Maycomb se convirtió en lo que años después también fue Macondo: un lugar ficticio, que situamos y guardamos en nuestro imaginario y que se convierte en parte imprescindible de nuestra cultura popular.

Harper Lee jamás supo sobreponerse al éxito del ruiseñor, aislarse y dejarse ayudar para escribir nada más, ni a la altura ni con menor calidad. Aunque la industria literaria, que peca de estrujar esponjas, editó en 2015, un año antes del fallecimiento de la autora, Ve y pon un centinela (Go Set a Wachman), con polémica mediante, dado que fue un manuscrito que Lee entregó a su agente 58 años antes y que no estaba en sus planes publicar. Esta novela, secuela de Matar a un ruiseñor, no era otra cosa que unos primeros borradores del mismo Matar a un ruiseñor. La publicación de Ve y pon un centinela fue más bien una artimaña de la hermana de la escritora para hacer caja.

Publicar poco o nada más después de un bombazo literario es un patrón común, como le ocurrió a J. D. Salinger tras El guardián entre el centeno. La directora literaria de Alfaguara, Pilar Álvarez, lo cuenta: "Hay bastantes casos como Harper Lee: en español, Luisa Forrelad, por ejemplo, que ganó el premio Nadal muy joven y no volvió a escribir. O José Avello, que publicó solo dos novelas separadas por muchos años, una de ellas la extraordinaria Jugadores de billar. Ahora tengo muy cerca el caso de Javier Fernández de Castro, extraordinario escritor que llevaba veinte años sin publicar una novela, y el año pasado nos entregó una obra maravillosa, Una casa en el desierto, que Alfaguara publicará en enero de 2021. Tristemente, saldrá ya sin su autor, que murió en agosto de 2020".

Horas cruentas (Libros del K.O, 2010) es el libro que firma la periodista de The New Yorker Casey Cep en el que se acerca a la figura de Harper Lee y a El reverendo, el libro que Lee nunca acabó de escribir pero que estuvo años y años trabajando cual Truman Capote con A sangre fría (voces expertas aseguran que Harper Lee incluso hizo gran parte del trabajo de documentación del libro de Capote). María Alonso Seisdedos es la traductora y nos cuenta que "si se analiza cómo escribió Matar un ruiseñor a partir de la reconstrucción que hace Casey Cep en Horas cruentas, se percibe que la ayuda de su editora, Tay Hoffof, y de su agente, Maurice Crain, fue no solo crucial sino imprescindible".

Ambos la orientaron para que rehiciera dos manuscritos iniciales, The Long Good-Bye y Go Set a Watchman, una y otra vez, hasta que logró el efecto deseado. "La autora era brillante escribiendo textos cortos, pero parece que le costaba hilar un argumento extenso. Lo que deduzco de esto es que la muerte primero de su agente y después de su editora (sus guías) impidieron que fuera capaz de montar un relato a partir de toda la documentación sobre el reverendo William Maxwell que estuvo recogiendo", añade.

María Alonso afirma que Harper Lee era muy introvertida y no le gustaba estar en el candelero. "De manera que se comprende que se sintiera abrumada y presionada por un éxito de ese calibre. Después de ese primer y único libro siguió viviendo con discreción, de un modo en exceso austero incluso. Algunos de sus vecinos del bloque de pisos de Nueva York en el que vivía ni siquiera sabían quién era". Su vida transcurrió a partir de ahí entre su Alabama natal y la gran metrópoli estadounidense sin participar apenas en actos públicos, sin nada más destacable que los numerosos viajes que hizo a Alex City y la comarca del lago Martin para hablar con el asesino Tom Radley y documentarse para el libro El Reverendo, que nunca acabó.

Pero, ¿por qué es tan complicado escribir una segunda novela? Pilar Álvarez cree que muchas primeras novelas tienen detrás un trabajo a veces de muchos años, una gran vocación, muchos borradores revisados, y la segunda novela suele ser más apresurada, con el riesgo que tiene todo lo que se hace demasiado rápido. "La parálisis de la página en blanco viene, creo, del descubrimiento de que hay alguien al otro lado. Debutar es eso: el lector descubre a un autor, pero ese autor también descubre al lector, y luego tienen que seguir gustándose, que es lo complicado. A mí me da más miedo la pérdida de la alegría al escribir que ese temor a decepcionar al lector o a la crítica que paraliza a muchos autores. Me preocupa más el que escribe como si picara piedra que el que pasa temporadas sin escribir. A Antonio Muñoz Molina le oí decir que la novela tiene que tirar del escritor y no al revés, y creo que lo resumió muy bien", destaca Álvarez.

Alba Carballal debutó en enero del 2019 en la reputada editorial Seix Barral con Tres maneras de inducir un coma, novela cómica que fue apadrinada por el mismísimo Eduardo Mendoza. Ahora está peleando y escribiendo su segunda novela: "En la segunda me están aflorando todos los miedos". La autora apunta que la primera la escribió sin presiones con respecto a la publicación y sin ningún bagaje previo, pero con la siguiente la situación es muy distinta. "Da miedo convertirse en una caricatura de una misma, pero también da miedo querer alejarse tanto de la primera que no quede nada de ti en la nueva; da miedo no ser capaz de abordar un proyecto que, al menos en mi caso, es muchísimo más complejo que el primero... En definitiva: mi síndrome del impostor no deja de recordarme, cada día, que aunque con la primera novela fuese capaz de engañar a unos cuantos lectores, en realidad estoy más cerca con cada palabra que escribo de que alguien descubra el pastel", lamenta.

Carballal explica que la cuestión de la segunda novela es tema recurrente entre los escritores más experimentados cuando se encuentran con un novato, y que el consejo es "publicarla lo antes posible y olvidarse de ella". "Me han dicho que es la peor, la más dura, la que cuesta más escribir, la que hace aflorar todas las inseguridades y la que puede consolidar o truncar una carrera. En fin, como ves todo correcto: sin presiones", bromea.

La editora Pilar Álvarez considera que las segundas novelas son "dificilísimas" y cree que "la clave es seguir escribiendo lo que uno quiere contar, no lo que cree que gusta o que los demás están esperando". Pero tampoco es fácil y, como añade, "la cuestión es tener paciencia". "A veces somos los editores quienes no la tenemos. La angustia de la página en blanco será terrible, pero es peor escribir la página y que nadie quiera leerla", afirma Álvarez.