La autora falleció a los 74 años en 2022, en el pueblo del sur de Francia al que se mudó a comienzos de los 80 junto con su hija Sophie y su marido, el pope del underground Robert Crumb, quien, como escribe la propia Kominsky en una viñeta, “¡para muchas artistas feministas era el cerdo machista definitivo!”.
Pero para Kominsky-Crumb nunca fue un problema ir contracorriente. Curtida desde la adolescencia en la escena hippie y el rollo groupie, cuando debuta en el cómic ya tenía un buen bagaje vital a sus espaldas. Lo hace en Wimmen’s Comix, una revista antológica feminista en la que Kominsky no encajó porque su visión era demasiado salvaje, demasiado poco militante o autoconsciente. En las historias autobiográficas —las primeras dibujadas por una mujer— que empieza a hacer poco después, en 1972, se representa como una mujer gozosamente grotesca, divertida, sin tabúes, que plantea problemáticas de su género desde un punto de vista inédito hasta entonces en el cómic. Tal y como explica a este diario Alberto García Marcos, editor de Fulgencio Pimentel y crítico, “convertir los tebeos en un medio de reivindicación política y personal es una bofetada al stablishment equiparable a la liberación sexual y al consumo de drogas generalizado. En el caso de Kominsky, además, se suma la cuestión del género, ya que es imposible no ver sus tebeos como un grito de liberación femenina”.
Kominsky-Crumb fue una autora inconstante, adicta a la historia breve que, pasado un tiempo, dejó el cómic por la pintura. Su ausencia de preocupación por el dibujo académico o el acabado cuidadoso es frecuentemente satirizado en Querido Callo, como todo lo que le sucede a lo largo de su vida. El libro recoge historietas publicadas entre 1976 y 2013, en las que no deja títere con cabeza, especialmente en lo que respecta a su disfuncional familia judía. García Marcos destaca su “autocrítica y autodesprecio”: “Me fascina su desparpajo a la hora de dibujar y, sobre todo, de contarlo todo sin ahorrarse los detalles más íntimos y, en teoría, más censurables. Creo que entronca con toda una tradición del humor judío-americano que precisamente por aquella época empezaba a trascender al gran público en el ámbito literario. O en el cine, como pueda ser el de Woody Allen hasta Días de radio”.
El lenguaje empleado por la autora en sus historias es bastante coloquial e inmediato, por lo que se intuyen una serie de dificultades en su traducción a nuestro idioma. Montse Meneses Vilar, la traductora de Querido Callo, destaca de Aline Kominsky-Crumb “lo original y valiente que había sido al hablar sin tapujos de temas como la relación con el cuerpo, el sexo, el deseo femenino, el aborto, las drogas o las relaciones no monógamas”. El Callo es el alter ego de Kominsky, y es traducción del ingles “bunch” del título original, Love That Bunch, una edición ampliada de 2018 sobre la original de 1990. “En el contexto del libro, bunch significa protuberancia o inflamación. Kominsky eligió ponerse ese mote porque sonaba asqueroso, era despectivo”, explica Meneses. “Me pareció que ‘Callo’ recogía muy bien esa idea, ya que un callo es una dureza o protuberancia, pero también tiene la acepción de persona fea y repulsiva. Encajaba con la visión negativa que tiene el personaje de sí mismo y, a la vez, era gracioso”.
Meneses también comenta las dificultades de trasladar el estilo de la obra a nuestro idioma: “Es un libro con un tono coloquial muy marcado. Un ejemplo de ello es que en inglés se incluyen errores de ortografía de manera intencionada, a veces como forma de reflejar distintos acentos; algo que era muy complicado de trasladar al castellano de la misma manera sin desorientar al lector. Lo consulté con Lucía Puebla, la editora de mesa de Reservoir Books, y acordamos potenciar al máximo el tono coloquial y simpático. Trabajamos mucho la naturalidad. También tuve que adaptar nombres de personajes y topónimos inventados para intentar mantener la gracia del original”.
El Callo pasa por todo tipo de situaciones retorcidas, y la veremos perder su virginidad de la forma más sórdida, experimentar con drogas, descubrir su propio cuerpo —regodeándose con la misma alegría en explotar un grano o en masturbarse— y tener un embarazo no deseado que acaba con su bebé dado en adopción. Pero lo que en la narrativa más moralizante serían relatos de redención y catarsis, en Querido Callo es exactamente lo opuesto: Kominsky-Crumb no pide perdón, no se arrepiente de nada y mantiene su actitud genuinamente underground incluso cuando las locuras de juventud dejan paso a los líos de la madurez. Ni los hechos ni el lenguaje encajan muy bien en determinadas sensibilidades actuales, algo sobre lo que reflexiona su traductora: “La crudeza y los detalles escabrosos y escatológicos están muy presentes en sus historias, y quizá eso ahora pueda resultar un tanto chocante. En ese sentido, con un texto así puedes permitirte ir sin cortapisas y utilizar registros más coloquiales y orales que en otro tipo de texto no funcionarían”.
Es necesario entender estas cuestiones en su contexto: “El retrato que ofrece de sí misma y de su entorno, de las relaciones entre hombres y mujeres, y entre mujeres y mujeres, está cargado de la verdad del momento”, comenta García Marcos. “Su obra exuda una honestidad a prueba de bombas, y es gracias a esa sinceridad que la instantánea queda perfectamente enfocada”. Fue una autora que, en palabras de García Marcos, “siempre huyó del dogma”, y eso le trajo problemas y no poca incomprensión por parte de sus contemporáneos, incluyendo a otras autoras. “Fue repudiada por algunas feministas, sus propias compañeras autoras de cómics, por su relación con el ‘misógino’ Robert Crumb”, afirma García Marcos. Su obra siempre fue ferozmente personal y rompedora, y la dibujante forma parte de “esos individuos que no se ajustan a los cánones, que no comparten la sensibilidad que marca su época y que, al estar fuera del escenario iluminado por los focos, son capaces de describir con precisión la obra que se representa ante sus ojos”, concluye el crítico y editor.
Tal y como explica la teórica Hillary Chute en el epílogo de Querido Callo, la obra de Kominsky-Crumb fue una fuerte influencia en autoras que vinieron después, desde Julie Doucet a Alison Bechdel, pasando por Phoebe Gleckner. La publicación de este libro en España supone además una reparación a título póstumo de una autora muy poco publicada en castellano, y una de las más grandes, ignorada durante demasiado tiempo por el canon.