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Cómo regalar un libro (y algunos libros para regalar)
El problema es que la maldita guía era de 1993 y ya estaban en 1997. Declaración de guerra.

(A un jefe: Aprovecha el momento. Este es un regalo en morse. Si quieres ser rebelde sin parecerlo, ahí va un consejo: Desde la oficina, de Robert Walser (Siruela). El escritor suizo odiaba la castración que suponía el espacio cerrado y burocrático de la oficina. Una trituradora de sueños. Un vomitorio de disciplina y monotonía. Y de obediencia al jefe. Ahí va uno de los retratos que hace Walser del oficinista: “Cuando comparece ante su jefe, una furiosa reclamación en la boca, espuma blanca en los labios temblorosos, ¿no es acaso la imagen de la mansedumbre misma? Una paloma no defendería su derecho con mayor benevolencia y mansedumbre”).

(A un compañero de trabajo, sigamos con Robert Walser, un espíritu libre y otro libro magnífico para poner en su justo sitio el mundo del trabajo: Los Hermanos Tanner (Siruela). Ahí va un fragmento: “No tengo tiempo de quedarme en una sola y única profesión —replicó Simon—, y jamás se me ocurriría, como a muchos otros, echarme a descansar en un oficio como en una cama de muelles. No, jamás lo conseguiría, ni aunque llegase a tener mil años”. ¿Por qué? Simon lo explica de forma muy sencilla: “No quiero un futuro, lo que quiero es un presente. Me parece más valioso. Solo se tiene un futuro cuando no se tiene un presente”.

2. Dedicado por su autor favorito

¿Cómo? Ve a una presentación suya. Escríbele a él, a la editorial, a quien sea. Persíguelo por la calle. Haz lo que sea, pero consíguelo dedicado. Una opción para quien tenga la sangre fría: que lo dedique al final, en la última página, sin destapar tú el secreto. La sorpresa será insuperable. El regalo se dilata en el tiempo. Y sabrás si de verdad lo ha leído o no.

(Si el regalo es a un padre o a una madre: Averigua qué manual escolar utilizó en su infancia. O cuál fue el primer libro que recuerda haber leído. O qué colección de tebeos era su preferida. Esos títulos jamás se borran. Búscalos por Todocolección o Wallapop. Cómpralo. Dáselo bien envuelto. Cuando lo abra, todo un mundo renacerá).

(A un hijo: La isla del Tesoro. Tengo un amigo que le compra a su hijo todas las ediciones distintas que encuentra de este clásico de Stevenson, y el chico ya es mayor de edad. Lo leían juntos cuando todos los tesoros estaban aún por descubrir. Una maravillosa tradición. Podría hacerse con El principito. O con cualquier otro libro que posea un valor sentimental. Es una forma de compartir una colección. Un tesoro en tierra firme).

3. Importante: esmérate en dedicar el libro

Trata de escribir en la dedicatoria lo que dirías a la cara si no mediara la maldita vergüenza.

(A una persona que nunca lee: Un gran reto. Ahí va una opción: La larga marcha, de Stephen King (Debolsillo). Fue su primera novela. Es una competición donde cien caminantes toman la salida en unos Estados Unidos totalitarios y distópicos. Quien deja de caminar es ejecutado. Quien resiste y gana la prueba puede pedir cualquier cosa que desee durante el resto de su vida. Engancha, hace pensar y se ve el talento desbordante del escritor de Maine. Una crítica a la sociedad del espectáculo. Una reflexión sobre la competitividad extrema).

(A un lector muy fino: Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa, en portugués. Concretamente, en la preciosa y barata edición de Tinta da China. Es especial tener uno de los mejores y más desconocidos libros del siglo XX en su lengua original, tan bella y accesible. Si ya lo tiene, en esa edición no lo tendrá. Hay que escucharlo con música de Carminho de fondo en un día que llueva pensando, eso sí, que todo es ficción).

4. ¿Cuál fue el primer libro que le regalaste a tu pareja?

