¿Qué tiene todo esto que ver con el libro mencionado? Pues que está protagonizado por un grupo de hackers –los Cuatro Fantásticos– que reciben el encargo de recabar datos sobre un medicamento casi secreto infiltrándose en los sistemas informáticos de centros sanitarios de todo el mundo. La diferencia entre esa ficción y la realidad es que los personajes de la novela no saben en dónde se están metiendo realmente.

Sombra empezó a escribir esta historia antes de la pandemia pero la idea que tenía en un principio dista mucho de lo que ha acabado siendo. La trama que rondaba en su mente tenía que ver con unos gemelos, sobre cómo se parecen y cómo cambian a lo largo de los años. Pero después llegó la COVID-19 y la incertidumbre relacionada con el tema de las vacunas interfirió en el proceso de creación del escritor. El marco de la novela pasó a ser el farmacéutico y esos hermanos dejaron de tener un papel decisivo en la trama aunque sí forman parte del elenco de personajes principales que se completa con una activista negra con problemas de identidad y un hacker con aspiraciones de líder que se sobreestima a sí mismo. A doble ciego es un thriller sin violencia explícita en el que el dinero acaba con cualquier rasgo de justicia social que se desarrolla entre Noruega y España. El autor habla de sus entresijos desde Ginebra, la ciudad en la que reside desde hace dos décadas.

A doble ciego lleva el subtítulo Apuntes para un manual de la ignorancia ¿Qué quiere decir?

Un ensayo a doble ciego se puede ver como una forma de utilizar la ignorancia para generar conocimiento. Ni el paciente ni quien administra la sustancia sabe si es medicamento o placebo. Esto garantiza un poco la neutralidad del ensayo y facilita el encontrar resultados fiables. Me interesaba trasladar esta idea del ensayo más allá de su ámbito médico y hacer una taxonomía de los distintos tipos de ignorancia. Primero está lo que sabemos que ignoramos. Después está lo imprevisible, que en la novela llaman superdesconocido, que sería lo que ignoramos que ignoramos. Y luego está lo que ignoramos que sabemos, que es todo aquello en lo que no nos queremos reconocer.

Esta tercera categoría nos facilita un poco la vida y engrasa un poco los engranajes del sistema. Saber que en tecnología del afeitado gastamos más que en descubrir un remedio para la malaria es algo que no nos gusta reconocer. O que las vacunas han sido muy eficaces para la COVID-19 en Occidente pero en muchos países de África no hay ni un 10% de la población que está vacunada. Lo que ignoramos que sabemos es muy importante en la novela por el concepto de crowdkilling, que son los crímenes sistémicos en los que todos participamos y que son colectivos, impersonales y silenciosos.

La tecnología y la industria farmacéutica comparten una característica: tienen tanto la capacidad de salvarnos como la de matarnos. ¿Es una casualidad que los haya escogido como temas esenciales en la trama?

Ya los griegos hablaban del medicamento, el phármakon en un doble sentido: para ellos era al mismo tiempo veneno y medicamento. Ese doble filo de la medicina siempre ha estado ahí. Puede que lo que hace que la sustancia vire de la salud al veneno es su interacción con el dinero. No digo que siempre sea negativa, hay muchos ejemplos de innovación, no quiero hacer una descalificación absoluta. Pero sí hay una llamada a que la sociedad esté atenta a esas configuraciones entre el dinero y el medicamento.

¿En otra sociedad que no estuviese dominada por el turbocapitalismo también existiría el problema de la intervención negativa del dinero en la sanidad? ¿Es algo inevitable?

Creo que cambiaría mucho. Para empezar, si tomamos como objetivo el acceso universal a la salud evitaríamos una situación como la actual en la que el dinero hace que unos pocos tengan demasiados medicamentos y una parte de la población no tenga acceso a lo básico. No tendríamos que ver el medicamento como un producto de consumo porque entonces unos van a consumir de más y otros no van a consumir lo suficiente.

¿Cómo fue el proceso de documentación de la novela? Conceptos como big data o el funcionamiento de la industria farmacéutica pueden formar parte de la categoría de ‘lo que sabemos que ignoramos’.

