Ibrahim Nasrallah, escritor:

Ibrahim Nasrallah nació en el invierno del 54 en un campo de refugiados palestino en Jordania. Sus padres fueron expulsados en 1948 del pequeño pueblo de Al Bureij, cerca de Jerusalén y nunca más se les permitió volver a su tierra. Nasrallah, hijo directo de la Nakba –el desplazamiento forzoso de 750.000 palestinos en 1948 tras la creación del Estado de Israel–, es hoy uno de los poetas y novelistas árabes más reconocidos.

Sus padres, recuerda, “sólo hablaban de Palestina y de su desplazamiento”.

“Lo que vivieron fue muy cruel. Todo lo que les importaba era recuperar el pasado y recordar los más mínimos detalles, como las relaciones con sus olivares, sus caballos, su infancia y los seres queridos que perdieron por las masacres sionistas. Cuando te expulsan forzosamente de un sitio, no recuerdas nada más que tu hogar y tu pasado”. 

Ese apego a una tierra a la que nunca volvió le llevó a escribir en 2007 la novela ‘El tiempo de los caballos blancos’, traducida recientemente al español. “Fue un instrumento para conectar con mis padres”, dice. “Cuando la escribí, empecé a entenderles mejor. La literatura nos abre los ojos para recordar de otra manera las cosas cotidianas. Cuando escribimos pasamos de lo ordinario a lo simbólico y universal”.

En su novela, Nasrallah cuenta la hazaña de una familia del pueblo imaginario de Al Hadiya (la tranquila, en árabe) durante varias generaciones. El colapso del imperio otomano, el mandato británico y, finalmente, la Nakba. A través de la relación del protagonista con una bella yegua blanca, el escritor simboliza la lucha contra los sucesivos colonizadores que tratan de dominar su tierra. Una mañana, los aldeanos de Al Hadiya se levantan y descubren a escasos metros un asentamiento sionista levantado sigilosamente durante la noche. Las cosas han cambiado para siempre y aquel asentamiento es el presagio de la tragedia que se avecina. El objetivo, dice Nasrallah, “es que cada lector palestino sienta que la novela habla sobre su pueblo o ciudad”.

Nasrallah, de 69 años, se crió en una de las escuelas de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA) y muy pronto empezó a escribir. Hoy ve con tristeza cómo esas mismas escuelas en las que creció se han convertido en un objetivo militar en Gaza. “El gran problema que afecta al palestino es que tiene que ver sus heridas sangrando continuamente. Cada pocos años se repite la historia y ocurren estas matanzas y genocidio. Lo que estamos viendo ahora es cruel y nos supera, pero esto viene pasando a plazos desde hace 75 años”, dice.

Tras décadas viendo esas heridas sangrando, parece que el apoyo y compromiso de los países árabes vecinos ha ido cayendo hasta el punto de la normalización de relaciones con Israel por parte de algunos de ellos. “Es diferente el pueblo árabe de los regímenes árabes. El pueblo está en la calle manifestándose. Los regímenes, en cambio, giran en torno a la órbita de EEUU y hacen todo lo que dice el americano. Cumplen sus órdenes”.

“También es triste que Europa, un gran continente, haga seguidismo de EEUU y que haga caso a todo lo que diga EEUU. Esto merma su dignidad, su libertad de expresión y su democracia. Es muy triste que EEUU censure las actitudes, discursos y palabras de los líderes europeos y árabes de la forma en la que lo estamos viendo hoy”, dice Nasrallah.

Ver a miles de personas huyendo de sus hogares en Gaza en búsqueda de un lugar seguro inexistente le recuerda, inevitablemente, a la Nakba y al destino que sufrieron sus padres. “El desplazamiento actual es sólo un pequeño ejemplo de lo que pasó en 1948. Gaza representa el 2% de la Palestina histórica. Ahora podemos imaginar la escala de lo ocurrido entonces”.

“Veremos mucho más dolor, pena, tristeza y desgracia cuando acabe la guerra en Gaza. La gente no asimila este choque y ahora mismo se ven superados. Cuando se enfríe un poco ese daño y esa pérdida, entonces se darán cuenta de la desgracia. Ahora una madre corre e intenta proteger lo que queda de su familia, pero cuando pare la guerra, no verá a sus hijos que han sobrevivido, sino que llorará a sus hijos muertos. Esta es la gran desgracia”, augura.

Nasrallah está convencido de que la cultura es la forma para mantener viva la causa y la identidad palestina cuando el otro te la está negando. “Una nación sin cultura y sin intelectuales no existe. Si nos fijamos en el ejemplo español, pueden decir que esa persona o ese vecino no existen, pero nunca podrán decir que Picasso o Cervantes no existieron. Ellos representan la huella y la identidad de España”, dice. “¿Qué es la identidad? La identidad es la cultura del pueblo, sus relaciones, sus costumbres, su historia… Sin esta cultura, seríamos grupos dispersos de personas solo gobernables por sus instintos y deseos. El mayor nivel del progreso humano es tener tu propia cultura”.

“Todo el mundo está a favor de Palestina y no es algo novedoso. La ONU tiene una postura bonita e importante. Solo hay cuatro países a favor de Israel en Naciones Unidas, pero sufrimos la tiranía del veto”, dice Nasrallah. Sin embargo, ese apoyo mundial no se traduce en presión política, denuncia. “Hubo un tiempo, hace 30 años, cuando se podía hacer realidad la solución de los dos Estados. Había líderes políticos palestinos muy importantes y había apoyo mundial a esta solución. Después de los Acuerdos de Oslo, casi todo el mundo apoyaba la creación del Estado palestino. Ahora, las potencias que siguen empujando por los dos Estados son muy pocas, especialmente en Europa y EEUU”. 

“A eso hay que añadir el ascenso de la extrema derecha racista en Israel. Quien ha destruido la idea de los dos Estados ha sido Israel. Los Gobiernos europeos y americanos han apoyado esa destrucción a medida que iba ocurriendo. Esto quiere decir que ni a Europa ni a EEUU le importaban los valores humanos. Todo lo que mueve la situación son los intereses económicos”, lamenta.

“Hemos vuelto al punto cero. Este conflicto ha vuelto a sus inicios. No hay solución y no hay Estado palestino. Como si estuviéramos en 1948. Israel quiere borrar al otro: a los seres humanos, las piedras, los árboles, las casas… En frente hay un intento humano modesto que llevan a cabo los palestinos que se llama resistencia. Es un derecho de todos los pueblos, pero al palestino no se le permite. Todos los pueblos pueden resistir menos el palestino".

La dedicatoria de su libro dice mucho sobre su contenido y sus intenciones:

"A las 450 aldeas palestinas que fueron borradas completamente del mapa para que en su lugar se levantasen asentamientos".

"A los tres millones de olivos que fueron destrozados y arrancados desde 1967".

"A mis padres que, como millones de palestinos que ahora viven en la diáspora, jamás serán enterrados en su querida Palestina".