Han pasado muchos años. ¿Y qué? Vuélveselo a regalar. Con una nueva dedicatoria. Escribe en los márgenes de cada página vivencias compartidas. Mancha todo el libro. Que sea un ejemplar único.

(A una persona mayor: El espíritu áspero, de Gonzalo Hidalgo Bayal (Tusquets). Es uno de los mejores escritores en español. Barroco, profundo, ferlosiano: es decir, hondamente juguetón. Sus libros Paradoja del interventor y Campo de amapolas blancas son preciosos. Es autor de dos libros descatalogados (escritos en 1988 y 1993) que Tusquets debería rescatar: Mísera fue, señora, la osadía y El cerco oblicuo).

5. Huye de las listas

Nada de premios. Nada de los más vendidos. Es demasiado vulgar. Gregarismo editorial. En España, solo el 0,1% de los títulos publicados venden más de 3.000 ejemplares. Solo uno de cada mil. A veces, distinguirse pasa por ser de los del montón.

(A alguien a quien no conoces: Importa tanto que le guste el libro como la imagen que el volumen dará de ti. Algo demasiado liviano te arruina. Algo demasiado elevado te aleja y envanece. Ese libro será una tarjeta de visita. Regalar un libro que ya tiene es un sonoro fracaso. Hay que evitar algo mainstream. Ahí va una opción: Un poco de azul en el paisaje, (Minúscula Ed.) del francés Pierre Bergounioux. Muy fino, introspectivo, poético. Ahí va otra: El reino de Celama (Debolsillo), la trilogía del último Premio Cervantes, Luis Mateo Díez. Prosas exquisitas. Poética del interior).

6. Regalo premium

Acompaña el libro de un separador de diseño, un cuaderno Moleskine o Leuchtturm1917 para tomar notas y un bolígrafo o una estilográfica Kaweco. Todo en el mismo paquete. Experiencia completa.

(A una maestra que empieza: Vuelvo a Robert Walser, con su inolvidable título Jakob von Gunten, una diatriba contra la enseñanza apesebrada. El diario del entrañable Jakob empieza así: “Aquí se aprende muy poco, falta personal docente y nosotros, los muchachos del Instituto Benjamenta, jamás llegaremos a nada, es decir que el día de mañana seremos todos gente muy modesta y subordinada. La enseñanza que nos imparten consiste básicamente en inculcarnos paciencia y obediencia, dos cualidades que prometen escaso o ningún éxito”. Hay otro libro que dan ganas de ser docente a cualquiera. Historia de una maestra, de Josefina Aldecoa (Anagrama). Los maestros de la República, el impacto humano de la guerra, la adversidad entera contra una persona con vocación de enseñar).

(A un periodista: Las peripecias del Watergate recogidas en El hombre secreto (Inédito Ed.), donde el legendario reportero Bob Woodward desnuda quién fue Garganta Profunda después de que la exclusiva, celosamente guardada durante treinta años por el Washington Post, fuera vendida por dinero a Vanity Fair: un final prosaico para una historia romántica. Una metáfora de este tiempo)

7. Un regalo con chequera

Si sabes qué autor le gusta mucho, cómprale la colección completa de sus libros. Por ejemplo, la biblioteca García Márquez. Entera. A lo bruto. Da igual si ya tiene muchos de ellos: será una oportunidad de releerlos nuevos. Y si tienes que ir de uno en uno, incluso buscando por librerías de segunda mano o robando en bibliotecas, mucho mejor: más mérito y más emoción.

(A alguien de izquierdas: Ahí van tres, para compensar sus convicciones: El fin del ‘Homo sovieticus’ (Acantilado), donde Svetlana Aleksiévich refleja qué pasa cuando se desmorona un mundo utópico en el interior de las almas; Barro más dulce que la miel (La Caja books), una mirada a la Albania comunista hecha con gran estilo por Margo Rejmer (autora también de Bucarest); y Viaje a la aldea del crimen (Libros del Asteroide), que cuenta la matanza que en 1934 causaron las fuerzas del Gobierno de la Segunda República con unos pobres desgraciados, magistralmente narrada por Ramón J. Sender. La cara b de aquella idealizada república).

