Los británicos tienen claro desde hace unos días la gravedad de la crisis a la que se enfrentan. Lo demuestran las imágenes de las calles vacías de Londres y la cifra de fallecidos, 5.373 hasta ahora. Desde la noche del lunes, la impresión cobró un carácter diferente al saberse que el primer ministro, Boris Johnson, había sido trasladado a la UCI del hospital St. Thomas. 

La noticia cayó de forma dramática, porque Downing Street había alegado que Johnson había sido hospitalizado la noche anterior para hacerse unas "pruebas rutinarias" por consejo de los médicos. Su fiebre no remitía diez días después de que diera positivo por coronavirus.

 La explicación fue recibida con escepticismo por los medios de comunicación. Se daba por hecho que sería sometido a un escáner y pruebas radiológicas para comprobar si tenía neumonía. De lo contrario, no habría tenido que abandonar Downing Street. 

El traslado a la UCI fue explicado por un empeoramiento de su estado de salud por la tarde y como medida de precaución para que estuviera cerca de un ventilador por si fuera necesario conectarle a él. Según esa versión oficial, el jefe del Gobierno se encuentra consciente y su estado no es grave. 

Johnson tuvo la oportunidad de hablar por teléfono con el ministro de Exteriores, Dominic Raab, el segundo en el escalafón del Gobierno, que a partir de este momento asumirá sus funciones. Esta noche, Raab hizo las primeras declaraciones para decir que el primer ministro "está en buenas manos" y que la maquinaria del Gobierno sigue en pleno funcionamiento sin verse afectada por las malas noticias.

El primer ministro tiene 55 años y nunca ha tenido problemas serios de salud. Sin embargo, la obesidad es uno de los factores de riesgo que inciden en el coronavirus. Mide 1,75 y hace un año admitió que pesaba 104 kilos, aunque antes de la última campaña electoral se vio que había perdido bastante peso. 

La información oficial sobre su estado fue escasa el lunes. La reunión matinal del comité de seguimiento del coronavirus estuvo presidida por Raab. Ante las noticias aparecidas en los medios sobre la capacidad real de Johnson para dirigir el Gobierno desde el hospital St. Thomas, un portavoz de Downing Street dio a los periodistas una información al final de la mañana de esas que intentan tranquilizar a la gente, pero terminan consiguiendo lo contrario. Dijo que el primer ministro "estaba animado" y que había pasado "una noche tranquila" en el hospital. Reiteró que seguía con "síntomas persistentes" de coronavirus, pero ya no leves, como se había dicho la noche anterior. 

Algunas informaciones no confirmadas apuntaban que estaba recibiendo oxígeno. El portavoz respondió que desconocía el origen de esas noticias y recomendaba cautela sobre ese punto, lo que no sonaba a un desmentido muy convincente. 

El aspecto más delicado era si Boris Johnson podía seguir haciendo su trabajo desde la cama. La versión oficial era que sí: "Permanece al frente del Gobierno", dijo el portavoz. "Recibe información actualizada (sobre el coronavirus) en el hospital y continúa recibiendo la caja". Se refería a la caja roja, el maletín de ese color en el que se incluyen todos los documentos que debe firmar o revisar un miembro del Gobierno cuando se va a casa. 

Para reforzar la versión del portavoz, Johnson publicó un tuit con la misma información a primera hora de la tarde: "Estoy animado y en contacto con mi equipo".

Last night, on the advice of my doctor, I went into hospital for some routine tests as I’m still experiencing coronavirus symptoms. I’m in good spirits and keeping in touch with my team, as we work together to fight this virus and keep everyone safe.

— Boris Johnson #StayHomeSaveLives (@BorisJohnson) April 6, 2020

"Esto puede ser la llamada de atención para que él se dé cuenta de que tiene que descansar para recuperarse", dijo un ministro al Financial Times antes de que se supiera sobre el agravamiento de su situación. Al final, resultó mucho más grave que un aviso.

Descenso en los sondeos

Es imposible obviar el hecho de que la respuesta de Reino Unido no fue tan rápida como en Italia, Francia y España, porque el Gobierno de Johnson decidió adoptar una actitud más cautelosa para minimizar el impacto económico y las consecuencias directas de la pandemia en el sistema sanitario. Se favoreció la estrategia de inmunidad de grupo, por la que se permitiría que un alto porcentaje de la población cogiera el virus antes de tomar medidas drásticas. Eso haría en teoría más fácil afrontar una segunda oleada de coronavirus en el otoño.

Boris Johnson cambió su estrategia contra el coronavirus al percatarse de que propiciar la inmunidad de grupo era inviable políticamente si, como era casi inevitable, aumentaba la cifra de afectados y fallecidos. Eso fue lo que ocurrió. Han pasado veinte días desde que Reino Unido llegó a la cifra de 50 muertos. En ese periodo de tiempo, Italia (5.476) y Francia (5.387) han sufrido más fallecimientos, pero no muchos más (España ha tenido 8.464).  

El giro de la estrategia del Gobierno y la falta de material de protección en los hospitales, como ha ocurrido en otros países, han tenido un coste en la opinión pública. Boris Johnson se benefició en los primeros días de un aumento del nivel de apoyo, lo que no era extraño teniendo en cuenta que venía de ganar unas elecciones con una gran mayoría absoluta.

La última encuesta de Opinium, realizada entre el 1 y 3 de abril, refleja una caída de 13 puntos en el apoyo al Gobierno hasta el 52% en unos pocos días. El rechazo sube seis puntos hasta el 29%. 

La credibilidad de Johnson y de sus ministros de Sanidad y Hacienda ha descendido, aunque sin entrar en números rojos. Las medidas impuestas no son tan drásticas como las de Italia o España, lo que no ha impedido que tengan efecto. Si bien la gente tiene permiso para hacer ejercicio en el exterior durante una hora, los parques de Londres, así como los espacios naturales gestionados en todo el país por National Trust, están cerrados. La capital británica ofrece las mismas imágenes desoladoras que el resto del mundo.

Más tests defectuosos

Antes del traslado de Johnson a la UCI, la última noticia negativa colocaba a Downing Street en el nutrido bando de los gobiernos europeos desesperados por encontrar suministros en el mercado internacional y que acaban siendo engañados o reciben un producto que no alcanza los niveles de calidad buscados. Diecisiete millones de tests de anticuerpos comprados por el Gobierno, en su mayoría en China, han resultado inútiles, una sorpresa por la que también se ha pasado en España, Holanda, República Checa y Grecia. Su efectividad sólo parece asegurada en los casos de personas que han estado muy enfermas. 

La colaboración prestada por la oposición laborista hasta ahora hace pensar que no utilizarán este fiasco para lanzarse contra Johnson, a diferencia de lo ocurrido en España. Pero es un consuelo menor, porque la compra masiva de tests en el extranjero era un elemento crucial para responder a las críticas de la semana pasada. El Gobierno admitió que no estaba realizando 25.000 tests diarios, como había dicho que haría, sino unos 10.000 como mucho.

El ministro de Sanidad optó por multiplicar por cuatro la apuesta y prometió que se harán 100.000 tests diarios antes de que acabe el mes. Pero para llegar a esa meta antes debe contar con esos tests en el país y que funcionen. Europa ya sabe que entre desearlos, tenerlos en la mano y que sean útiles son tres etapas diferentes.