Si no fuese por la pandemia es muy probable que la charla estuviese teniendo lugar en persona.

Libros del Asteroide ha recuperado para España su novela Salvatierra, que se publicó por primera vez en Argentina en 2008. Es el cuarto libro del argentino que la editorial añade a su catálogo, en el que ya estaban La uruguaya (2017), Una noche con Sabrina Love (2018) y Maniobras de evasión (2019). La editorial Destino también publicó aquí Breves amores eternos hace dos años. Mairal es un escritor prolífico, pero su actividad no se limita solo a los libros. Actualmente es miembro del dúo musical Pensé que era viernes junto a Rafael Otegui, escribe letras para otros músicos, tiene un programa de radio llamado Tachame el Nobel y publica una columna en el periódico Folha de Sao Paulo, además de artículos para revistas.

Salvatierra es una novela corta sobre la relación de dos hijos con la figura de su padre fallecido (quien le da nombre al libro), un hombre mudo que pintó un cuadro a lo largo de 60 años. Cerca de cuatro kilómetros de tela almacenada en rollos en los que plasmó en imágenes la historia de su vida y que sus descendientes quieren preservar. La primera frase del libro anuncia que la reproducción de la obra está en "el Museo Roëll". Cómo llegó hasta ahí viene después.

Salvatierra se publicó por primera vez en Argentina en 2008 (Emecé ediciones), en España en 2010 (El Aleph) y ahora la recupera Libros del Asteroide. Desde su punto de vista, ¿cómo la ha tratado el paso del tiempo? ¿Ha envejecido bien?

Este libro tiene continuidad emocional. En mis otras historias hay cosas que chirrían y hacen muchísimo más ruido con el cambio de paradigma, con el feminismo y demás. En cambio, en este libro no hay nada de eso. Es un hijo que busca el padre después de muerto, pero lo busca en su obra y lo va conociendo a través de ella. Y se va conociendo a sí mismo también porque su padre lo pintó incluso sin que él supiera.

Tiene como una especie de serenidad japonesa. Una anulación del yo o dejar el yo diluido porque es más bien la mirada de Salvatierra sobre el paisaje. Su cuadro parecía una autobiografía donde él mismo no estaba. 

¿Cuál fue la idea original del libro?

Por un lado, fue un documental sobre Jackson Pollock que vi en televisión. En el momento que le pusieron en la tapa de la revista Life con el titular "¿Es el mejor artista norteamericano?", dejó de pintar. Y pensé un personaje al revés: ¿Cómo sería un pintor que pinta todos los días sin saltarse uno solo?

También influyó un poco la figura de César Aira, un escritor que supuestamente escribe todos los días un poquito y saca los tres libros por año. Y también tiene algo de un poeta que yo rescaté junto a otros amigos poetas que se llama César Mermet. Teníamos cajas repletas de sus manuscritos y realmente sentíamos que teníamos la vida entera de alguien ahí guardadas. Tomamos la responsabilidad de clasificarlos y editarlos de a poco.

El lector se tiene que ir imaginando cómo es el cuadro según avanza el libro. ¿Pensó en algún artista en concreto cuando escribía? 

Se habla un poco de las influencias que pudo tener Salvatierra en el libro. Los luministas españoles, por ejemplo. Pintar con cierta idea de realismo pero a la vez captar la luz. Como la portada del disco de C. Tangana de Iván Floro, que me encanta. Pinta con esa misma técnica, digamos.

También es un poco art brut, hecho de una manera casi sin demasiado filtro cultural, con libertad completa, por momentos se pone onírico y surrealista. Siempre está aprendiendo cosas y no tiene un estilo fijo. Hay cierta idea del paisajismo porque sin duda está pintando ese espacio de la provincia de Entre Ríos, que es una provincia del litoral.

Los dos hijos tienen posturas casi opuestas. Uno no quiere saber demasiado sobre quién fue su padre como persona y el otro se obsesiona precisamente con lo contrario. ¿Podría representar la lucha interna de cualquier persona ante la pérdida de alguien cercano?

Yo creo que son dos fuerzas que nos mueven a todos con la relación con los padres y a veces suceden a destiempo. A veces hay un hijo que quiere saber y el otro no quiere saber. Y puede darse en la vida de una misma persona en momentos distintos de la vida. Cada uno procesa los duelos como puede. 

Algunos niegan y tapan y prefieren ocultar las cosas. Otros para hacer el duelo realmente necesitan escarbar entre los objetos como para reencontrarse con ese familiar muerto en los objetos. Sin duda me interesa más la figura del hijo arqueólogo familiar.

Precisamente a ese hijo es al que le cambia la vida y parece que ocupa el lugar en blanco que dejó su padre [en el libro dice "Uno ocupa esos lugares que los padres dejan en blanco"] pero con la escritura.

Sí, totalmente. Él necesita encontrar el fin de la pintura de su padre para ver dónde empieza su vida, porque siente que su padre lo pintó y lo inventó todo. Como una especie de Dios Creador, todopoderoso y él es una parte de la obra del padre. En realidad la única escapatoria es empezar su propia obra. Me interesaba muchísimo esa figura del hijo que busca el padre para poder ponerlo en un sitio en el que tenga un principio y un fin para poder encontrar su propio sitio y su lugar. Al final encuentra la paz en la página en blanco, el lugar donde su padre no pudo pintar.

