Sus últimos años ha estado cuidada en una residencia, donde no ha dejado de recibir visitas constantemente, lo que era la confirmación de algo que todo el mundo sabía, que Concha Velasco ha sido una de las actrices más queridas de la historia del cine y el teatro de nuestro país.

La capilla ardiente de la actriz ha tenido lugar este sábado en el Teatro de La Latina, en Madrid, a partir de las 13.00. El funeral será este domingo en la catedral de Valladolid a las 12:00h. Después, en principio, será enterrada en el Panteón de personajes ilustres en el Cementerio de El Carmen. El Salón de Recepciones del Ayuntamiento de Valladolid abre sus puertas el sábado de 18:30 a 22:00 y el domingo de 10:00 a 15:00 a todos los ciudadanos, donde se dispondrán varios libros de condolencias para que todos aquellos que lo deseen puedan manifestar sus muestras de cariño hacia la actriz vallisoletana.

Velasco ha sido para muchos la 'chica yé-yé', gracias a ese éxito que puso a bailar a toda España en medio del franquismo, pero la realidad es que ha sido mucho más. Concha Velasco ha sido una de esas actrices cuya carrera resume la historia del último siglo de España. Su trabajo es un repaso perfecto a la dictadura, la transición y la democracia. Ha sido testigo de todos los cambios políticos en nuestro país, y siempre desde primera línea, no sólo como actriz, sino como persona pública que manifestó su opinión sin miedo alguno una vez Franco murió. Ella fue una de las actrices que, en 2004, impulsó la campaña de ‘la ceja’ de apoyo a José Luis Rodríguez Zapatero.

Concha Velasco quiso ser actriz desde que era una niña. En todas las entrevistas contaba la misma anécdota, que como siempre supo que quería ser artista empezó “a cantar antes que hablar”. Concha tenía ese don de abrirse en canal en cada respuesta, y hasta en una revista musical gritó a los cuatro vientos en 1986 eso de ‘Mamá, quiero ser artista’ que se convirtió en un éxito popular, pero también en un grito autobiográfico de una actriz que siempre quiso subirse a un escenario.

La ‘muchachita de Valladolid’, como muchos se referían a ella refiriéndose a la obra de Calvo Sotelo y a su lugar de nacimiento -una pieza que interpretó en la televisión en el mítico Estudio 1-, nació en 1939 fruto de la relación entre una maestra republicana y un militar franquista. Una historia que parecería sacada de un folletín, si no fuera porque en el caso de la actriz fue verdad. Ella nunca lo ocultó, y siempre contaba la "mala vida" que su padre les dio a su madre y a ella. También siempre se acordaba del mismo detalle, de cómo su madre le regaló un libro de Salvador de Madariaga.

Velasco sufrió los peores años de la posguerra, y en una ocasión recordaría cómo su madre hasta pintaba la suela de cartón de sus zapatos para que no parecieran tan malos. Pronto se fueron a vivir a Marruecos, y para la intérprete aquel crisol de culturas fue lo que más contribuyó a construir a una mujer tolerante y progresista. Abierta a todo. Cuando regresaron a Madrid, Concha, que ya les había dicho a sus padres eso de “quiero ser artista”, entre en el Conservatorio Nacional, donde estuvo desde los 10 a los 20 años. También estudió danza clásica y española, y de hecho participó como bailarina en el cuerpo de baile de la Ópera de La Coruña y en la compañía de Manolo Caracol como bailaora flamenca.

En el cine comenzó con quince años gracias a La reina mora (1954), pero pronto encarriló varios proyectos como actriz secundaria. Sus primeros protagonistas serían Muchachas en vacaciones (1957) y Las chicas de la Cruz Roja (1958), que sería su primer éxito y el papel que la colocó en el estrellato del cine durante la dictadura. Además ahí ya coincidió con Tony Leblanc, con quien rodó seis películas formando una pareja cinematográfica de éxito. Ambos tenían un carisma y una cercanía que les hacía conectar con el público, y la industria del momento lo vio pronto y no dejó que se escaparan.

De entre todos los éxitos de aquella época, donde con apenas 20 años Concha Velasco encadenó película tras película, sobresale Historias de la televisión (1965), ya que fue allí donde Velasco cantó por primera vez La chica yé-yé, una composición de Augusto Algueró que tuvo tal éxito que hizo que a ella se la conociera con ese sobrenombre y que estuviera cantando esa canción durante décadas. La chica yé-yé puso el pelo alborotado y las medias de color a una España gris a la que ella insuflaba energía. De repente, la actriz se convierte en estrella de la canción y llegó a grabar hasta ocho discos en una faceta en la que no terminaba de sentirse tan cómoda.

En los 60 siguió trabajando, pero su papel de protagonista juvenil giró a roles de esposa. Es ahí donde coincide con otro actor que sustituiría a Tony Leblanc como su gran pareja artística, Manolo Escobar, de quien, en una de sus últimas entrevistas reconoció que había estado enamorada en secreto: "Me gustaba mucho, cuando me cantó se me cayeron las bragas al suelo. Decir eso es una ordinariez, pero también lo dijo Pretty Woman”, contó con el desparpajo que Concha Velasco siempre tenía en especial sobre su carrera de TVE.

