Según él, "se hizo un importantísimo esfuerzo durante la guerra por proteger el patrimonio nacional, desde campañas populares de cartelería concienciando a la ciudadanía, anuncios de radio y prensa, hasta incautando piezas que se almacenaron y guardaron en grandes depósitos como los sótanos del Museo del Prado o el Arqueológico o de iglesias, para protegerlas de los bombardeos sistemáticos franquistas, con total interés de restaurarlas a los propietarios en tiempo de paz". 

Arturo Colorado acaba de publicar Arte, botín de guerra. Expolio y diáspora en la posguerra franquista (Cátedra, 2021). En febrero del 39 la República evacuó con destino a Ginebra 1.868 cajas en 71 camiones con obras del Museo del Prado, de la Academia San Fernando, del Banco de España, de la Catedral de Cuenca o de colecciones privadas como la del Duque de Alba. El catedrático cuenta en su libro que el Palacio de Liria del duque de Alba (en aquel momento agente de Franco en Londres) fue incautado por las milicias del PCE y convertido en museo del pueblo. "Las fotografías tomadas durante estos meses de ocupación muestran hasta qué punto este fue un caso modélico de cuidado y atención tanto del edificio como a los bienes artísticos. El 17 de noviembre del 36 se produjo el bombardeo franquista sobre el palacio, que quedó destruido, pero se salvó gran parte de la colección porque la República llevó las piezas a Valencia primero y luego a Ginebra". 

Las cuestiones de protección del patrimonio durante la guerra dependían del cartelista y pintor Josep Renau, que en 1937 creó la Junta del Tesoro Artístico y nombró al pintor Timoteo Pérez su director. La Junta del Tesoro Artístico confiscó y salvaguardó unas 5.599 obras (más las 1.156 que partieron a Ginebra), en las que dejó marcado quiénes eran los propietarios de las mismas.

"Hubo otros organismos políticos que hicieron semejante labor pero no anotaban ni llevaban registro tan detallado de la procedencia de las obras. La Agrupación Socialista Madrileña incautó 458 o la CNT/FAI 430, por ejemplo. La base de datos de mi análisis son de unas 16.503 obras protegidas". En cambio, en el frente nacional "el esfuerzo bélico por garantizar la victoria primaba por encima de cualquier consideración, de modo que la cuestión patrimonial quedaba relegada a un lugar muy secundario".

La investigación de Arturo Colorado pretende responder a la siguiente pregunta: ¿Qué hizo el franquismo al acabar la Guerra Civil con las miles de obras almacenadas o evacuadas por la República? Tras la derrota de la democracia, lo primero fue demonizar la labor republicana y tratar de negar los méritos de salvaguarda. Por ejemplo, la Virgen de Covadonga se protegió en la embajada de España en París, y la versión franquista fue que la había salvado una mujer muy devota. O el también clarificador caso del Cristo de los Cerdanes de la diócesis de Cuenca, que según el franquismo milagrosamente había estado escondido en la casa de un feligrés, cuando en realidad se protegió en los almacenes de la delegación conquense de la Junta del Tesoro Artístico.

El catedrático, con un manejo de fuentes importantes, asegura: "Las obras que permanecieron en España son las que se encuentra el franquismo cuando gana la guerra. Es el Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional (SDPAN) el que se encarga de devolver y muchas veces desviar entregándolas en depósito al ejército, a organismos del Régimen, a la iglesia e incluso a particulares amigos. Unas 8.710 obras sufrieron el desvío de sus anteriores propietarios, casi la mitad de lo que se pudo salvaguardar en la guerra, y el concepto no era el de devolución, sino el de depósito".

Así que una de las conclusiones sería que en la posguerra española se produjo la más importante diáspora y reubicación de obras de arte de toda la historia española. Los expedientes de la posguerra utilizan sistemáticamente el concepto de entrega en depósito, porque se dudaba de quién era el propietario o se negó a devolverlo al propietario real. Con una entrega en concepto de depósito se está diciendo que no pertenece al destinatario y que, supuestamente, queda a disposición solo por un tiempo. Pero ese tiempo llega hasta nuestros días. 

Una parte fundamental del libro narra el empeño del franquismo en requisar y confiscar las colecciones artísticas de los represaliados republicanos y de los exiliados políticos. Por ejemplo, el caso del nacionalista vasco Ramón de la Sota, que tenía una importante colección de centenares de obras y algunas de ellas estuvieron en el despacho de Ramón Serrano Suñer. Una parte de su colección fue devuelta a la familia en 1969, después de litigar con el Estado. En el libro se tratan casos como el del teniente coronel Joaquín Zulueta de la Junta de Defensa de Madrid, que fue condenado 30 años de prisión por los tribunales franquistas y se le confiscaron dos cuadros, uno de Bassano y otro de la escuela inglesa, el primero el SDPAN lo entregó a las religiosas mercedarias de Don Juan Alarcón (que habían asegurado que era suyo) y el segundo al Ayuntamiento de Madrid. Hasta 1950 la esposa de Zulueta no recuperó el primer cuadro, y el segundo en 1952 tras una querella judicial. Otro caso es el de Joaquín Urzáiz y Cadaval, ministro de Estado entre el 1935 y 1936, que hasta 1954 no recuperaría dos obras suyas (La adoración de los pastores y La adoración de los magos), que habían sido entregadas en depósito al CSIC. 

"Evidentemente el franquismo benefició a los suyos. Hay que empezar por la familia Franco, que sacó provecho quedándose con innumerables obras y bienes. Un buen ejemplo es la Casa Cornide, un palacete del siglo XIX. O las dos pilas bautismales que Carmen Polo incautó de la iglesia de Muxía, además de dos esculturas del maestro Mateo procedentes de la catedral de Santiago".

Franco tuvo una obsesión con las reliquias, se quedó con la incorrupta mano de Santa Teresa de Ávila, que había sido de las monjas carmelitas de Ronda. "Es muy difícil cuantificar cuándo fue a parar a la familia Franco porque no hay registros detallados de algunas piezas y sus destinatarios, pero sospecho que por lo menos varios centenares", afirma el catedrático.

"Uno de los métodos para repartir lo que la República había salvaguardado eran solicitudes. El Palacio Episcopal de León, a pesar de que León no había sufrido las consecuencias de la guerra, le pide al Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico Nacional que les envíe seis cuadros para decorar el salón de trono del obispo". Hay amigos particulares que hacen peticiones como Álvaro de Figueroa, conde de Romanones, o Ignacio de Murúa y Balzola, conde del Valle, y ambos reciben respuesta.

También conventos de monjas como el de las trinitarias de El Toboso, en la que le pide al SDPAN "resérvanos algunos cuadros que han quedado sin clasificar, en compensación por lo mucho perdido". A la semana siguiente se les hizo entrega de 100 piezas de orfebrería, ropa litúrgica, cerámica y diez pinturas en depósito. "O al Centro de Cultura Superior Femenina, que era de la Falange, y le dieron 300 obras. A la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, que fue creado en la posguerra por el Opus, se les entregó una colección de 320 piezas. En la posguerra se produjo una avalancha de piezas de orfebrería, pues los nazis enviaron a España 62 toneladas de objetos religiosos que habían sido saqueados por sus tropas en Polonia". 

El franquismo no tenía ni medios, ni personal, ni interés en solucionar el problema de devolver el patrimonio artístico a sus legítimos propietarios; habían ganado la guerra y era el tiempo del reparto de los tesoros. He ahí el título del libro: el arte como botín de guerra.