(A alguien de derechas: Ahí van dos propuestas para equilibrar su mirada. Sostiene Pereira (Anagrama), de Antonio Tabucchi, y la trilogía de M. (Alfaguara) el colosal proyecto que ha escrito Antonio Scurati sobre Mussolini. Uno muestra la claustrofobia cotidiana de una dictadura cercana y desconocida. El otro enseña cómo se engorda, crece y revienta el fascismo).

8. Prohibidos los autorregalos.

No regales a tu pareja el libro que quieras leer tú. Es un regalo, no un plan de ahorro.

(A un adolescente que se acerca a la universidad: Ese libro que empieza así: “Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada”. Ese arranque de El guardián entre el centeno (Alianza Ed), de J.D. Salinger, puede cambiar una vida. Al carajo con las notas. Al carajo con los likes. Viva Holden Caulfield: la mejor compañía).

9. Siempre envuelto en papel de regalo

Las dos cosas. Nunca libro nuevo sin envolver. Y un aspecto importante: Mejor un libro fino que gordo si hay confianza; mejor gordo que fino si no la hay.

(A un aficionado a los deportes: Un libro del checoslovaco Ota Pavel: El precio del triunfo (Ed. Sajalin), donde retrata el factor humano de distintos deportistas, entre ellos Emil Zátopek. Para los enamorados del ciclismo, El Giro de Italia (Ed. del K.O.), las deliciosas crónicas de Dino Buzzati sobre la primera corsa rosa de la posguerra, con Italia destruida por las bombas y un país arremolinado en torno a dos mitos: Coppi y Bartali. Y sobre fútbol, un rara avis sobre Mágico González: El genio que quería divertirse (Ed. Altamarea) de Marco Marsullo. Sale Camarón y muchas noches crápulas de la bohemia gaditana. Muy bien escrito)

(A un amigo gay: Deja de decir mentiras (La Caja Books). Años 80. Francia. Un armario que no se abre. Un amor que no se olvida. Sus consecuencias a lo largo del tiempo. Una apasionada historia contra la intolerancia y la ocultación de los sentimientos escrita por Philippe Besson).

10. Escríbele un libro

De poemas. De aforismos. De fragmentos. Una sucesión de recuerdos compartidos. Una larga carta. Lo que sea. Puedes estar varios años. El tiempo no es excusa. Ya lo terminarás. Desde 50 páginas a las que sean. Compra un cuaderno y empieza. Y si quieres rozar el cielo, encárgale a una imprenta que lo maquete y que imprima dos ejemplares. Mi abuelo lo hizo y tenía más de noventa años. Ahora tiene 98.

(A un escritor en ciernes: Zona de obras (Anagrama), de Leila Guerriero: qué fuerza, cuánta verdad, qué frases tan pulidas. En una larga retahíla con consejos para ser periodista o escritora, subraya estos tres últimos: “Tengan algo para decir. Tengan algo para decir. Tengan algo para decir”).

(A ti: Un capricho pequeño y uno grande. El pequeño: Buffalo Bill Romance, un libro bellamente editado por Media Vaca. Una original historia escrita por Carlos Pérez con héroes, villanos, poetas, aventureros, mujeres barbudas, gigantes y otros especímenes de los zoológicos humanos, esas ferias de monstruos ligadas al tránsito a la modernidad. El capricho grande: Lo has visto mil veces y nunca te has atrevido. Ya es hora: el estuche con dos volúmenes rojinegros de Acantilado con las Entrevistas de The Paris Review. Cien retratos literarios en forma de pregunta y respuesta a los más grandes de la segunda mitad del siglo XX. Hay un momento estelar en la primera entrevista, a William Faulkner. Pregunta: “Hay quien dice que no entiende lo que usted escribe, ni siquiera después de leerlo dos o tres veces. ¿Qué les sugeriría?”. Respuesta: “Que lo lean cuatro veces”). 

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