El problema llega el viernes. Para comunicar el cambio, la parte lingüista de la RAE prefiere contar que “no ha cambiado nada”. Pero los académicos escritores prefieren contar que todo ha cambiado. Desde el departamento de comunicación de la RAE han pedido a este periódico margen para aclarar la postura y emitir una posición oficial ante este choque de intereses: “La decisión que se tomó el jueves en el pleno es unánime. Consiste en añadir “a juicio del que escribe. Se ha aprobado un cambio de redacción”, explican.
Era una norma que naufragaba en la ambigüedad. Desde 2010 era obligatorio no usar la tilde diacrítica, pero también era optativo hacerlo si había ambigüedad. Más de una década después de haber sembrado la confusión en la población y entre los propios académicos, llega la rectificación: será a juicio del que escribe tildar o no el adverbio para distinguirlo del adjetivo. Allá cada cual.
¿Qué ha ocurrido para que la RAE emborrone aún más este asunto? Lo primero, la división misma de los académicos. Una gran parte de ellos ni siquiera comulgaban con ella. Sobre todo los creadores. Cuando estos salían de la Academia y se sentaban delante de su cuaderno, su máquina de escribir o su ordenador, decidían declararse en rebeldía contra la casa de la palabra y mantener la tilde en las novedades que ofrecían en las librerías a sus lectores.
Frente a estos, los lingüistas resistían el empuje de los que escriben con argumentos teóricos. Los académicos contrarios a resolver la ambigüedad argumentan que la tilde “en el adverbio 'solo' implicaría extender el uso de la tilde diacrítica a una cantidad desorbitada de usos”, escribió en 2016 Salvador Gutiérrez en un extenso informe en contra de la tilde diacrítica. Este académico, que tomó posesión tres años del cambio de criterio de 2010, es catedrático de Lingüística General de la Universidad de León y es la figura clave en el cisma de la tilde diacrítica.
Pero tres años después de conseguir la mayoría de los votos de los académicos para que la coherencia se impusiera a las ambigüedades, reconoció a EFE que la atención a los consejos emitidos en la Ortografía de la Lengua Española era “desigual”. Se seguía usando el uso diacrítico de la tilde para distinguir entre el adverbio y el adjetivo. La prensa y los libros de texto acataron de inmediato las nuevas órdenes dispuestas en el Diccionario Panhispánico de Dudas (DPD). Las editoriales también convirtieron la recomendación en sacramento que solo podían saltarse los elegidos y los empecinados. Entre ellos, una parte de sus autores académicos.
Los argumentos técnicos
Salvador Gutiérrez también es el director del Departamento de “Español al día” y sostiene que “hay que operar con reglas técnicas, aunque a algunos académicos les enseñaran en la escuela otra cosa”. Por eso Salvador Gutiérrez mantiene contra el uso de la tilde una razón de “coherencia” teórica del arte gramatical español. Hace dos años mostraba su hartazgo con este tema y pedía a los académicos insumisos que dejaran su empecinamiento, porque carecían de argumentos técnicos con los que defenderse. Según su criterio, este jueves “la norma no ha cambiado”, a pesar de la aclaración que se ha incluido.
Luis Mateo Díez defiende lo contrario. Siempre ha sido de los empecinados que piensan que el cambio fue “innecesario” y que la tilde es contundente para resolver el conflicto. Estaba dispuesto a seguir insistiendo en su uso porque creía en el desacuerdo académico. “La nueva decisión es razonable. La libertad del escritor está por encima”, explica a este periódico. “El uso de la tilde es tan natural, que no tenía ninguna discusión. Lo que reivindicábamos los escritores era la expresividad de nuestra lengua. Lo importante es que para la RAE, desde este jueves, el uso de la tilde no es una incorrección. Son discusiones creativas muy saludables y los contrastes entre los creadores y los lingüistas son muy sanos. Porque la lengua no es una ciencia exacta y, además, es del pueblo. La Academia está bien como notaria, para que no se nos estropee”, cuenta el académico Luis Mateo Díez.
