Sin embargo, no se conserva ni un solo ejemplo semejante de aquella época, lo que convertiría la obra en un ejemplar único. Y esta circunstancia es, precisamente, la que les provoca dudas.

Miguel Ángel Martín Mas y Charo García de Arriba dejan claro que no son historiadores. “Solo nos mueve la curiosidad”, aclaran. Por eso mismo, no tienen ningún prestigio que sostener, y han podido embarcarse en una tesis tan fascinante como arriesgada. “Nos gustaría que algún experto viniera y nos diera la razón, pero igualmente nos valdría que nos la quitara, porque lo que realmente queremos es saber qué es esto”, reconocen. Tampoco es que hayan tenido mucha competencia en el último medio siglo. Desde que en 1973 se redescubrió la existencia de una techumbre policromada entre la cubierta de la iglesia y la bóveda barroca —una pasarela permite desde entonces visitar la obra a solo unos centímetros—, ningún especialista ha desafiado la teoría oficial: el conjunto de más de un centenar de escudos representaba a las familias nobles salmantinas que habían apoyado al monasterio. Miguel Ángel y Charo, un maestro de escuela y una economista, han dado ahora un giro de 180 grados a la interpretación tradicional.

Todo empezó por un pájaro, sí. Entre los dibujos de leones, castillos o dragones, en el artesonado se repetía —hasta en cinco ocasiones— la figura de un ave de plumaje negro, pico y patas rojas, poco familiar en los cielos salmantinos. Hasta que un biólogo local, Raúl de Tapia, identificó la especie: se trataba de una chova piquirroja. El asunto no habría ido a más, de no ser porque esta ave representa la memoria del arzobispo de Canterbury Tomás Becket. Ya, ¿y qué? Pues que, tras colaborar en su asesinato, el rey de Inglaterra Enrique II de Plantagenet asumió públicamente su culpa, extendió allá donde pudo el culto a Tomás de Canterbury y nombró al santo protector de su familia. Y aquí está la conexión con Salamanca: los Plantagenet —familia materna de la reina Berenguela— incorporaron la chova piquirroja como emblema de su linaje.

Por eso, cuando Miguel Ángel y Charo viajaron en el tiempo hasta el siglo XIII y se situaron en la entrada original a la iglesia del convento de Santa Clara, la sorpresa fue mayúscula. Al acceder virtualmente por aquella puerta y levantar la cabeza hacia el artesonado, imaginaron lo que vería el visitante. “Lo primero que se observa es el lienzo en el que aparecen dos chovas piquirrojas junto a un castillo con fondo rojo, utilizado por el rey castellano Alfonso VIII”, revela Miguel Ángel Martín Mas. Entonces, “comenzamos a pensar que la suma de los dos emblemas —el castillo y el ave— eran la representación misma de Berenguela: el castillo por su padre, Alfonso VIII, y la chova por la familia materna, los Plantagenet”.

Para dar cuerpo al hallazgo, los investigadores recurrieron a la documentación que se conserva en el edificio. Y, en efecto, la historia comenzó a hablar. En 1240, la comunidad de religiosas que habitaban el convento pidió amparo al rey Fernando III, quien, en aquel momento, correinaba con su madre, Berenguela. “Pensamos que esa solicitud de protección se traduce en que Berenguela regresa a Salamanca —se había trasladado a Burgos tras anular el papa su matrimonio con Alfonso IX— y emprende la construcción del artesonado del monasterio”, relata Martín Mas. De hecho, Berenguela encarga varias crónicas escritas sobre su tiempo y la que se ilustra en la armadura del convento salmantino podría ser una de ellas.

Según el estudio —que ha llegado a Reino Unido por el interés de la prensa británica en el monarca Enrique II— esa crónica inmortalizada en emblemas comienza recién estrenado el siglo XIII y termina en 1246, enmarcada por dos hechos muy relevantes para Berenguela. El primero es su separación forzosa de Alfonso IX en 1204, después de que el papa anulara el matrimonio por problemas de consanguineidad. Es también el año en que se produce un doloroso suceso: la muerte de su hermana Mafalda. En 1246 finaliza el relato con otro hecho clave: Berenguela zanja el compromiso de su nieto, futuro rey Alfonso X el Sabio, con Violante, infanta de Aragón.

