Serebrennikov parece empeñado en mostrar las sombras de la historia de su país. Lo hizo en Leto, crónica de la escena contracultural musical de los años 80. Una película que se presentó en el Festival de Cannes sin que su autor pudiera ir físicamente, ya que seguía retenido sin poner un pie fuera de Rusia. Pasó lo mismo con su siguiente obra, La fiebre de Petrov, retrato espídico y enfermizo de un país corrupto donde la violencia y la tensión latía en cada esquina. Tampoco pudo ver su puesta de largo en Cannes.
El director se exilió de Rusia y rodó uno de sus proyectos más deseados, una versión apócrifa, lejos del mito y de las versiones oficiales de uno de los totems de la cultura rusa, Piotr Ilich Tchaikovsky. Un filme que le prohibieron hacer en su país, y que una vez fuera convirtió en carne. Una mirada que hace desde fuera, desde el personaje de su mujer, Antonina Miliukova, condenada a ser ‘esposa de’ y personaje olvidado por la historia. Serebrennikov convierte su película, como siempre, en un estado de ensoñación, febril, donde el sexo, las tensiones y lo enfermizo se mezclan.
A pesar de su título, para el director no es solo una película sobre “la esposa de Tchaikovski”, sino que su intención fue, a través de ella, contar “la gran historia de la vida del músico”. Un proyecto que comenzó hace diez años. “Ya entonces intentamos rodar una película sobre su vida, pero por desgracia la censura la canceló y paró todo. Fue más tarde cuando escribí un guion que no era solo sobre su vida, sino también sobre la desconocida historia de su esposa, Antonina Miliukova. Para mí, ella era fundamental en el universo de Tchaikovsky. Por supuesto que su vida era impresionante, y su música, pero esta historia, mirarle a él desde este lado, desde este punto de vista de una persona normal, una persona que no era un genio, era muy emocionante”, dice el cineasta por videollamada. Anuncia que no será la última vez que cuente la vida del artista. “Definitivamente regresaré a él más adelante, y será desde otro ángulo completamente diferente”, dice misterioso.
No cree que su película sea sobre “la historia”, porque “la historia siempre es algo de los políticos, y por tanto es siempre terrible”. Lo define más como una reflexión sobre “la libertad, el arte y la espiritualidad”. Para ello ha construido una película que, visualmente, tiene muchas de sus señas de identidad. Escenas oníricas de una belleza aplastante, pero también ambiguas. Bailes con cuerpos desnudos, habitaciones ardiendo, largos planos secuencia… Un derroche en una reconstrucción histórica lejos de academicismos. “El siglo XIX ruso fue destruido por unas cuantas revoluciones, por años y años de régimen soviético, y ahora no queda nada de aquello. Así que, digamos que mi recreación parte de la nada. Hoy en día muchos directores crean mundos para el futuro, y para mí es lo mismo recrear el pasado. Para mí es igual que crear el mundo de Dune o del universo de Marvel, porque nada existe realmente. Mi aproximación fue la de una pieza de cámara. No quería mostrar las cosas globales que formaron parte de sus vidas”, explica.
Con La mujer de Tchaikovsky pudo, por fin, pisar el festival de Cannes hace un año, y recuerda emocionado cómo todo el público aplaudió cuando, al comienzo se la proyección, apareció su nombre en pantalla. “La gente me mostraba su apoyo, fue muy bonito y me emocionó mucho. Fue inolvidable, pero también fue triste porque no podía estar en Rusia. Para mí es interesante ver cómo la recibe la gente en Rusia, porque está hecha para nosotros y no sé cómo funcionaría con la gente de allí. Es una película hecha por gente rusa, sobre la historia de Rusia, sobre un personaje del que saben su nombre, pero del que creo que no conocen todos estos detalles”.
Ha pasado un año desde aquella presentación, y también ha pasado un año desde el comienzo de la guerra. Serebrennikov siempre ha sido critico y tajante con Putin y con la invasión, y lo sigue siendo un año después. No ve el futuro con optimismo y cree que sigue siendo “terrible”. “Es que no hay otra palabra para describirlo, es terrible y es un crimen. Para la gente que huimos de Rusia este es un momento muy doloroso, porque hay mucha gente que no ha podido huir o que no lo ha hecho por motivos personales. No es tan fácil abandonar tu país y dejar todo y empezar una vida de cero en otro sitio. Conozco a muchas personas que, como yo, han tenido que empezar una vida de cero porque nuestra vida anterior había sido destrozara por esta guerra”.
Muchos pesaban que el cineasta repetiría este año en Cannes con su nuevo y ambicioso proyecto en el que cuenta la historia de otro mito ruso, Limonov. Una adaptación de la novela de Emmanuel Carrère que, por desgracia, tiene bastante trabajo por delante. “Espero que en un año, o algo menos, esté lista, pero estamos en ello. Estamos con el montaje, con el sonido…”, avanza de una película que califica como “complicada”. La empezaron antes de la guerra, y cuando comenzó se paró sin saber cómo iban a poder continuar ni si iban a poder terminarla.
“La vida real y la guerra han influido de forma terrible y dolorosa a la película. Pero finalmente lo hicimos. Conseguimos rodar la película casi por segunda vez, porque el decorado que preparamos en Moscú no podíamos utilizarlo debido a la guerra. Así que tuvimos que construir el set por segunda vez en Europa. Ha sido muy complicado, y quizás tenga que ver con la propia vida del personaje protagonista, cuya vida fue realmente extraña y complicada. Todo su trabajo, toda su literatura está muy vinculada a lo que está pasando ahora en Rusia, a esta guerra”. Un personaje que Serebrennikov define de una forma absolutamente sorprendente, “un Joker ruso”.