Soledad Puértolas entró a la Academia el año de la discordia y la autora de Música de ópera eliminó sus tildes, aunque su preferencia es mantenerla. “No entendí nada del debate cuando llegué. Pero acaté la norma. Ahora vemos que la lógica del uso nos lleva a recuperar la norma de 1999, no la de 2010”, explica la académica del 'sillón G'.
La pelea de la tilde diacrítica es un viejo enfrentamiento académico. En 1959 las Nuevas normas de prosodia y ortografía permitieron la tilde diacrítica. En 1999, la Ortografía de la lengua española decidió que se podía usar la tilde cuando existía riesgo de ambigüedad. El Diccionario Panhispánico de dudas de 2005 fue mucho más tajante: “Se utilizará obligatoriamente la tilde en el uso adverbial para evitar ambigüedades”.
Y así llegamos a la Ortografía de la Lengua Española de 2010, en la que todas las Academias revisaron, estudiaron y formularon observaciones, críticas y propuestas y constataron “la rareza de los casos de posible doble interpretación”. Es decir, la ambigüedad no era tan habitual como para mantener la dichosa tilde. Optaron por eliminar la obligatoriedad de acentuación incluso en los casos de posible anfibología y convertirlo en un error. Pasó a ser perseguido como error.
La lengua navega en un mar polisémico: "Vino de Burdeos", "Mi abuelo era sereno", "Ramón fue criado en el palacio", "Fue un bote magnífico"… Pero existe el acento gráfico, que permite distinguir en la escritura y, especialmente, en la lectura, dos palabras idénticas en la forma escrita. Homógrafas. Pero diferentes porque una es tónica y otra átona. La primera se señala con tilde, la átona queda marcada por su ausencia.
“A mí lo que más me preocupaba era que su uso estuviera penalizado”, cuenta Soledad Puértolas. “¿A partir de ahora qué haré? La pondré cuando quiera. Y los estudiantes, también. Porque hasta este jueves podían cometer una falta y suspender el examen por usarla. Antes no era así, me parece bien que se haya despenalizado su uso. La tensión entre lingüistas y escritores por el lenguaje es normal, y debemos llegar a un entendimiento. El creador juega con el lenguaje y debemos evitar el uso punitivo. Lo de las editoriales es otra cosa, vamos a ver cómo reaccionan a partir de ahora”, indica la narradora.
Otros como Antonio Muñoz Molina, que en el inicio de esta disputa se declaró en contra de la recomendación, han terminado por rectificar su postura y abandonar la tilde. En Todo lo que era sólido, un ensayo en clave autobiográfica publicado por Seix Barral en 2013, revisaba la España demócrata para entender por qué el país se iba a pique sin soltar la tilde diacrítica. En Tus pasos en la escalera, de 2019, ya no estaba porque el autor prefería acatar las normas “por mantener la unidad de la lengua”, como explicó el académico. Soledad Puértolas, autora de Música de ópera (Anagrama, 2019), también ha renunciado a ella aunque en este tiempo ha reconocido que “la norma es un tanto confusa”.
El dramaturgo Juan Mayorga, académico desde 2018 en la 'silla m', se resistía a dejar de hacerlo. La editorial La Uña Rota reunió en 2014 una edición de 25 años de sus textos, donde la tilde es bien visible. Pero en la publicación reciente de sus obras ha acatado la norma de la RAE. José Luis Sampedro nunca arrancó sus tildes. en el prólogo de Idignaos (Destino), el best seller de no ficción de Stéphane Hessel, no renunció: “La culpabilidad del sector financiero en esta gran crisis no sólo no ha conducido a ello; ni siquiera se ha planteado la supresión de mecanismos y operaciones de alto riesgo”, podía leerse en el libro de finales de 2010.