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Alemania sepulta su austeridad y se hipoteca para rearmarse y rescatar a su industria de las cenizas

Alemania sepulta su austeridad y se hipoteca para rearmarse y rescatar a su industria de las cenizas

La cultura ortodoxa germana, forjada a fuego con el lema de no gastar por encima de los ingresos federales, se ha tomado una siesta geoestratégica. Berlín acudirá al crédito para avalar hasta 850.000 millones de euros de un presupuesto expansivo dirigido a abordar una dura reconversión industrial, un ambicioso plan de infraestructuras y rearmar su Ejército

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No hay vuelta atrás. Alemania acaba de renegar de su ADN de austeridad financiera, concebido durante la hiperinflación del periodo de entreguerras, consolidado a lo largo de una Guerra Fría bajo el principio rector de la desmilitarización, sin un Ejército operativo, por estricto deseo tanto de sus aliados como por sus enemigos exteriores y que impuso por su estatus de economía más poderosa de la UE, a sus socios comunitarios durante la larga y tortuosa travesía de la crisis de la deuda.

Surgida a raíz del colapso crediticio de 2008 y que se agudizó, con rescates financieros a Grecia -de extrema urgencia- a Portugal, Irlanda y España entre 2011 y 2012, con el euro sobre la mesa de operaciones, y que estuvo a punto de tener que lanzar otro salvavidas a Italia.

Los ajustes de la ex canciller Angela Merkel, larvados junto a contribuyentes netos de la UE como Países Bajos, y que granjearon las críticas jocosas de diarios como Financial Times contra los PIGS de la Europa meridional, incapaces -dijeron a coro todos ellos entonces- de poner en orden sus cuentas públicas, parecen ahora un vestigio de un pasado remoto. Un austericidio, como se llegó a calificar en las sociedades rescatadas -dicen las malas lenguas- por el dinero del norte europeo.

Porque Berlín ha pasado página en su historia económica reciente. A finales de junio, el ministro de Finanzas de la renovada Gran Coalición de democristianos (CDU/CSU) y socialdemócratas del SPD, Lars Klingbeil, reconoció que el plan para sacar a Alemania de la parálisis económica que la asola desde hace un trienio será a cargo de deuda futura. O, dicho de otro modo: el medio billón de euros que requerirá devolver el esplendor perdido a la otrora musculada industria germana, rearmar al país con un cheque equivalente al 5% de un PIB que roza los 5 billones de dólares por obra y gracia del nuevo acuerdo de la OTAN -y al que se ha comprometido sin rodeos el canciller Friedrich Merz, un convencido atlantista- y activar un ambicioso programa de infraestructuras con el que hormonar la productividad y la competitividad alemanas.

De alguna forma aún indescifrable, la maniobra de Klingbeil, vicecanciller y nuevo líder del SPD, ha puesto en liza la reputación del tercer PIB global. Los analistas parecen decantarse por prever un escenario audaz para Alemania, por interpretar que era el momento para que Berlín reniegue de ese exceso de rigor presupuestario y corsés financieros. Incluso algunos hablan de que sería un primer paso para que finalmente claudique y se abra al lanzamiento de eurobonos como vía para avalar los grandes proyectos geoestratégicos que reclaman Mario Draghi y Enrico Letta, los ex primeros ministros italianos que se han encargado de perfilar la hoja de ruta que debe llevar a la UE a rivalizar con EEUU y China en los mercados internacionales.

Otros, los más liberales, hablan de la tentación de que el Gobierno germano entre en una orgía de endeudamiento desmesurado y enfatizan los riesgos asociados a una agenda propensa a los gestos desmesurados a cuenta de futuros ingresos. De no mediar un rechazo imprevisto, el plan expansivo de Klingbeil elevará la inversión federal en dos tercios hasta finales de 2026, anticipará a 2029 las aportaciones alemanas a las arcas de la OTAN, 6 años antes de la fecha tope marcada por la Alianza Atlántica antes de impulsar su factura militar al 5%, y activará un préstamo todavía de mayor calado -unos 850.000 millones de euros- para abordar el drástico incremento del gasto fiscal alemán.

Alemania se situaría fuera de la convergencia europea

Hasta el Bundesbank alerta de que este horizonte empujaría al déficit a un agujero superior al 3% del PIB y catapultaría la deuda por encima del 60% del PIB. Es decir, la ortodoxia germana, el brazo crediticio del euro, se saltaría los dos grandes criterios de convergencia por primera vez al mismo tiempo.

La cifra no deja de ser simbólica. Es similar al coste de los fondos Next Generation que lanzaron la reconstrucción europea tras la Gran Pandemia, la cantidad que esbozó Draghi para cubrir las necesidades anuales de una reconversión industrial en el mercado interior y el desembolso que requeriría, según los analistas de Bloomberg Intelligence, crear un ejército europeo.

The Economist habla de tres virajes que han hecho posible este viaje de Alemania fuera de sus confines presupuestarios. El primero, la obsesiva convicción de Merz de que hay que militarizar la Bundeswehr porque Rusia estará en disposición de poder atacar territorio OTAN en 2029. El segundo, la reciente modificación constitucional que exime a los gastos de Defensa de su rígido “freno de la deuda” y la artimaña, nunca antes vista, de que el programa de infraestructuras que debe modernizar los cauces energéticos, digitales y de transporte de Alemania debe financiarse con dotación extrapresupuestaria y con cargo al servicio de pagos. Finalmente, el hecho de que, tras décadas de austeridad, Berlín está en condición de absorber mayor dosis de endeudamiento al presentar un registro aún inferior al 60% del PIB. Aunque lo haya rozado a finales de 2024.

