Máscaras, cestos, plumas, parkas, boomerangs, peines, pociones, totems, cartas, barajas, distorsionadores de voz, gafas, monedas, dados, lamelófonos. Qué es un lamelófono te preguntas y los ojos apenas se detienen en el cartelito que explica el instrumento musical parecido a un xilófono porque la riada de cosas sigue por debajo de las vitrinas en cajones, cajoneras, armarios, alrededor de las columnas, en las paredes, en un hilo pendiente del techo. La artista Marina Abramovi? aparece en una pantalla con una cuerda de plumas. Cientos, miles, decenas de miles de objetos y sus cartelitos amarillentos escritos a mano. Es abrumador.

Lo es porque así lo quiso el general Pitt-Rivers, que fundó este museo antropológico y etnográfico con la donación de su colección en 1884 a la Universidad de Oxford. Pitt-Rivers era un académico victoriano que estuvo en la guerra de Crimea y empezó coleccionando pistolas y excavando en su jardín. La herencia de un familiar le permitió comprar piezas por toda Europa. Su idea era que los objetos, la mayoría de uso cotidiano, fueran clasificados por su función y no por la comunidad o país de origen. Quería que la acumulación de herramientas cotidianas mostrara “la evolución” como si hubiera una línea continua y perfecta de estadios de la civilización que él dibujaba en gráficos que a menudo contenían errores cronológicos e históricos. 

El Museo Pitt Rivers fue uno de los primeros museos antropológicos del mundo y ahora acumula más de 600.000 objetos (unos 50.000 están expuestos). Pese a debates y vaivenes a lo largo de los años, la colección y la manera envolvente de exponerlos ha ido a más y ahora es parte de su atractivo. La clasificación por el tipo de objeto es la misma que quería el fundador: “Canastas tejidas”, “Métodos para hacer fuego”, “Cerámica decorativa”, “Flautas”, “Barcos y balsas en miniatura”, “Gaitas”, “Equipo para masticar betel”, “Instrumentos quirúrgicos”, “Juegos, puzles y juguetes”.

La vitrina vacía

Pero ahora lo que más llama la atención es una vitrina vacía. Está cerca de la entrada, tiene el mismo tamaño que las demás, pero no hay nada en su interior. Los cristales están tapados con carteles de fondo azul y letras blancas. Encima, la señal antigua indica lo que había ahí: “Tratamiento de los enemigos muertos”.

“¿Has venido a ver las ‘cabezas reducidas’?”, dice el cartel en el cristal frontal. “Los restos humanos que solían estar expuestos en esta vitrina han sido retirados. Los pueblos indígenas se oponen desde hace mucho tiempo a la exposición pública de los restos de sus ancestros”. 

En un lateral de la vitrina vacía, otro cartel invita al visitante a compartir sus opiniones por email con el museo porque “gente diferente tiene actitudes diferentes hacia la exposición de restos humanos en museos”. El texto incluye algunas preguntas: “¿Cómo te sentirías si los restos de un miembro de tu familia fueran recogidos y expuestos? ¿Cómo te sentirías entrando en un museo y viendo sin previo aviso la calavera de un abuelo?”.

Hasta septiembre de 2020, aquí estaban expuestas las cabezas cortadas y tratadas para hacerlas más pequeñas, tsantsa en la lengua de la comunidad amazónica shuar originaria de lo que hoy es Ecuador y Perú, y que los exploradores españoles llamaron jíbaros. Algunas de esas cabezas eran humanas, parte de un ritual ancestral tras masacres de rivales. Otras probablemente venían del mercado de cabezas manipuladas para la venta a viajeros, exploradores y comerciantes que empezó a finales del siglo XIX. Algunas se vendían como humanas pero eran de monos, y otras habían sido robadas de morgues para hacer negocio.