Paralelamente comienza también su carrera teatral. Debuto en el mundo de la revista, y en los 60 se centra en las comedias hasta que llegan papeles como Don Juan Tenorio (1964), donde conoce al que posteriormente se convertiría en su único marido, Paco Marsó, con quien estuvo casada de 1977 a 2005, cuando le abandonó por sus deudas e infidelidades. Una relación que incluso la llevó a intentar suicidarse en una ocasión.

Una de las características de Concha Velasco era su sinceridad aplastante. Todos sabían que sus entrevistas eran bombas de relojería, y de hecho fue de las pocas artistas que ha reconocido que durante el franquismo acudió a todas las fiestas que celebró el dictador y que aceptó los regalos que le hicieron a pesar de siempre haberse definido como “socialista, católica y de Valladolid”. Nunca lo ha ocultado, y en otra de sus últimas apariciones, en el programa de Bertín Osborne, recordaba que para un reportaje para una revista quiso quitar todo, pero su hijo Manuel le convenció para no hacerlo, ya que era parte de su “historia”.

Aunque la modernidad de Concha Velasco no se manifestó en un activismo contra el franquismo, sí que provocó las iras del sector más reaccionario cuando en 1976 anunció que iba a ser madre soltera y se negó a anunciar el nombre del padre, que décadas después ella confesó que se trataba del director de fotografía Fernando Arribas. Velasco inauguraba la Transición convirtiéndose en una mujer que decidía ser madre sin tener un hombre a su lado. Un embarazo que llegó a ocultar con fajas para poder seguir trabajando. En estos años Concha empieza a trabajar en el cine en papeles de más prestigio, como Pim, pam, pum... ¡fuego! (1975) de Pedro Olea, Un lujo a su alcance (1975), Las largas vacaciones del 36 (1976), Esposa y amante (1977), La colmena (1982) de Mario Camus o Esquilache (1989) de Josefina Molina, por la que logró su primera nominación al Premio Goya a la mejor actriz de reparto. Un galardón al que sólo optó otra vez, por Más allá del jardín en 1996, cuando era la absoluta favorita y perdió frente a Emma Suárez por El perro del hortelano. Cuando en 2013 Velasco recibió el Goya de Honor recordaría su decepción al no ganar y cómo su amigo Antonio Gala, autor de la historia en la que se basa el filme, le había dicho que no se lo llevaría.

La llegada de la democracia también trajo papeles más series en el teatro, pero nunca reniega de gran musical, y en 1986 triunfa con Mamá quiero ser artista. Antonio Gala también escribe para ella, en teatro, Las manzanas del viernes, un éxito rotundo y una de sus grandes interpretaciones que la impulsan a atreverse a coger el testigo de Barbra Streisand en la adaptación de Hello, Dolly! (2001). En los últimos años sorprendió con su increíble Hécuba, aunque sus últimos papeles fueron en obras escritas y dirigidas por su hijo Manuel Martínez Velasco como El funeral (2018) y La habitación de María (2020). Durante estos años, Concha empieza a deslizar sus intenciones de retirarse al notar que su estado físico empieza a deteriorarse.

El teatro fue la gran pasión de Concha Velasco, una pasión que también provocó sus deudas con Hacienda y su mala situación económica. “En el teatro he sido un poco despilfarradora, pero en la vida privada nunca. Han sido montajes muy caros. Las ruinas económicas siempre me han venido por los espectáculos, porque nunca me habrás visto en un casino. Nadie me habrá visto en fiestas en Marbella porque siempre estoy trabajando”, dijo en Deia. Lo que ganaba con una obra lo invertía en la siguiente, pero no siempre el éxito se repetía.

Aunque el cine y la televisión fueran donde logró todo su éxito y reconocimiento, Concha Velasco también desarrolló una amplia carrera en la televisión desde los años 60. Primero en el mítico Estudio 1, donde interpretó papeles en las obras de teatro grabadas del programa, pero sobre todo en grandes series como Teresa de Jesús (1984), por la que recibió algunas de las mejores críticas de su carrera. Su popularidad hizo que también fuera presentadora, tanto de especiales navideños como las campanadas, como de programas como Viva el espectáculo (1990) en TVE y magazines en Telecinco donde ella era la absoluta protagonista como Querida Concha. También en concursos como Queridos padres (1992) o en shows como el programa Sorpresa, Sorpresa (1999).

También fue la protagonista de series como Mamá quiere ser artista (1997), enésimo intento de explotar uno de sus grandes éxitos, o Motivos Personales (2005), Herederos (2008) o la fallida versión de Las chicas de Oro donde compartió reparto con la otra ‘muchachita’ de Valladolid, la actriz Lola Herrera. Poco después se convertiría en la musa de la productora Bambú en sus grandes culebrones de lujo como Gran Hotel, Velvet o Las chicas del cable. Una carrera en la que siempre pensaba en una sola cosa, en su público: “El único amante que no me engaña y me permite envejecer con dignidad”.