Todo ello ha incitado a la Gran Coalición de Merz a configurar una agenda reformista alternativa a la que, a buen seguro, hubieran diseñado cualquier de sus antecesores, pero que defiende sus asesores económicos, que predicen el despegue, leve, de la economía en 2026, por el estímulo del gasto y las inversiones públicas. Palabra del Consejo de Expertos que siempre ha aconsejado a los cancilleres y que augura que el enfermo económico europeo aún emitirá un encefalograma plano este año. O, en el mejor de los casos, un repunte de 4 décimas, precisa Monika Schnitzer, su presidenta.

El jefe del Bundesbank, Joachim Nagel, no descarta, incluso, otra recesión, como en 2023 y 2024, por la escalada arancelaria de la Administración Trump, que apunta a sectores neurálgicos como el de automoción, y a los pedidos exteriores de manufacturas made in Germany.

Ni el consejo asesor ni la autoridad monetaria han cuestionado la austeridad. Solo recomiendan a Berlín que administren adecuadamente los fondos. También en los círculos de poder alemanes han cambiado de mentalidad. Pese a que entre los riesgos de esta nueva estrategia emerge una prohibición expresa al freno de la deuda. Porque el escape constitucional solo ampara partidas concretas vinculadas al rearme y proyectos específicos del programa de infraestructuras. El rigor sigue existiendo para la mayor parte de las cuentas federales que crearán un déficit de 144.000 millones de euros entre 2027 y 2029. Un desequilibrio que Klingbeil y Robin Winkler, economista jefe de Deutsche Bank, confían en que pueda suplirse con un mayor dinamismo.

Eso sí, parece que a cambio de instaurar una agenda reformista que ponga en forma un mercado laboral con cada vez más población pasiva por el envejecimiento social o un modelo impositivo que deja poco margen a reducir la presión tributaria.

Berlín necesita una agresiva agenda de reformas

Otros autores inciden en que la militarización alemana añadirá vigor al PIB. Además -aseguran- se produce en un contexto de calma estratégica si se tiene en cuenta que varios vecinos como Dinamarca o Suecia, pero también Polonia o los bálticos -entre otros- han elevado sus cheques entre el 3% y el 5% este año o que firmas armamentísticas como KNDS o Thales, dos de las que se han beneficiado del boom bursátil de este sector en las bolsas europeas, “están interesadas en producir y desarrollar material bélico, en especial misiles de largo alcance, en Ucrania”, alerta Jacob Funk Kirkegaard, analista del Instituto Bruegel. A bajo coste y en condiciones de fuego real matiza.

Sander Tordoir, economista jefe del Center for European Reform (CER), critica “la amenaza en estado latente de un gobierno federal que debe transformar la industria y la economía con unos enormes despliegues de inversión en Defensa e infraestructuras”. Puede que Alemania -matiza- haya elegido un líder, pero su patrón de crecimiento se sigue enfrentando al desastre y Merz ha tenido siempre un comportamiento “demasiado impulsivo”. Tordoir se declara moderadamente optimista, aun así. “Si la mayor parte del dinero, la inversión y la financiación se destina al sector industrial, a transformar las redes energéticas y de transporte y a digitalizar su economía”. Sobre todo, porque el ataque arancelario de Trump contra Europa tendrá en Alemania su peor campo de batalla.

Armin Steinbach, desde Bruegel, llama la atención sobre otro efecto colateral. Sin cambios en el orden fiscal europeo, ni las reformas ni la estrategia alemanas tendrán éxito. “Necesita un mayor margen presupuestario”, otro periodo largo de flexibilidad del Pacto de Estabilidad, que permita a Berlín conceder a los länder espacios de gasto para atender el estado de bienestar más allá del 0,35% del PIB que establece la Carta Magna alemana. “Aún persiste el conflicto normativo entre Bruselas y Berlín”, aclara. Pero también con otros socios, que deberán hacer magia para cuadrar sus cuentas sin desatender sus facturas de rearme, en medio de la peor guerra comercial en más de medio siglo y unos mercados de capital en estado de volatilidad permanente.

La caída del viejo modelo poco competitivo y apenas productivo también exige movimientos en el entramado europeo. Después del shock de China 2.0 que ha elevado el rango tecnológico, de transición energética y de modernización industrial del gigante asiático, capaz, además, de lidiar y moldear las cadenas de valor o los cauces logísticos y marítimos hasta desesperar a Trump que ha apelado hasta a BlackRock para desafiar la extensa gestión del tránsito mercante chino en los cuatro continentes. Todos, excepto Oceanía.

“Esta mentalidad es la que ha dejado miope a Alemania”, admiten en Bruegel, que sigue dolida por haber perdido el título de exportwetmeister o campeón mundial de las exportaciones por su ceguera con la austeridad y con la decadencia de su industria. “El modelo germano nunca se ha enfrentado a tanta presión”, precisa su investigador Jeromin Zettelmeyer.

Sin duda le servirá de gran ayuda a Merz la reciente petición del Comité de Industria T+1 de la UE a las entidades financieras para que faciliten créditos destinados a la automatización, la IA y la digitalización que eliminen los procesos analógicos que generan cuellos de botella industriales en el mercado interior y se reduzcan las trabas burocráticas en la Unión.

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