“El museo ha replanteado los significados y funciones de sus colecciones que incluyen restos humanos procedentes de su etapa fundacional o años posteriores”, añade Sáez. El centro conserva 4.426 restos humanos inventariados, el 76% de ellos de procedencia desconocida. Todos se guardan en los almacenes de la institución, situados en las plantas inferiores del edificio. Estos restos ingresaron a finales del siglo XIX y principios del XX y, siglo y medio después la dirección considera que hay que adecuar su exposición a la narrativa contemporánea. La mayoría son restos óseos, especialmente cráneos, procedentes sobre todo de la colección del fundador del museo, Pedro González Velasco (1815-1882), y de otro médico considerado explorador de África, Amado Eugenio Osorio Zabala (1851-1917). Además, se ha revisado la política de exposición de aquellos restos que proceden de colecciones anteriores como las del Real Gabinete de Historia Natural, creado en 1771 por la inclinación de Carlos III al estudio de la naturaleza.
Precisamente, la Sala de los Orígenes era una recreación del típico gabinete de curiosidades del siglo XIX de González Velasco. En ella se exponían muestras de antropología física y teratología, modelos anatómicos, antigüedades y objetos etnográficos. La sala desmantelada era el principal problema del museo, donde se exponían restos humanos sin contextualizar, tal y como se hacía en el siglo XIX. Este planteamiento chocaba frontalmente con el resto del museo.
Desde la dirección se apunta que no se pueden seguir contemplando los restos humanos como si fueran objetos de coleccionismo. Ya no son tratados como souvenires, ni trofeos de un mundo raro. La nueva mirada ha llevado a plantear si es ética o no su exposición. El MNA confirma con la retirada de los restos humanos su deseo de encarar el conflicto sobre la regeneración decimonónica de las narrativas de los museos. En ese debate que no evitan desde este centro también aparecen otros asuntos como el colonialismo, el género, la cosmovisión, el medioambiente, las emociones y, por supuesto, la historia de los objetos que forman parte de las colecciones del museo.
El Museo Nacional de Antropología confirma con esta maniobra su posición avanzada en la revisión del papel institucional de los museos públicos en la sociedad contemporánea. El primer compromiso asumido por la dirección en esta redefinición de la misión que ha comenzado a desarrollar es que no se expondrán restos humanos cuando la comunidad de origen de los restos esté en contra de su exposición pública. “El cambio consiste en reconocer que los miembros de las comunidades de origen son expertos y autoridades sobre su propia cultura. Los museos tienen que darles voz en todo lo referente a su patrimonio cultural”, reflexiona Patricia Alonso, conservadora del MNA.
“Es el caso del pueblo atacameño, que se opone a la exposición de las momias de Atacama. También se tendrán en cuenta las tradiciones y creencias de la comunidad de origen a la hora de exponer los restos humanos”, añaden desde el MNA. De hecho, solo se exhibirán restos humanos cuando sea “imprescindible para entender el discurso que el museo pretenda transmitir”. Cuando se expongan serán presentados al público “con respeto”.
Fernando Sáez sostiene que el proceso de redefinición del museo será “un procedimiento transparente y público, debidamente argumentado en las Cartas de compromiso”. Estas “Cartas” se irán actualizando con las aportaciones y observaciones que realiza la ciudadanía. De esta manera, el museo se abre a la sociedad que lo mantiene y protege para que participe en su refundación. Tal y como ha podido saber este periódico, a finales del verano la institución habrá realizado una renovación de la narrativa de la exposición permanente. Para crear este nuevo relato, se ha incorporado la visión y opinión de todos los implicados en la exposición de los bienes. La dirección quiere abrir el proceso más allá de una cuestión museográfica.
La primera de las cartas se publicó en julio y en ella se explica el fundamento de este cambio de paradigma. “En los últimos años se ha producido un cambio en la consideración de los restos humanos en los museos. Su estatus dentro de las colecciones es único, ya que no son simples bienes culturales, son los restos de una persona fallecida y deben ser tratados con dignidad y respeto”, arranca la carta escrita tras “una profunda reflexión”.
Los restos humanos entraron en el museo cuando aún no se había producido una nítida separación entre los estudios de antropología física (hoy, en las ciencias biológicas) y los de antropología social y cultural (hoy, en las ciencias sociales). Con los límites más definidos, todo resto no culturizado será retirado.
Por eso el museo mantiene a la vista una cabeza ritualizada, porque este resto humano ha sido convertido en un objeto de rito cultural y no se trata como un resto humano. Se trata de las conocidas como “tsantsa” o cabezas reducidas. Los shuar (pueblo amazónico de Ecuador) eran muy conocidos en la literatura antropológica de finales del XIX como cazadores de cabezas y por su preparación. Siguieron reduciendo cabezas de sus enemigos hasta 1960. Un guerrero valiente, con muchas “tsantsas” es un “kakáram”.
Sin embargo, todavía está por definir la diferencia entre un resto antropológico y un resto arqueológico porque el tratamiento de estos en un museo y en otro es completamente diferente. La conocida “momia guanche”, que pasó en el año 2015 del Antropológico al Museo Arqueológico Nacional, se puede contemplar en sala.