Por supuesto, es todo inventado: ni el medicamento existe, ni las industrias, ni los personajes. Yo no soy un experto en la industria farmacéutica ni soy médico pero hay mucha información disponible en las redes y abierta a todos sobre estos temas. No creo que esté abriendo la puerta a nada completamente inverosímil. Son temas en los que la información, si la queremos buscar, está ahí. Solo hay que indagar un poco más allá de lo superficial.

Ahora la palabra autoficción surge cada vez que se habla de novedades en literatura. ¿Hay algo personal en su novela?

Sí, hay partes de personajes que tienen que ver conmigo o con gente que conozco de cerca. Y algunas de las escenas también. Ben es precisamente el personaje más cercano a mí: ella tira de la trama porque no acepta el encargo que reciben los Cuatro Fantásticos y decide ver qué hay detrás. Con ello, convierte algo muy reprobable, como entrar en los sistemas sanitarios sin permiso, en una acción de activismo social. Y también es interesante porque busca solucionar sus problemas de identidad mirando al horizonte, no indagando en el pasado. Trata de intervenir en su entorno, de resolver cosas o de conocer más a determinadas personas.

Pero aquí hay mucha ficción pura y dura frente a otras cosas que he escrito antes. Me gusta pensar en esta frase de Ursula K. Le Guin que dice: “La verdad es una cuestión de la imaginación”. Me gustaría que, en este caso, una novela sobre un medicamento inventado pueda acercarnos a la realidad y tender un puente a cómo son las cosas incluso más sólido que el de una crónica que se vende como fiel a los hechos.

Esto me hace pensar en A sangre fría de Truman Capote. El título de A doble ciego juega un poco con una evocación lejana a ese libro. Ahí tenemos un texto muy pegado a los hechos, tenemos la descripción de un crimen individual completamente escabroso en el que dos personas entran en una casa donde duerme una familia y la ejecuta de una forma atroz. Y también tenemos una consideración de los criminales como monstruos ajenos a nosotros. Pero creo que estos factores no nos acercan tanto a los hechos. Cuando lo leí no conseguí entender por qué se produce este suceso y luego descubrí que Capote estaba muy apegado sentimentalmente a uno de los criminales, lo que tiñó toda la narración.

Uno de los escenarios del libro es España, ¿por qué?

Sí, los pueblos de Solsona en Lleida y Hervás en Extremadura. Para mí son dos ejemplos de éxito de desarrollo rural, hasta cierto punto, y también de mostrar una identidad cultural al exterior, como los gigantes de Solsona, con éxito. Son dos sitios que conozco por circunstancias personales y que venían bien para esta cadena de búsqueda y persecución en España. Aunque, en el fondo, todos los escenarios de la novela podrían ser cualquier lugar, no hay nada muy idiosincrático en el libro. Y esto refleja un poco que la globalización y la tecnología nos están poniendo en una situación en la que cada vez los entornos son más parecidos y nosotros también, sobre todo ante la pantalla.

Publicó su primera novela en 2012, ¿cómo ha sido su desarrollo como escritor?

Mi vida como escritor comienza cuando publico mi primera novela Aquiescencia (Caballo de Troya, 2012) porque la escritura para mí es un proceso colectivo. Yo llevaba toda la vida escribiendo, desde niño, pero tiene que haber una conexión social, alguien que en un momento dado se decida a publicar ese texto y lo convierta en un libro. Antes, lo que has escrito son textos, no libros.

Ese libro de arranque como escritor estaba muy relacionado con la tecnología y los temas sociales, es una narración que mira a los orígenes de internet, a un marco un poco normativo de la red. No es tanto un thriller, pero sí es una novela con bastante acción. Las tres siguientes que son Canje (Caballo de Troya, 2014), La quimera del hombre tanque (Random House, 2017) y A doble ciego (Random House, 2023) que forman una especie de trilogía porque, aunque se puedan leer por separado, comparten algunos personajes y organizaciones. Una trilogía que me gustaría situar bajo este nombre de crowdkilling para contraponerla a otro tipo de novela negra o thriller ya que se centra en otro tipo de crímenes.

Tengo también un libro de ensayos narrativos muy relacionados con la tecnología y los temas sociales. Algunos los publiqué en una versión más primaria en El Estado Mental y en Ctxt y luego los trabajé más y los acabé conectando en una especie de narración que se llama Cuarto de derrota (La Moderna, 2020).