El personaje de la madre está en segundo plano. Vivió casi en silencio –trabajaba en una biblioteca, su marido era mudo– y su muerte, aunque más reciente, no tiene el peso que el de la del padre en sus hijos. ¿Por qué?

De ahí podría salir otro libro. Me parece que a veces hay vínculos afectivos que se dan por sentados de una manera muy injusta. Recuerdo la historia de una amiga que cuenta cómo fue a trabajar de maestra rural a la frontera. Y toda la novela está intercalada con las cartas que le mandaba su padre, con el que no vivía. Y en un momento va la madre a visitarla a la frontera, toma un avión para ir a verla y tiene apenas un párrafo, apenas dice que va a visitarla. Es el padre ausente el que de alguna manera ocupa todo.

Y creo que hay algo así en esta novela. La madre se acaba de morir y está todavía muy presente para el personaje, que la da un poco por sentado. Como que ese amor está, estuvo, estará. No le provoca intriga aún. Y hay algo muy injusto en eso, pero no se puede medir qué es lo que motiva que alguien busque algo. 

Creo que va cambiando, pero hubo siglos de esta figura de la mujer que funciona como una plataforma para que los demás crezcan desde una abnegación, un silencio, casi una anulación personal. Como si el destino fuese ese, mantener una estructura para que los demás crezcan. Me parece que es una figura que se está diluyendo, afortunadamente.

Salvatierra tiene un estilo muy diferente a otros libros suyos como La uruguaya, Una noche con Sabrina Love o los Pornosonetos, por ejemplo. ¿De dónde viene esa versatilidad?

Creo que cada libro me pide que lo escriba de manera distinta. Este pedía cierta calma y una vinculación con la naturaleza, ponerse en sincronía con los tiempos de la naturaleza. Porque si lo piensas, el protagonista es un hombre de unos cuarenta años más o menos que vuelve a su pueblo natal después de haber pasado por la experiencia urbana. Y eso lo sincroniza de vuelta con su infancia, con lo que fue su pasado, su familia. Ese paisaje, esa gente, esa ciudad. El libro tiene algo de fluvial, una parsimonia como de río o de llanura mezclada con momentos líricos y de acción, de diálogo. 

Tengo que aprender a escribir con cada libro y eso implica siempre una sensación de experimentación. Por ejemplo, en La uruguaya necesitaba un lenguaje exacerbado, coloquial y confesional porque el personaje le está confesando algo a su mujer precisamente. Alguien con cierto lirismo y un poco anti-héroe. Todo eso va conformando un estilo.

Cuando en 2018 publicó La uruguaya en España, el libro estaba en proceso de convertirse en película y hasta el nombre de Jorge Drexler sonaba para la banda sonora. Pero ahora es un proyecto autofinanciado impulsado por Hernán Casciari. ¿Qué pasó?

La productora que lo tenía se asoció con Casciari porque estaba un poco trabado el asunto y él compró los derechos. Casciari es un ‘hacedor’, es un tipo que tiene una cabeza muy original y por primera vez está con el proyecto de hacer una película a través de una comunidad que gestione y financie la película. Y eso hace que haya productores asociados que pueden participar y, de alguna manera, elegir a través de votos el casting o giros en el guion. Y yo le decía a Casciari, bueno, incluso si pagan tantas acciones pueden ser extras y patear al protagonista en una escena [risas]. 

Esta idea del cine que hay que ir a Hollywood a vender la historia y la cuentas en 20 segundos y por ahí conseguir un fondo pero que llega tarde y que te lo traban... toda esa burocracia económica que tiene el cine es la razón por la que yo no escribo películas. Esta manera de Casciari es diferente.

¿No les da miedo que con tanta gente con derecho a opinar la producción acabe siendo un caos?

Confío en Casciari. Él siempre se mueve hacia adelante, nunca se enreda en el problema. La idea es que sean opiniones que ayuden a tomar una decisión pero no que la interrumpan. Me parece muy interesante ver cómo será trabajar así, pero la verdad es que no tengo respuesta a cómo va a salir.

También siento que yo solté la historia. Había hecho un primer guion hace unos años, la primera versión, pero ahora lo solté y le dije a los guionistas que tienen que hacer la película porque yo no tengo cabeza cinematográfica. Yo sé cómo se cuenta verbalmente, pero ahora hay que contarlo con imágenes y en 90 minutos y eso es otro lenguaje. 

¿Está trabajando en algún libro? ¿Tiene en marcha algún proyecto literario nuevo?

Sí, estoy escribiendo pero no sé muy bien qué es todavía. Hay algo ahí formándose. Yo siempre estoy trabajando y de repente veo que ahí hay un libro. Por supuesto, las novelas me piden algo más programático, me siento a escribir. Pero muchas veces me pasa que pienso en todo lo que llevo trabajando unos años y me doy cuenta de que es un libro. 

Lo de la radio me da ganas de convertirlo también en un libro, porque Tachame el Nobel es una serie de entrevistas que tienen que ver con la cocina de la creación: cómo se compone una canción o cómo se escribe un poema. A lo mejor hay un libro ahí dentro.