Las tsantsas eran una marca célebre del Museo Pitt Rivers. Pero su exposición contravenía una ley británica de 2004 y una guía para aplicarla de 2005 que animaba a tratar los restos humanos con especial cuidado y no exponerlos a no ser que hubiera una justificación pedagógica muy clara. “Se reconoce que algunos restos humanos se obtuvieron en circunstancias inaceptables. Por ejemplo, los adquiridos en los últimos 100 o 200 años de pueblos indígenas en circunstancias coloniales donde había una división de poder muy desigual”, dice la guía oficial [PDF] que se hizo en consulta con los museos, incluido el Pitt Rivers. 

Este documento recordaba que las leyes de Inglaterra y Gales no reconocen el concepto de propiedad sobre restos humanos así que los museos tienen difícil defender que son suyos en un proceso legal.

En el caso de las tsantsas, las comunidades indígenas originarias no quieren las cabezas de vuelta.

Ahora están guardadas en cajas, protegidas con papel especial, y a la espera de análisis de ADN para entender la procedencia, y de una decisión sobre qué hacer con ellas en diálogo con la comunidad shuar y el Estado de Ecuador. Como estas, hay decenas de cabezas en almacenes de museos.  

“Hemos localizado 172 cabezas, ninguna de ellas está en exposición en este momento”, explica a elDiario.es Laura Van Broekhoven, directora del Pitt Rivers y la fuerza detrás del proceso de devolución, etiquetado y reflexión sobre el colonialismo que ella ha acelerado desde su nombramiento en 2016. “Ahora hay que hacer más investigación para saber cuáles de esas cabezas son humanas y qué quieren los shuar… 121 de esas cabezas están en el Reino Unido. Uno se pregunta qué hacemos con tantas cabezas reducidas. Muchas veces no sabemos cómo llegaron a nuestras colecciones. No tienen un pasado, pero tampoco tienen mucho futuro”.

María Patricia Ordóñez, arqueóloga y antropóloga de la Universidad de San Francisco de Quito, en Ecuador, ayuda al museo de Oxford desde 2017 en el diálogo con el Estado ecuatoriano y, sobre todo, la comunidad shuar, de la que es especialista.

Parte de su interés viene del impacto para los museos del mundo. "La Amazonía es un territorio extremadamente importante. Si consideras que las mayores colecciones de patrimonio ecuatoriano en el extranjero pertenecen a esta región geográfica, entonces esa importancia es aún más relevante. En mi caso, al estudiar colecciones andinas de restos humanos en Europa, las tsantsas empezaron llamando mi atención por su preeminencia en las colecciones fuera del país y el imaginario adentro y fuera del Ecuador", explica Ordóñez a elDiario.es.

La retirada de las cabezas cumplía con las normas oficiales, pero suscitó críticas en Oxford y más allá. Un editorial del Oxford Mail, el diario local, se titulaba: “Quitar las cabezas reducidas del Museo Pitt Rivers es aburrido y peligroso”. El texto de opinión dice que las cabezas humanas “inspiraban, sobresaltaban y nos recordaban que no todos los rincones de este planeta interminablemente fascinante son tan beige, seguros y insípidamente suburbanos como los nuestros”. La práctica está prohibida desde mediados del siglo XX, en gran parte por la cristianización de las comunidades. 

Adam Kuper, un antropólogo sudafricano que ha dado clases en la London School of Economics, se queja de que el museo no le dejara reproducir la imagen de la vieja vitrina con las cabezas en su libro The Museum of Other People, crítico con el proceso de descolonización de las colecciones. Kuper se indignó por el hecho de que el Pitt Rivers mencionara el respeto a “las personas involucradas”. “¿Quiénes eran? ¿Quiénes les consultó? ¿Por qué les dieron el derecho de decidir la política de un famoso y bien establecido museo de la universidad?”, escribe. 

La reacción sorprendió a Van Broekhoven, antropóloga y arqueóloga, experta en Nicaragua y con gran experiencia en este trabajo en museos también en Países Bajos, su lugar de origen. El Pitts Rivers lleva atendiendo peticiones desde los años 90, si bien en el pasado solía poner pegas y pedir más documentación antes de tocar su colección. “Esa mentalidad ha cambiado mucho en la última década”, dice la directora.

