Pepe Noja acababa de cumplir 40 años cuando diseñó el primer boceto y esta noche ha fallecido, a los 85 años.

La escultura pública de Vitoria ha perdido su blancura impecable. La falta de cuidados, el paso del tiempo, la exposición pública... es difícil no encontrar un símil entre aquella Constitución y el estado en el que se halla cuatro décadas después. Pepe Noja fue el escultor de la Constitución española y una de las primeras víctimas culturales de la ultraderecha. En 2020, el alcalde José Luis Martínez-Almeida dio por válidos los argumentos históricos que Vox había construido para legitimar la destrucción de una placa dedicada a la memoria de Francisco Largo Caballero, en la plaza de Chamberí. El recuerdo se colocó el uno de abril de 1981 y fue arrancado el 6 de noviembre de 2020, cuando unos operarios destruyeron la pieza a martillazos durante casi una hora.

Tres años después, la decisión Martínez-Almeida, que fue presentada por Vox y apoyada por PP y Ciudadanos, suma tres sentencias en contra de la orden del alcalde. Las tres coinciden en el mismo punto, la “ilustrativa” falta de pruebas documentales de las acusaciones con las que la extrema derecha actuó. Según los magistrados que han revisado el caso, la resolución carecía de “motivación” y fue “arbitraria”.

La Justicia ha fallado contra las leyendas que expuso en su día Vox por falta de pruebas que hicieran posible los hechos que inventó el partido contra la obra de Pepe Noja. El escultor onubense, que estrenó libertad hace cuatro décadas con el Gobierno del expresidente Felipe González, al final de sus días tuvo que defender su obra de los enemigos de la libertad de expresión. Noja formó parte de la maquinaria de la Transición que levantó los símbolos que contrarrestaron el callejero franquista y sus monumentos. España conservaba a Franco en las plazas y la primera estatua en caer sucedió en Valencia, el 9 de septiembre de 1983.

La Constitución emergía en las plazas mientras el dictador era derribado. Lo que no esperaba volver a ver el escultor de aquella nueva España era el regreso de la ultraderecha a las instituciones. Cuando se enteró de la destrucción de la placa escribió a Martínez-Almeida para que le informara del estado de su creación y en contra de la agresión a la que el alcalde había sometido su obra. En el escrito también reclamó su compromiso para defender su estatua de Largo Caballero, que descansa en Nuevos Ministerios, y que también había sido señalada por la ultraderecha.

A Noja no le gustaba hablar de lo que le había tocado correr delante de la policía ni de los fallecidos en el camino, pero no olvidaba que a su generación le tocó pasar de la represión a la libertad. “Fue un giro extraordinario y estas estatuas lo recuerdan”, compartió con este periodista en los días de la destrucción de sus obras. “Le exijo respeto a la integridad de mi obra, y le requiero, en su condición de alcalde de Madrid, a impedir cualquier acto que suponga deformación, modificación, alteración o atentado contra mi obra, advirtiéndole que, caso contrario, haré uso de las acciones judiciales necesarias para la defensa de mis derechos”, escribió a Martínez-Almeida.

No entendía Noja cómo la administración decidía atacar personajes demócratas. Largo Caballero fue presidente de la República (entre septiembre de 1936 y mayo de 1937), trabajó como estuquista y fue el primer obrero en convertirse en ministro de Trabajo y Previsión Social. El historiador Julio Aróstegui escribió del personaje que sus tácticas políticas tuvieron por horizonte “la reivindicación de clase como objetivo único de toda la acción obrerista”.

Hacía años que Pepe no pasaba por el estudio y la fundición, pero se dedicaba a dibujar a diario y no olvidó nunca su esencia “rebelde”, como le calificaban sus familiares más cercanos. No entendía cómo mientras en los EEUU los ciudadanos se levantaban contra esculturas esclavistas, en España era la alcaldía de la capital la que proponía derribar protagonistas de la historia democrática de España. La destrucción de su obra contra el olvido sucedía, además, el mismo año que la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, compraba una antigua estatua del artista Víctor Ochoa, para darle otro significado: ese ser con mascarilla, arrumbado en el taller del escultor desde hacía años, pasó a representar un homenaje de las “víctimas, héroes y heroínas del COVID-19”.

La magnífica escultura del líder socialista, propiedad del Estado, es herencia creativa de las enseñanzas de su maestro Pablo Serrano, que tiene una de Indalecio Prieto cerca de la otra. Largo Caballero fue uno de sus últimos pasos antes de abandonar la figuración de manera definitiva y entregarse a la abstracción constitucionalista, con la que regó España de monumentos a la solidaridad, la igualdad o la libertad. “Todo lo que sea cultura molesta a Vox. Esa escultura es un recuerdo de lo que ocurrió en momentos democráticos. A Largo Caballero lo eligió el pueblo, en un país democrático, un país en el que se podía votar. A Franco no le votó nadie y su dictadura fue de asesinatos y crímenes. Algunos no encuentran la diferencia”, explicó Pepe Noja entonces. Tres años después hay una ola de cancelaciones y censura similar a la que padeció el escultor. Noja estaba avisando a la población.

La pieza de volúmenes cúbicos que desfiguran el cuerpo real de Largo Caballero sigue en pie en Nuevos Ministerios, aunque es atacada habitualmente por los enemigos de la libertad de expresión. Desde hace unos meses tiene un vecino nuevo, la estatua que Martínez-Almeida a colocado en homenaje a un soldado de la Legión creada por Millán-Astray. Este monumento ya ha sido identificada como un motivo de “negación y de exclusión” de la ciudadanía rifeña, que padeció el bombardeo con gases tóxicos lanzado por España durante la invasión del territorio. Historiadores como José Álvarez Junco han señalado que la Legión fue un cuerpo que introdujo “un grado de violencia en la forma de hacer la guerra” que provocó que “la contienda fuera tan sangrienta”.

Noja contaba que no se sabía cómo llegaba a la solución pública de la escultura sin apego por la realidad. “Un día estás haciendo una pieza, empiezas a deformarla y cuando te das cuenta has encontrado la belleza de la abstracción total, que es un delirio, y ya no sales de ahí”, decía. “A mí me gusta que mi arte sea para el pueblo, no que esté en los chalés de los ricachones. Es el pueblo quien tiene que disfrutar de la cultura”, contaba Noja, artista que se dedicó a la escultura en la calle toda su vida.

Fue el impulsor del Museo de Esculturas al Aire Libre en Alcalá de Henares y, antes de todo, piloto comercial den KLM. Pero una enfermedad crónica acabó con su futuro en la aviación y fue becado por el Estado holandés para estudiar en la Famous Arts School of California. Y allí empezó a dar forma a su nueva vida, que coincidió con lo que él llamó “los años de la explosión de la libertad”. La necesidad de reivindicar a la democracia y homenajearla en las plazas, lo convirtieron en el escultor de la Transición. “Era un momento muy hermoso, respirábamos libertad. Ahora algunos no lo llevan muy bien: la democracia es un palo para Vox”, dijo a este periodista.