Pero lo más sorprendente de la investigación es cómo sus autores descifran los sucesos históricos que están detrás de un sinfín de escudos e ilustraciones de animales. Donde hasta ahora únicamente se había visto la presencia de las familias nobiliarias de Salamanca, Miguel Ángel y Charo van encadenando los lienzos del artesonado para “leer” sucesos como el fallecimiento de la hermana de Berenguela o las tensiones por la sucesión del trono de León. La narración salta de lado a lado del artesonado, inmortalizando en el arrocabe (madera que une la armadura con los muros) y los traveseros de la techumbre lo acontecido en los reinos de Castilla y de León en las primeras décadas del siglo XIII, antes de que el monarca Fernando III logre la unión definitiva de ambos territorios gracias, entre otras cosas, a la habilidad política de Berenguela, su madre.

La conservación de un artesonado de una época tan lejana no es el único aspecto inquietante en la hipótesis. Existe un segundo rompecabezas: los escudos que cuentan la historia también son una rareza, sobre todo, si tenemos en cuenta que la heráldica llegaría dos siglos más tarde, no para relatar el pasado, sino para trazar la genealogía de familias nobles. Los autores del estudio lamentan que el artesonado nunca llegara a ojos del mayor experto en heráldica de nuestro tiempo. Faustino Menéndez-Pidal, sobrino nieto del prestigioso filólogo, “habría encontrado la respuesta a las muchas preguntas que suscita esta obra”, apuntan. Sin embargo, falleció en 2019 sin poder contemplar el conjunto salmantino, una paradoja igualmente incomprensible.

La teoría de Miguel Ángel Martín Mas y Charo García de Arriba echaría abajo, asimismo, una de las creencias más asentadas en Salamanca. Según los investigadores, familias nobiliarias como los Zúñiga, los Maldonado o los Varillas no habrían sido protectores del convento de Santa Clara. Es decir, que los escudos que aparecen en el artesonado no les pertenecerían… sino al contrario. La decoración de la armadura, según el estudio, se habría convertido en un inventario de emblemas. “Las familias vinieron aquí y cogieron modelo”, sostienen, como si la armadura fuese un catálogo en el que escoger el diseño más atractivo. “Si eres un nuevo rico que construyes un edificio como la Casa de las Conchas, te adueñas del escudo de cinco flores de lis, que colocas por todas partes, y además contratas a alguien para que invente una buena historia porque tu apellido necesita abolengo”, apunta Martín Más.

Así pues, tanto la fecha del artesonado —al que habría que practicar pruebas físicas para datar la construcción— y la utilización de emblemas para narrar una historia, dos siglos antes de la aparición de la heráldica en España, se convierten en el lastre de la sugerente teoría. ¿Y si el conjunto hubiera sido fabricado, como se creía hasta la fecha, varios siglos después de la construcción del convento, del siglo XIII? A falta de otras voces, los autores de la investigación niegan la mayor. “Esta crónica nos parece algo tan personal, tan íntimo de la propia vida, que no pensamos que pueda ser posterior; después de tantas horas de trabajo, no concebimos que esto no lo haya diseñado la propia reina Berenguela”, aseguran los investigadores. La huella de la reina sería, por lo tanto, la principal credencial de autenticidad.

Dado lo arriesgado de la hipótesis, su publicación debería haber provocado un fenomenal ruido o, al menos, dado pie a una cierta polémica. Pero no ha sido así, y esta es una de las circunstancias que mas desencantan a los autores. “Quien ha venido, como los miembros del Centro de Estudios Salmantinos, se ha interesado mucho por nuestra interpretación”, reconocen. Sin embargo, “hemos escrito a muchos expertos e instituciones comunicándoles el hallazgo, pero no ha habido respuesta”, lamentan. Nadie que haya puesto en duda la propuesta, como tampoco ningún especialista que la haya echado abajo.

Quizá porque —como apuntan los autores— el antiguo monasterio de Santa Clara es uno de los grandes olvidados de la Salamanca de las dos catedrales y la Universidad. “El convento es una visita muy recomendable, pero está fuera de ese triángulo turístico formado por la Casa de las Conchas, la rana y el astronauta”, reconoce Miguel Ángel Martín Mas. De hecho, cuesta entender cómo el edificio es uno de los centros que menos visitas reciben de la ciudad. Aunque también esto está cambiando. Desde el actual museo de pintura medieval reconocen que la difusión de la nueva teoría sobre el artesonado está atrayendo a un reguero de curiosos que quieren observar con sus propios ojos esas chovas piquirrojas y experimentar si el poso de la reina Berenguela —la reina que unió León y Castilla para siempre con sus alianzas— puede sentirse aún en nuestros días.