El fútbol es política: el fracaso de la Superliga demuestra por qué

En su presentación, Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, anunció que la Superliga venía a salvar el fútbol. Con su anuncio, sin embargo, no se tuvieron en cuenta los elementos políticos más allá de los futbolísticos.

Algunos de los principales clubes del viejo continente (Real Madrid, Atlético de Madrid, Fútbol Club Barcelona, Liverpool, Arsenal, Manchester United, Manchester City, Chelsea, Arsenal, Inter de Milán, Milán y Juventus) se independizaban de la tutela de la UEFA para organizar su propia competición. El objetivo, según declaró el presidente del Real Madrid, era salvar el fútbol de la "ruina" a la que les ha sometido la COVID-19 y de unas audiencias a la baja aumentando los ingresos por los derechos de televisión de los que la UEFA no sacaría tajada.

¿Son estos los clubes más prestigios de Europa? Dicho de otra manera, ¿puede hablarse de una Superliga europea sin alemanes y franceses? Parece difícil. Entonces, ¿por qué el Paris Saint-Germain, serio candidato a ganar esta edición de la Champions League (organizada por la UEFA), o el Bayern de Múnich, actual campeón, no se sumaron al proyecto? ¿Cuáles son las claves (geo)políticas de la Superliga y por qué se han vuelto a mezclar fútbol y política?

En primer lugar, había dudas acerca de la legalidad de la Superliga por la disrupción que crearía en los mercados nacionales y, por tanto, por una posible violación de las leyes de competencia europea. Esto sería así en tanto que los clubes que compitieran en la Superliga estarían tan dopados económicamente que la diferencia entre ellos y los de sus respectivas ligas nacionales (ya de por sí grande en muchos casos) sería insalvable reduciendo la competencia.

Tsjalle van der Burg, profesor asistente de la Universidad de Twente, explicaba que los clubes compiten por los consumidores principalmente en el mercados nacionales, que son los "mercados relevantes": "Los mercados en los que los tribunales se centran cuando tienen que responder a la pregunta de si hay suficiente competencia o si la competencia se ha reducido tanto que daña el bienestar económico". Según él, si solo un número reducido de clubes puede acceder a la competición o ganarla, los que compitieran en la Superliga tendrían mayor capacidad de atraer aficionados nacionales que, a su vez, comprarían más productos suyos y contribuirían a su enriquecimiento vía derechos televisivos. Esto acabaría reduciendo la competencia dentro de los mercados nacionales y, por tanto, violando la ley europea de competencia.

Con todo, la Comisión Europea se mostró reacia a actuar cuando se anunció su creación.

En segundo lugar, está la cuestión del "modo de vida europeo" contra la "americanización" del deporte. Pareciese que la Superliga atenta contra la forma de entender el deporte -el fútbol- en Europa, en comparación con Estados Unidos. Esto no implica que la UEFA, -o la FIFA- se preocupen siempre por la cara humana del futbol. Su modelo de gestión está totalmente orientado al negocio y a aumentar las ganancias, incluso explotando a los futbolistas al límite con sobrecargas de partidos que pueden derivar en lesiones por fatiga.

Sin embargo, el modelo que plantea la Superliga se parece al de la NBA: una liga cerrada donde los clubes se convierten en franquicias. Los Ángeles Lakers, actuales campeones de la NBA, antes de establecerse en la ciudad de Los Ángeles se encontraban en Minneapolis; o, recientemente, los Nets cambiaron Nueva Jersey por Brooklyn en 2012. Así pues, parece difícil imaginar qué impediría en el futuro que los clubes, convertidos en franquicias, cambiaran de ciudad. ¿Alguien se imagina al Barça jugando en otro sitio que no fuera Barcelona?

La americanización del deporte europeo contribuye al desarraigo de unos clubes que han crecido ligados a sus barrios y sus ciudades, con una historia e identidad que contribuye al sentido de comunidad. Las canteras y el fútbol formativo también perderían peso, imposibilitando el cada vez más difícil surgimiento de los one-man-club.

El sentimiento identitario de comunidad ha sido el que ha sacado a los fans ingleses a la calle a protestar en contra de la Superliga. Sus impulsores no calibraron la rabia que desata la globalización, gasolina tanto para alimentar el Brexit (los equipos ingleses fueron los primeros en abandonar el proyecto) como para reivindicar lo popular del fútbol.

Boris Johnson, afinando su olfato político, decidió cabalgar la opinión pública británica y prometer que pondría de su parte para impedir la Superliga y, que algo tan británico como el fútbol, se desarraigue del Reino Unido. No ha sido el único primer ministro que se ha posicionado en contra de la Superliga; Macron y Draghi también han cargado contra ella porque atenta contra la meritocracia y los valores del deporte; comprando, de esta manera, la idea de que el fútbol pertenece a sus fans y que, al ser parte indispensable del tejido social europeo, no puede ser manoseado por unas pocas élites.

Finalmente, hay que considerar las implicaciones geopolíticas. ¿Por qué el PSG no está entre los fundadores? El club francés es propiedad, en última instancia, de Qatar. Qatar, con el beneplácito de la FIFA, es el responsable de la organización del Mundial en 2022. La organización del Mundial ha ido en paralelo a las críticas por las violaciones de los derechos humanos que ha permitido dentro de su territorio durante la preparación de la Copa del Mundo. Neymar, estrella del PSG, es embajador del Mundial.

La diplomacia del fútbol de Qatar ha estado destinada a ofrecer una imagen de país moderno, que quiere distanciarse del hermano mayor, Arabia Saudí, y se enmarca dentro de su política exterior de rivalidad regional en los países del Golfo. Además, la empresa Bein Sports, también propiedad de Qatar, tiene un acuerdo con la UEFA para retransmitir sus competiciones y quién sabe si la Copa del Mundo.

La alianza de Qatar con la UEFA y la FIFA ha sido clave para este estrategia, por eso el PSG no ha estado entre los fundadores de la Superliga y, probablemente, habrá presionado para que no se lleve a cabo. La amenaza de la FIFA y de la UEFA de dejar sin competición de selecciones nacionales a los jugadores pertenecientes a clubes que participaran en la Superliga habría dejado un Mundial deslucido que hubiera dado al traste con los esfuerzos de promoción del soft power qatarí.

El movimiento de creación de la Superliga, ahora en standby, ha tenido resonancias políticas. Las implicaciones económicas afectaban al mercado interior de la Unión Europea que la Comisión Europea tiene el deber de proteger; las implicaciones identitarias amenazaban con despertar un pulso populista, en cualquier caso contrario a la globalización, pero que los líderes del continente han aprovechado para posicionarse; y las implicaciones geopolíticas cuestionaban el esfuerzo de Qatar para modernizar su imagen a través de la diplomacia del futbol. En el fondo, el deporte también es política.