A la vez, los museos se han encontrado ahora con reticencias de los tories en el Gobierno, sobre todo cuando se trata de la devolución de objetos, como los bronces del antiguo reino Benin saqueado por soldados británicos en 1897 y que reclama ahora Nigeria. La mayoría de las piezas en Reino Unido se encuentran en el Museo Británico y también hay en el Pitt Rivers. El principio esencial de una comisión sobre la herencia británica y en particular sus “bienes difíciles” que el Gobierno de Boris Johnson creó en 2021 es “retain and explain” (es decir, quedarse con los objetos y explicarlos). Algunos de los miembros de esta comisión son escépticos sobre la revisión de los museos, como Trevor Phillips, empresario, antiguo presentador y ahora analista del think tank conservador Policy Exchange, que publicó una guía para museos sugiriendo que los cambios son caprichosos. “Cualquier cambio debe ser duradero y basado en un análisis riguroso de efectos y riesgos”, escribe. 

Pero Van Broekhoven subraya el proceso que ya existe. Desde que es directora, ha recibido peticiones sobre todo de restos humanos de Australia y Nueva Zelanda, y se han hecho devoluciones con los protocolos específicos para esos casos, que son los más evidentes. Las reclamaciones se estudian y si el museo las aprueba también necesita el visto bueno de la Universidad y de una comisión independiente. Los bronces de Benin esperan desde 2022 la decisión de este último panel. 

A veces, las peticiones son complejas y no requieren cambios, sino un esfuerzo para escuchar e invitar a más voces. En muchos casos, las comunidades implicadas no quieren los objetos de vuelta y ni siquiera retirarlos de las vitrinas, sino participar en cómo se exponen o cómo se explican.  

Van Broekhoven ya habla con naturalidad de las “celebraciones de reconciliación”. En octubre, ella y otros siete empleados del museo de Oxford bailaron delante de objetos de una tumba de los evenki, un pueblo indígena de Siberia Oriental, según una coreografía basada en la caza del oso tradicional y diseñada por una joven artista y activista indígena, ??Galina Veretnova. La preocupación de los evenki era que el personal del museo no estuviera preparado para tocar los objetos y que eso hiciera “daño” a su comunidad. Los representantes evenki ayudaron a organizar una exposición que ahora se puede ver en el museo.

Los evenki no quieren reclamar las piezas, entre otras cosas porque temen que sean destruidas o utilizadas para otros propósitos en Rusia, donde hay acoso de las autoridades a las minorías. 

“Ellos saben, como otros pueblos indígenas, que la nación no necesariamente tiene sus derechos en mente”, explica Van Broekhoven. “Por ejemplo, también tenemos muchas conversaciones con la comunidad del Tibet, y ellos han sido muy claros en que prefieren que sus objetos no regresen a China”.

El museo es una oportunidad de acercarse a estas personas de comunidades variadas y traerlas a Oxford y así, según la directora, “buscar un mundo donde muchos mundos son posibles y todos somos bienvenidos y tenemos un lugar”. 

Sabe que muchos siguen sin sentirse así en Reino Unido. La directora recuerda el enfado de un líder masái que visitó el museo y se preguntaba por qué los misioneros habían cogido esos objetos y por qué estaban expuestos así. Después de sus quejas, una delegación masái visitó el museo y ahora se está organizando una ceremonia de reconciliación en Oxford con un grupo de familias masái y europeas para este verano. 

A menudo no se trata de devolver o guardar en un almacén, sino de explicar. Cada objeto en las vitrinas sigue estando identificado con una pequeña etiqueta amarillenta escrita a mano donde suele haber una fecha y un nombre para el objeto y otro para el explorador o el comprador que lo trajo al museo. Las más valiosas son las más antiguas, que suelen ser las que se preservan con más cuidado. 

