La Organización Mundial de la Salud, entidad del sistema de Naciones Unidas, es la guía mundial sobre qué hacer y qué no hacer en materia sanitaria. Marca directrices, protocolos en función de los niveles de alerta que ella misma va decretando. Asesora y recomienda. Es el referente en que se guían los gobiernos para tomar decisiones en sus países. Pero, ¿qué ha dicho desde que el 31 de diciembre de 2019 tuvo noticias de un brote de neumonía fuera de lo común en la provincia china de Wuhan?

Era el coronavirus SARS-CoV-2, que en aquel momento ni se sabía que era coronavirus ni estaba bautizado.

Tampoco la enfermedad que causa, COVID-19.

Por el camino, la OMS no obtuvo hasta dos semanas después el genoma del virus por parte de las autoridades chinas. La secuencia genómica es clave para conocerlo y tratarlo. Era mediados de enero, y aún no estaba claro que se pudiera contagiar entre personas, como tuiteaba la organización dirigida por Tedros Adhanom Ghebreyesus. Hasta una semana después no se asumió que se podía contagiar de persona a persona.

El 1 de febrero, hace dos meses y medio, la OMS pensaba que la transmisión por parte de personas asintomáticas era rara. El papel del contagio de coronavirus a partir de asintomáticos ha sido y sigue siendo a día de hoy un asunto controvertido. Aunque son necesarios más estudios para cuantificar con garantías la participación de esta forma de contagio, los datos indican cada día con más fuerza que este tiene un peso evidente en la difusión del virus.

Sin embargo, en esas mismas fechas, a finales de enero, la OMS toma una decisión importante, que solo había tomado cinco veces antes: estableció que el brote constituía una Emergencia de Salud Pública de Preocupación Internacional (PHEIC). Y se afirmó que la detección temprana, el aislamiento y el tratamiento de casos, el rastreo de contactos y las medidas de distanciamiento social, en línea con el nivel de riesgo, pueden funcionar para interrumpir la propagación del virus. Era la sexta vez que la OMS declaraba una PHEIC desde que entró en vigor el Reglamento Sanitario Internacional en 2005. Como reconoce el organismo, es el nivel más alto de alerta de la OMS y desencadena recomendaciones temporales para cada país en función de la presencia de la enfermedad. 

Un mes después, el 28 de febrero, es cuando la OMS aumenta el riesgo mundial de propagación de "alto" a "muy alto”, si bien dice que aún no es momento de calificarlo como una pandemia, cosa que llegó el 11 de marzo. Y, a partir de ese 11 de marzo, es cuando en la mayoría de los países europeos, salvo Italia, donde más fuerte estaba golpeando el virus, comienzan a decretarse medidas restrictivas en relación con las reuniones públicas de personas, confinamientos y hasta el cese de actividades económicas no esenciales.

De alguna manera, esa declaración de pandemia del 11 de marzo viene a marcar un antes y un después en las reacciones de los gobiernos europeos. La organización internacional fue aquel día mucho más dura de lo habitual a la hora de valorar públicamente la respuesta de los Gobiernos al virus: "Estamos preocupados por los niveles por los niveles alarmantes de inacción".

De acuerdo con la definición del organismo, se llama pandemia "a la propagación mundial de una nueva enfermedad". "No es una palabra para usar a la ligera o descuidadamente", dijo entonces la OMS: "Es una palabra que, si se usa incorrectamente, puede causar un miedo irrazonable o una aceptación injustificada de que la lucha ha terminado, lo que lleva a sufrimiento y muerte innecesarios". Y dejó claro que "describir la situación como una pandemia no cambia la evaluación de la OMS de la amenaza que representa este virus". "No cambia lo que está haciendo la OMS, y no cambia lo que los países deberían hacer. Nunca antes habíamos visto una pandemia provocada por un coronavirus. Y nunca antes hemos visto una pandemia que pueda ser controlada", sentenció. 

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