Israel y Jordania han evitado celebrar los 25 años de paz que cumplen hoy con unas relaciones cada vez más frías, retadas por la cuestión palestina, y con un cambio en el tratado que termina con la llamada "Isla de Paz".
El pacto firmado en Wadi Araba el 26 de octubre de 1994 concedía por 25 años la explotación de dos terrenos fronterizos bajo soberanía jordana (Baqoura/Naharayim y al Ghamr/Zofar) a agricultores israelíes, que transcurrido ese periodo se renovarían automáticamente "a menos que se notifique previamente".
Y el rey Abdalá II de Jordania anunció, con un año de antelación, que no extendería la licencia que caduca hoy.
"Los opositores a la paz en el Parlamento jordano exigieron que no se renovara el contrato de arrendamiento y el rey Abdalá ha atendido esas demandas", criticó el comentarista israelí Nahum Barnea recientemente en el diario Yediot Aharonot.
Esta decisión muestra para Barnea que la paz ha pasado a la clandestinidad, como han sido siempre los contactos con el reino Hachemita - secretos - pese a estar en guerra desde la creación del Estado de Israel en 1948 hasta la firma del tratado un 26 de octubre de 1994 en el paso fronterizo sureño de Wadi Araba.
Así, cuando fue anunciado el acuerdo, pilló de imprevisto a la sociedad jordana - con mayoría de población de origen palestino - entre la que nunca ha llegado a ser popular.
En la isla de paz de Naharayim, tres años después de la firma del tratado, un soldado jordano asesinó a siete adolescentes israelíes que estaban de visita, lo que llevó al rey Husein a viajar a Israel y pedir perdón personalmente a las familias.
Una presagio de la complejidad que afrontarían las relaciones diplomáticas plagadas de desavenencias, la última grave en 2017 cuando un guardia israelí mató a dos jordanos durante un incidente en la Embajada de Israel en Ammán.
La cuestión palestina, tensada por las decisiones del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, con el apoyo de Washington en asuntos como la capitalidad de Jerusalén o los planes de anexión del Valle del Jordán, fronterizo con Jordania, han contribuido al enfriamiento.
Además, "para Jordania, el beneficio económico (del tratado) no ha sido el que esperaba", explica a Efe Ruth Yaron, exfuncionaria del Ministerio de Exteriores israelí que participó en las negociaciones de paz.
Proyectos como el aeropuerto compartido, zonas industriales o el canal Mar Muerto-Mar Rojo, con una planta desalinizadora en Aqaba (sur de Jordania), no han pasado del papel.
Tampoco la libertad de movimiento: solo unos 12.000 jordanos - que no siempre obtienen visa - visitaron Israel en 2018, según el Ministerio de Turismo israelí, mientras que los turistas israelíes fueron más de 100.000, todavía un número modesto pero que aumenta progresivamente.
Los acuerdos de seguridad e inteligencia, sin embargo, se mantienen intocables y "reforzados", según Yaron, que considera que "haciendo balance, algunas cuestiones están por encima de las expectativas y otras por debajo".
En Israel el tratado sigue siendo ampliamente respaldado y hay quienes lamentan que el Gobierno no haya previsto ningún acto para conmemorar las relaciones con el segundo y último país árabe con el que ha conseguido formalizar una paz, después de Egipto en 1979.
Aún así, durante la última década, Israel ha aumentado sus contactos con los países del Golfo, especialmente con Arabia Saudí o Bahréin que dio cobertura a la presentación del parte del llamado Acuerdo del Siglo entre israelíes y palestinos, que prepara la Administración estadounidense de Donald Trump.
Mientras, las relaciones entre Ammán y Washington se templan por el empoderamiento que este último ha dado al Gobierno de Netanyahu con respecto a la ocupación de territorio palestino, que ha alejado aún más la solución de dos Estados.
No ha extrañado, por tanto, el perfil bajo de Israel tan "conveniente para el rey" como para el Gobierno israelí, tras un cuarto de siglo en el que "la Isla de la Paz se ha convertido en la Isla de la Paz Fría".