Recuerdo sus tardes televisadas, cuando en nuestro país aún se contaba en pesetas y en las tiendas de discos te podías pillar el vinilo de Pata Negra titulado Blues de la Frontera, un trabajo necesario y significativo donde venía una canción tocada a la manera de Django Reinhardt con todo el swing del jazz manouche, y que fue sintonía del programa que presentaba aquella mujer tan popular entre todas aquellas que se echaban en el sofalito a descansar frente a la tele, después de la comida. María Teresa Campos sabía hablarles de tú a tú. Por eso mismo conectó con una generación de madres que ya forman parte del mundo antiguo, condenado a desaparecer en el río del tiempo; un mundo de batas de guata, rulos y Optalidon con Cocacola.   

Pero mientras desaparece el mundo antiguo y llega el mundo nuevo, en ese claroscuro gramsciano, el fantasma del recuerdo me pellizca el cuello para que vuelva a una noche muy particular, hasta una habitación de los apartamentos Colón, en Madrid, donde Raimundo y Rafael Amador tocaban sus guitarras de palo entre humo de canutos, bellas mujeres y güisqui con roca de coca. En una de aquellas rimas le pregunté a Raimundo por la canción y me dijo que Pasa la vida, en realidad, no era una canción de Pata Negra, sino de Romero San Juan, uno de los más grandes artistas que ha dado Sevilla y también de los más desconocidos, a pesar de que muchas de sus composiciones han sido himnos de la música popular andaluza. 

Estamos hablando de Sevilla tiene un color especial, Cuéntame o la que hoy nos ocupa, Pasa la vida, cuya letra es un homenaje a Heráclito el Oscuro y a su río, en cuyas aguas nadie se baña dos veces, ya te digo. Son unas sevillanas que los hermanos Amador convierten en un tema standar del Real Book, una filigrana de acordes que trazan un dibujito de lo más original, pues funden el queso con la carne, el jazz de origen gitano con el compás de tres tiempos de las antiguas seguidillas. Decir que Pasa la vida es un tema virguero es quedarse corto. 

Pero no quiero llegar tan lejos. Tampoco lo pretendo. Vine aquí a decir que  María Teresa Campos y su tiempo de flan chino y mercería, forman parte de la memoria sentimental de una generación tan perdida como la mía; una generación que se dejó arrastrar por la corriente de un río de aguas sucias que buscó el mar entre banderas rotas, jeringuillas y semáforos en rojo; un caudal que llevó a Raimundo y a su hermano Rafael a hacer un disco que ya tiene cerca de cuarenta años y que sigue fresco, tanto como un paso de cebra recién pintado. Porque pasa la vida...