En algunas vitrinas, otros carteles modernos explican lo que quieren decir esos viejos cartelitos y dan más contexto dentro de un proyecto que el museo empezó en 2018. 

Dentro de la vitrina que muestra palos, flechas, cuerdas y prensas para hacer fuego de India, Sumatra, las islas Maldivas, Europa y América se encuentran los dibujos de indígenas y las explicaciones escritas a mano hasta en los palos. Pero en el lateral de la vitrina, un cartel explica más sobre las palabras utilizadas en los carteles más antiguos y la idea de evolución: de palabras como “primitivos” y “salvajes” a “rituales” y “sagrados”, que a menudo tenían que ver más con el color de la piel y el origen que con el uso y desarrollo de esos palos. “El colonialismo se basa en la clasificación y las diferencias raciales. Utilizar lenguaje racializado crea una falsa jerarquía de los seres humanos basada en rasgos observables como el color de la piel o medidas físicas”, dice el texto, que incluye un diagrama que muestra el uso del lenguaje jerárquico en las etiquetas del museo y la frecuencia con la que se aplica a cada continente: por ejemplo, “salvaje” aparece con más frecuencia en etiquetas de Oceanía y África, y “civilizado” en descripciones de objetos de Europa, Egipto y Argelia. 

El mensaje también apunta al fundador y recuerda que el general Pitt-Rivers creía en el “evolucionismo social” que clasificaba las sociedades en distintos estados de salvajismo, barbarie y civilización. 

La directora comenta que a menudo se ha encontrado lenguaje “racista” en las etiquetas más recientes, de los años 80 y años 90, y con menos valor histórico.

Otra idea del museo es completar la colección con objetos y explicaciones actuales. En algunas vitrinas hay carteles de color rosa con mensajes especiales para el mes de homenaje a los derechos LGTBI, que en Reino Unido se celebra en febrero. Junto a una caja de parches decorativos para la cara del siglo XVII, un cartel explica que también se utilizaban para “obras de teatro que jugaban con el género” y una vitrina dedicada a Polinesia cuenta cómo en Samoa los isleños tenían un concepto “fluido del género” y una palabra para un tercer género que los colonizadores europeos intentaron reprimir. 

El debate sobre la colección, el espacio o la organización es parte de la historia del museo desde su nacimiento.

“Todos los museos de este tipo son también sobre la cultura y los tiempos en que se han montado. Desde esta perspectiva el Pitt Rivers es una serie de historias que la cultura británica primero del siglo XIX, luego del siglo XX y ahora del siglo XXI, se cuenta a sí misma”, escribe Michael O’Hanlon, antiguo director del museo, en un libro guía sobre su historia publicado en 2014. “En contra de la percepción, las exposiciones siempre han estado en transición”.

En los años 40, había debates hasta sobre el color de los marcos de las vitrinas: el director entonces, un estadounidense, quería que fueran más claros y lo consiguió durante un tiempo como parte de un proceso para “desvictorianizar” el museo mientras luchaba contras las goteras, las plagas de ratas y la guerra. En los 60, hubo un intento fallido de llevar el museo a otro edificio más moderno en un proyecto muy polémico por el coste y la molestia para los vecinos. El proceso de “revictorianización” más reciente lo ha devuelto a parte de su estética original, por ejemplo con las vitrinas de madera más oscura. 

La polémica es parte de la vida del museo. El general Pitt-Rivers ya se quejaba en el siglo XIX: “Algunas series no se han desarrollado para nada, y otras se han hecho de manera imperfecta. Este no es el tipo de edificio para una colección en desarrollo, que estaría mejor en galerías alargadas, bien iluminadas desde arriba y sin pretensiones”, escribió el fundador después de la inauguración de su colección. “El espacio enorme y pretencioso no es lo que quería. Oxford no es el lugar para ella, nunca la tenía que haber mandado allí”.