Una película que funciona como homenaje a su admirado realizador, al propio séptimo arte y a los sueños que cada día nos llevan a dirigir nuestras pisadas en una dirección u otra.

La película, estrenada la semana pasada en el Festival de Cine de Sevilla, llegaba este viernes a nuestras salas, como una oportunidad única de sentirse apabullado por la naturaleza filmada por el director madrileño. En sus 80 minutos, las palabras y voz del propio Herzog, combinadas con las de quien le rinde tributo, amplían la experiencia del visionado. Obligando a mirar hacia el horizonte y a uno mismo, disfrutando de la inspiración que concede el viaje. “En este momento en el que todo es inmediato e impera el culto al ego”, cuenta Maqueda a elDiario.es, “me parecía bonito echar la vista atrás a todas esas personas que nos han influenciado, a nuestros maestros y esos mitos que han hecho que queramos dedicarnos a los que nos queremos dedicar”.

En su caso, el venerado es el responsable de títulos como Aguirre, la ira de Dios (1972) y Mi enemigo íntimo (1999). Y a él revela deberle “su espíritu de conquista, de intentar filmar lo no filmado”. Fue este ímpetu el que, estando “hundido” por la dificultad para levantar la financiación de su siguiente proyecto -La desconocida, que finalmente rodará en 2021-, le llevó a convencerse de que “iba a hacer Dear Werner sin perdirle permiso a nadie”. “Si Herzog pudo caminar por Lotte Eisner, yo podía hacerlo para devolverme un poco la fe a la hora de contar historias”, recuerda el realizador.

El cine de Herzog se respira en cada plano de la película, a la vez que funciona como ejercicio de autoficción para su protagonista, Maqueda, que se obligó a salir de su zona de confort. Allí se enfrentó a la intemperie y dedicó mucho tiempo a reflexionar sobre el oficio de cineasta. Un ejercicio con el que dio más valor al talento de su maestro. “Subido en la cima de una montaña con un director de fotografía y de sonido”, comenta sobre él, “no necesita más porque sabe que nadie más en el mundo ha filmado lo que él. Lo único que importa es estar allí”.

Algo que ha tratado de llevar a cabo en su peregrinación, que podría compararse con el Camino de Santiago, pero en versión cinematográfica. Una de sus retos fue “buscar casi por azar momentos que vendrían muy bien”, recuerda Maqueda, “como perseguir a un caballo salvaje durante una hora para conseguir estar delante de él y acariciarlo en plano”. Una escena que rezuma intimidad pero sin ser excluyente. Al contrario, interpela por cómo su forma de “grabar en soledad” conecta con quien la recibe y sus pensamientos.

Dear Werner aborda el trabajo de director con una perspectiva totalmente alejada del glamour con el que muchas veces está asociado. Tanto por haber trasladado a imágenes el viaje del propio Herzog, como por la forma en que su autor ha mezclado la experiencia del cineasta con la suya. “Hay que estar preparados para ser rechazados”, comenta en el documental, defensor de que “es vital que desechemos el discurso del director de cine como alguien exitoso”. De ahí a su intención de “dignificar el oficio de cineasta con conciencia de clase muy obrera, que se vea que me cuesta llegar a fin de mes”. Pero sin caer tampoco en una visión pesimista y desoladora de la industria. Se ancla en mostrar que “caminar es duro pero es bonito si te lo propones”, y que hay que “estar preparado tanto física como emocionalmente”.

El cine como documento histórico que reivindica

El documental invita a entender el séptimo arte como “una aventura demasiado mágica como para caer presos de un estilo al que tienes que rendir tributo y pleitesía película a película”. Por ello, aunque su próximo largometraje tiene una clara vocación de público”, le gustaría “seguir alternando un cine más grande con otro más pequeño e intimista, que esté en comunión con la tierra y las pisadas”.

Con una mirada comprometida con el pasado, Maqueda ha recuperado un capítulo de la historia del cine al que no se le han dedicado suficientes palabras: la figura de Lotte Eisner. “Era importante reivindicarla, al igual que Herzog en su libro, como una mujer que no solo salvó a su país, sino que también salvó el cine”. A ella le debemos la conservación de gran parte del cine alemán que Hitler quiso destruir, y que protegió con su propio cuerpo cuando hizo falta. Nacida en Berlín pero exiliada en Francia, fue quien creó junto a Henri Langlois la Cinemateca Francesa. “No fue fácil conseguir su dirección”, lamenta el director, “y que finalmente al llegar a su casa no encuentres una placa en homenaje a su figura, evidencia la desigualdad de género que hay”.

No en vano, los pasos por dar también forman parte de un camino que hay que seguir recorriendo. Dear Werner lo deja claro en cada gerundio e infinitivo con el que se refiere a este acto, sin mirar demasiado al pasado ni esperar al futuro. Por contra, se expresa en continuos que permiten entender “que no hay que centrarse en la meta, lo único que importa es seguir caminando”. En tiempos de pandemia en los que el paseo ha adquirido un valor aún más grande, y sobre todo en el que el cine y las salas no gozan precisamente de bonanza, este documental es un canto al prodigio de las historias, a la fe en aquello que hacemos y a la reflexión como algo a lo que no tenerle miedo, porque permite tomar consciencia de los durantes que nos definen. Y, de paso, una puesta en alza de “los proyectos que se quedaron por el camino, pero que nos han hecho ser quienes somos. En lugar de verlos con frustracion, hagámoslo como algo positivo. Gracias a que están ahí, nosotros somos quienes somos a día de hoy”.