítica global, “la ecuación del dólar salga negativa”, anticipa, no sin dudas, Richard Benson, de Millennium Global Investments.
El pulso por la hegemonía monetaria tendrá que esperarAun así, Vanguard apuesta por una mínima revalorización del dólar, del 1%, en los próximos 12 meses. Goldman Sachs la eleva al 3%. Aunque “solo Jerome Powell puede alterar los escenarios”, enfatiza Rajeev De Mello, de Gama Asset Management a Bloomberg. Entretanto, “la única divisa que puede proporcionar garantías de alta rentabilidad es el billete verde”, explica Peter Vassallo, de BNP Paribas.
Todo ello complica cualquier intento de golpe al dólar, con el que también coquetean potencias como Arabia Saudí o India. Así lo cree Tyler Cowen, profesor de la Universidad George Mason, para quien el billete verde “seguirá gobernando el mundo”. Entre otras razones, porque acapara el 88% de las transacciones, porque bajo su fortaleza EEUU engorda su déficit, pero sin dejar de exportar servicios en dólares que revalorizan sus marcas empresariales y porque otorga a varios de sus rivales -en especial, a productores de petróleo-, una estabilidad de pagos y unos ingresos a los que no parece que Arabia Saudí o Brasil, por ejemplo, estén dispuestos a renunciar por un brindis al sol monetario que genere rivalidad entre EEUU y la esfera emergente.
En su opinión, el intervencionismo de China en sus mercados para evitar fugas de capital o sus cada vez más protegidas industrias en aras de la seguridad nacional dejan el recorrido del renminbi en pausa, con su 7% de uso comercial internacional, y con escasas opciones de que sus restricciones a las inversiones externas eleven su peso en las reservas de divisas.
El euro, que monopoliza el 31% de las reservas, nunca ha dejado de ser un molesto, pero ingenuo competidor del dólar, pese a que en este terreno se descubre la mayor debilidad del dólar, que ha pasado de atesorar las dos terceras partes de las cestas de divisas en 2003, al 55% de 2021 y al 47% en 2022. Su revalorización cambiaria de ese año -del 7,5%- se la tragó el tamaño de su retroceso como moneda de cambio de los bancos centrales -de un 8%- y que fue de gran calado, superior al que registró en los veinte años precedentes.
“Mientras la economía de EEUU rebase a la del resto del G-7, el dólar dominará los escenarios; no todo el mundo está contento, pero poco pueden hacer”, explica Barry Eichengreen, autor de El Privilegio Exorbitante: ascenso y caída del dólar. En línea con el diagnóstico del FMI: el billete verde “cede terreno ante monedas no tradicionales como divisa de reserva, pero sigue siendo preeminente y contribuye con su robustez al dinamismo de la economía americana y mundial y a la estabilidad de precios”.
A lo que S&P añade la “solidez de los bonos del Tesoro americano”, con emisiones de 39.000 millones de dólares que minimizan la amenaza de recesión. Gita Gopinath, la número dos del Fondo, resalta su “enorme aportación al equilibrio económico y financiero a las puertas de otra Guerra Fría” y a la reducción de shocks globales, en plena “reevaluación de socios comerciales” por razones de seguridad nacional, alteración en los flujos de capital por intereses geopolítico, giros en las cadenas de valor y en las reglas comerciales por el retorno al proteccionismo y riesgo de decoupling.
Jared Cohen, codirector del Goldman Sachs Global Institute, señala que las maniobras hacia una desdolarización “serán marginales, aunque significativos y en vigor entre sus promotores” a la espera de que en Washington “pueda desencadenar una serie de fallos sistémicos que minen la autoridad de su moneda y abra vías para el asalto a su supremacía” en un momento en el que la arquitectura financiera se tambalea y está sometida a cambios. “Sin un dólar fuerte, de hecho, su demolición sería fulminante”, matiza.
La agitación a la que se refiere Cohen podría acontecer tras las elecciones. Donald Trump, alerta The Economist, es partidario de un dólar débil para corregir el déficit comercial y a Joe Biden su fortaleza le ralentiza su reindustrialización. En connivencia con esta visión, dos voces de think-tanks, Steven Kamin (American Enterprise Institute) y Mark Sobel -del Center for Strategic and International Studies (CSIS)- acaban de plasmar en una tribuna en Financial Times sus temores a una “disfunción política o fiscal” en EEUU que precipite procesos de desdolarización.